Wednesday 10 August 2011

Desde España


En España. Ya no tiene sentido que siga con este blog; escribo este apartado sólo como clausura. Este domingo hubo un descarrilamiento de tren en India. El tren en cuestión era el mismo que yo había cogido el domingo anterior. Murieron 35 personas y otras 100 resultaron heridas. Yo podía haber estado ahí.
Ha sido raro volver al primer mundo. Ducharse en una bañera, o un plato de ducha que tenga paredes de verdad. En India todas están colgadas en la pared, y tienes que tener cuidado de no poner todo pringado de agua. O lo de tener papel higiénico en el cuarto de baño. Allí no se usa. De hecho, siempre hay un grifo a la altura del inodoro para que la gente se lave. Eso, cuando hay inodoro, que la mayoría de las veces sólo hay el agujero ese en el suelo. Y sobre todo, que esté limpio, y que no huela mal. Cómo aprecio ahora los baños occidentales, siempre prístinos.
Lo del papel higiénico… eso sólo lo utilizan los occidentales. La prueba de ello es que los venden de uno en uno, que me hizo una gracia al principio… Imaginaos en España, nos podemos morir comprándolo así, sobre todo en mi casa, que somos familia numerosa. Y de hecho en Shantiniketan directamente no los vendían. Teníamos que estar a toallitas. Vale, insisto mucho en el tema del cuarto de baño, que a lo mejor no es de muy buen gusto, pero es que es en lo que más se nota la diferencia.
Es muy gracioso cómo algunos temas de conversación que en España pueden ser un poco tabú en India es de lo que más se habla. Por ejemplo, no nos sorprendía si de repente alguien se levantaba corriendo y se iba al cuarto de baño. Teníamos los dos extremos, los que no pisaban el baño y los que no se movían de él. Y como siempre estábamos malos, pues siempre estábamos hablando de eso. En todos los hoteles había cartelitos sobre qué hacer si la diarrea te había noqueado (traducción literal).
Todavía no he escrito a Nilam, pero sí he tenido noticias de Regina. Cuando aterricé en Madrid y encendí el móvil, tenía dos llamadas perdidas del número que me había dado. Se me ocurrió llamar, dije ¿Regina?, y enseguida escuché esa risa tan familiar. Sí que era ella. Entonces, ¿quién leches me había llamado el otro día? No sé. No tengo ni idea de con quién vivirá. En fin. Podéis imaginaros la conversación: ¿camon acho? (¿cómo estás?), y ella, bhalo achi! Tumi camon acho! (muy bien, ¿cómo estás tú?). Y ahí ya no se me ocurrieron más palabras, que estaba grogui de tanto viaje, y entonces aprovechó ella para soltar esas parrafadas que me suelta siempre y yo qué sé, esta mujer no acaba de comprender que yo NO ENTIENDO bengalí. He hablado con ella un par de veces más y ha sido un desastre. Si ya era difícil cuando podía ver los gestos que hacía, por teléfono ya es imposible. Aún así hemos estado por lo menos diez minutos de cada vez y muertas de la risa por la situación. Ya está bien por el momento, que cuando venga la factura de teléfono sí que voy a morir y no precisamente de felicidad. Pero por lo menos es una manera de no romper el contacto.
Ésta es la última entrada del blog. O al menos, en lo correspondiente a este viaje. Porque echo tanto de menos aquello que sé que voy a cumplir lo prometido a la sister: voy a volver allí. No estarán los mismos voluntarios, pero quizás pueda ponerme de acuerdo con algunos para ir en las mismas fechas. Sí estarán las massis y muchos niños de Shishu. Y además, me queda pendiente conocer un poco de India, no sólo Calcuta. Que ése era mi plan inicial, viajar por el norte, lo que pasa es que al final se me hizo tan adictiva que quise aprovechar hasta el último día allí. Total, que está claro. Tengo que volver.

Sunday 24 July 2011

Last day

Es que fue uno de esos días en que todo se junta: me levanté a las cinco y media para ir a misa; luego estuvimos raspando camas en Shishu. Después del té, estaba paseando hablando con las massis cuando la hermana nos llamó, que si queríamos ir a una función a la que los niños estaban invitados, para controlarlos. Dijimos que sí y allá que fuimos. Hubo discursos, concursos de recitales de poesía en bengalí (que los niños vivían cuando las declamaban; qué pena que no entendiéramos nada) y, sobre todo, danza: el público se volvía loco con las canciones (adivinad cuáles… sí, efectivamente, las de la película que fuimos a ver. Asombradísima estaba yo de que hubieran escogido precisamente esas). Total, que entre una cosa y otra, eran las dos de la tarde cuando llegué al hotel. Había quedado con mi compañera de habitación una hora y media antes, porque se volvía ayer a España, para comer juntas por última vez. Era también el último día de Christa; así que también se vino. Comí en cinco minutos, porque a las dos y cuarto había quedado con Bárbara para ir al dispensario. Encima se me indigestó la comida porque fue cuando me enteré de lo de David, el chico del tren. Bárbara por supuesto no fue al dispensario porque estaba con él. Y por supuesto ayer el dispensario estaba a tope. De cinco que estábamos, tres eran nuevas, otra era yo (que cuento como media) y el único que funcionaba a tope era un enfermero. Terminamos tres cuartos de hora más tarde de lo normal, con el encargado echándonos a escobazos porque tenía que cerrar. Volví corriendo con otra voluntaria, porque habíamos quedado para ir a ver un concierto de música tradicional bengalí e íbamos con media hora de retraso.
El concierto estuvo muy bien, si no fuera porque no tenía el ánimo para disfrutarlo. Ya subiré las fotos, pero era un tipo de música relajante, que invitaba a la meditación (o a una siesta si estabas muy cansado), con un cantante cuya voz se confundía con la especie de violín que un músico tocaba a su lado (su sonido era como un lamento… podía ser agradable o desquiciante. Una vez más, todo dependía del ánimo que tuvieras en ese momento). Todas las canciones empezaban muy suaves y acababan en una especie de clímax. Y el canto del vocal se parecía un poco al flamenco andaluz, con mucho gorjeo y sosteniendo mucho la nota. Como dijimos todos, fue… interesante. No fue el concierto más alucinante al que haya ido en mi vida, pero tampoco estuvo mal. Decididamente, interesante es la definición ideal.

Días después...

Estoy sentada en el aeropuerto de Moscú, y sólo hago revivir mi estancia en Shishu Bavan. Cómo me gustaría estar allí ahora mismo. Echo de menos a mis niños, sobre todo a Shiny, que en cuanto me veía venía corriendo hacia mí con esa sonrisilla pícara que tenía dibujada siempre en la cara y me plantaba un beso todo húmedo en la mejilla. Para comérsela, yo me la hubiera traído para España escondida en la maleta. Y Marelda, que siempre saltaba en la colchoneta grande esperando a que la cogiera en brazos y la tirara encima. Nilam lloró porque me iba. Jamás pensé que lo haría. Era mi fotógrafa personal, en los viajes siempre nos sentábamos juntas, pero con tantos voluntarios como pasan por el centro, no me lo esperaba. Y me partió el corazón. Le he prometido que le escribiría. Tengo una amiga que va a ir a Calcuta pronto, le daré la carta a ella. Adelanto más así que mandándola por correo, que tarda un mes.
Tampoco me esperaba lo de Shonda, la massi con la que hacía la lavandería. Manda narices, con lo seria que parecía, y cuando le dije que era mi último día, se le puso cara triste y me plantó dos besos en la cara, que todavía debo de tener la marca en el moflete. Para mí que es la forma más fuerte que tienen de despedirse, se le veía muy sentido.
Yo creo que es la manera que tienen de protegerse (lo de ser todo seriotas). Cada año llegan tropecientosmil voluntarios que al poco tiempo se van, y debe de ser muy duro encariñarse con alguno. Pero yo tuve la suerte de quedarme dos meses y además les hizo tanta gracia que intentara aprender bengalí que enseguida me vieron con mejores ojos. Yo andaba dando vueltas por Shishu con mi libro de “Aprende bengalí en un mes” en mano y cada vez que me cruzaba alguna la paraba, abría el libro y le decía las cuatro palabras que había aprendido esa mañana. Se reían de mí todo el rato. Pero eso también me hizo hablar más con ellas, con todas en general, y no sé si será coincidencia o no, el caso es que ahora hay menos peleas con Regina. Estoy casi segura de que tuve algo de culpa ahí. Porque en la última semana no ha reñido casi con las otras massis, y al final la hermana no la ha despedido. Con lo cual estoy la mar de feliz.
Los últimos días la muchacha me trajo galletas para el desayuno, y me las daba cuando nadie miraba. Desde luego, qué generosa es esta gente. Porque justo la última tarde que estuve en Shishu recibían la paga del mes y yo vi cómo cobraban. Esperaban a la puerta de la sister y una a una iban entrando y recibiendo el sobrecito.  Muy orgullosa Sumitra me enseñó cuánto: 3950 rupias. No está mal, a ver, se puede vivir con eso en Kolkata, pero si lo traducimos, en realidad no llega a los 70 euros. ¡Al mes! Y aún así Regina se para a comprarme galletitas.
Estoy un poco grogui por el viaje que he hecho, así que ahora mismo voy escribiendo según me voy acordando de las cosas… Por ejemplo, viniendo a Moscú iba mirando el mapa de por dónde íbamos pasando. Hemos sobrevolado Pakistán, Afganistán, Uzbequistán, y por supuesto, Rusia. Afganistán es… ahora entiendo por qué no fueron capaces de encontrar a Bin Laden ahí. Con tanta montaña… ¡normal! Ni un poblado se veía. Cuando pasamos por Kabul, casi ni me enteré. Luego, desierto. Diréis que normal que no viera nada, que iba en un avión. Pero es que volábamos muy bajo. De hecho, un poco más adelante vi perfectamente campos de labranza y muchos pueblos. Por eso deduje que habíamos dejado Afganistán. También atravesamos un mar interior, no sé cuál… ¡mi geografía está bastante peor de lo que pensaba!
Y ahora estoy en Rusia, que parece coña. Y son tan… rusos que me hace muchísima gracia. Se les ve de lejos, tan altos y tan… pálidos. En la India no duraban ni tres asaltos. Con un carácter por cierto que telita. En el Duty Free había una dependienta que no paraba de resoplar y de poner caras cada vez que un inocente cliente (chino y  pequeñito, ¡pobre!) le ponía cosas que quería comprar en su mostrador. Pensé que se lo iba a cargar si ponía un solo objeto más.
Creo que gracias se dice spasivo o algo así. Evidentemente no se lo pregunté a esa dependienta.
Se acabó la aventura de la India. Toda la gente me preguntó que si voy a volver. Y por supuesto, he dicho que sí. Pujita, una de las niñas que bailaron, me dijo que vale, que last day, el sábado, pero que el lunes volviera. Le expliqué unas ocho veces lo que significaba “último día”, pero luego me di cuenta de que lo había entendido a la primera. Le tuve que acabar diciendo que no iba a ser posible. Y lo que me parte el corazón es que cuando vuelva ella ya no estará. Ni nadie de su grupo: los gemelos, Pritash y Pritam, tan parecidos que siempre tenía que preguntar quién era quién; Nandanan, la niña que se moría de risa cada vez que le decía que el baile que había hecho era shundoor, shundoor, (precioso, precioso); ni siquiera Nilam, que a sus once años ha decidido ahora que quiere ser adoptada. Se va a Italia al año que viene, ya tiene familia y todo.
Es que ha sido perfecto y espero poder sentir de esta manera cuando llegue a España. Tres días después y todavía me parece ver a Nilam llorando, a Regina entrando y saliendo cada dos por tres. Primero en la lavandería me dio a escondidas su número de teléfono, y luego me hizo llamarla para ver si funcionaba o no. Dio la llamada, pero al día siguiente por la mañana alguien me llamó desde ese número preguntando por qué había llamado allí. O sea que no me sirve. Tampoco es que hubiera podido mantener grandes conversaciones con ella, visto mi limitado bengalí, pero bueno, cualquier forma de no perder el contacto con aquello es bienvenida en estos momentos.
No contenta con eso, después de hacerme llamar por teléfono Regina se fue a la lavandería y al rato volvió (yo no sé cómo Shonda no la mató esa tarde, tanto escabullirse) y pidió a Nilam papel y boli. Y me escribió su dirección. En… bengalí. Ahí la tengo, que la intenté descifrar pero no hay tu tía, obviamente. Tengo el alfabeto en mi súper libro de aprender bengalí en un mes, pero a mí todos los caracteres me parecen exactamente iguales.  
Sigo con mi delirio literario (sólo he dormido dos horas en un aeropuerto, y mal porque tenía miedo de no despertarme y perder el vuelo). La última noche Harry, el dueño de mi hotel, que nos mima como cosa mala, además de la tradicional samosa (típico snack indio, que nos ha estado dando cada noche para picar) me ofreció una habitación doble para mí sola. Yo esa noche supuestamente tenía que dormir en una mini habitación con Esther y Paloma, las voluntarias de Shishu Bavan (digo mini porque era individual y nos íbamos a plantar tres allí), y hete aquí que me da esa. ¡Hombre majo donde los haya! Le dije a Cora, mi compañera de habitación casi toda mi estancia, que se viniera la última noche, que tampoco era plan de pasarla sola.
El último día todos los voluntarios te cantan una canción que dice thank you, love you, miss you. Qué mal lo pasé. Pero por la noche fue peor, porque estábamos solo nosotros, el grupo de amigos, y me la volvieron a cantar y ahora mismo lloro de pensar en todo lo que dejé allí y lo feliz que he sido en estos dos meses.
Anteayer cogí el tren a Delhi por la mañana y aunque es muy barato, dura… veinticuatro horas. Que se me pasaron volando, y yo soy la primera sorprendida. Dormí casi todo el rato, tendría mucho que recuperar. O igual de pura perritis aguda. Pero sí que es verdad que el sábado había ido a trabajar mañana y tarde, porque quería aprovechar mi último día en Shishu. Y el viernes sólo fuimos dos voluntarios al dispensario, y por supuesto fue el día que eligieron los pacientes para venir en masa.
¡¡Veintitrés!! Limpiamos heridas a velocidades nunca vistas, pusimos parafina y betadine, vendamos... Menos mal que la mayoría de los casos ya estaban mejor. Porque otras veces vienen en un estado… El otro día saqué mis primeros gusanos. Doce animalitos en total. Bárbara me avisó que afuera había un hombre esperando y que tenía larvas. Automáticamente le dije, ni pienses que lo voy a hacer yo, en cuanto entre te lo quedas tú. A los dos minutos entró un viejecito la mar de entrañable con una herida en el tobillo. La parte de abajo la tenía negra, con agujeros. Me miró y movió el dedo imitando una lombriz. Mierda. ¡Casi me muero del susto! Pero tampoco lo iba a dejar ahí plantado al hombre, estaba feo. Así que, resignada, le pregunté a Bárbara qué había que hacer. Pedí fenol al encargado y pinza en mano me puse a excavar en la carne negra del señor en busca de las dichosas larvitas. Las dos primeras me dieron mucho asco, pero luego le pillé el gusto y me propuse no dejar una sola que molestara al pobre hombre. Lo cual me demuestra que tengo mucho más estómago del que pensaba. Y el viernes estaba genial el señor, que solo le sacamos dos bichitos. Ese día fue como mi bautizo de fuego. No podía pasar los pacientes que estaban peor al otro voluntario, o no acabaríamos nunca, así que tuve que hacer de todo.
Y ayer en Delhi, fue simplemente excelente. Me encontré con dos voluntarios de Shishu, que habían seguido viajando por India, y me llevaron a Haus-kha Village, a las afueras de Delhi, donde había un complejo que antaño había sido una madraza (una universidad) y un lago precioso, aparte de unas mil boutiques. Y fue genial encontrarse con alguien a más de mil kilómetros de distancia, y encima voluntarios, que recordemos que con dos días que nos conociéramos ya éramos íntimos.
Aquí estoy, en el aeropuerto de Moscú. Esta noche me quedaré a casa de otra voluntaria, la española que apareció antes de tiempo en el hotel. ¿Se nota que intento alargar la ilusión de India lo más posible? Me acuerdo de la primera semana en Kolkata, cuando me quería ir a cualquier precio. Y mira ahora. Dicen que la India te conquista o te repele. A mí desde luego me ha cautivado.

Monday 18 July 2011

Un mal día

Hoy todos los voluntarios estamos hechos polvo: un tren se ha llevado por delante a un chico que trabajaba en Prem Dan. Era su segundo día. Le han amputado una pierna entera y de momento parece que está estable, pero le están haciendo escáneres en la cabeza porque tenía una herida muy fea. Tenía además el tórax hundido; así que también le estaban controlando los órganos vitales.
Prem Dan es una de las casas de las Misioneras de la Caridad, y está en una de las zonas más pobres de Calcuta, los conocidos slums. Los voluntarios suelen ir andando, y para llegar allí tienen que atravesar unas vías de tren. Además hay una parte en que se camina muy cerca de ellas, porque el paso es muy estrecho. El chico estaba en ese tramo justo cuando pasaba el tren, y no se sabe muy bien cómo, quizás porque había llovido y el camino estaba húmedo; quizá por la fuerza que la locomotora ejerció al estar tan cerca, el caso es que resbaló y cayó a la vía. La máquina frenó enseguida por lo visto, pero ya era demasiado tarde: se lo había llevado por delante. Todos pensaron que estaba muerto, hasta que una chica lo oyó gritar. Es una americana que vive en el cuarto de enfrente en mi hotel. Soltó la mochila y echó a correr hacia el tren, lo encontró debajo y lo sacó enseguida. Bárbara, la doctora que trabaja conmigo en el dispensario, iba un poco más rezagada, pero cuando vio el jaleo echó a correr y se encontró con el muchacho tendido en el suelo; desangrándose por una pierna que ya era solo jirones. Le hizo un torniquete con la bandana que lleva siempre en la cabeza, otro voluntario encontró una carretilla en una obra cercana y allí lo subieron. Pararon a un rickshaw y se lo llevaron a un hospital… un hospital público.
Ya me han contado cómo son los hospitales aquí. Y no es sólo que casi no tengan medios suficientes, no: es la suciedad que tienen. Os podéis imaginar, los enfermos entran malos de una cosa y acaban pillando otras cuatro más. Éste, cuando recibieron al chico, dijeron que no tenían las medicinas necesarias, que las fueran a buscar a una farmacia. En el hospital no las había porque normalmente la gente que va allí no se las puede permitir.
Iban tres voluntarios con el muchacho: Bárbara, la chica que lo encontró, y el chico que trajo la carretilla. Éste fue el que salió corriendo receta en mano a buscar una farmacia en Calcuta que tuviera esas medicinas. Mientras, los médicos dijeron a las otras dos que tenían que amputar la pierna, pero que no podían hacerlo sin el consentimiento del enfermo o de un familiar. El consentimiento del enfermo estaba fuera de cuestión: decía cosas sin sentido y su mayor empeño era bajarse de la mesa y echarse a andar: estaba como fuera de sí. Pero no se podía esperar a que llegaran los padres de Estados Unidos, porque se moría, así que llamaron a una chica que había venido con su grupo y que se ocupaba de ellos. La muchacha se hizo pasar por su hermana y firmó la autorización. En el hospital sabían que no lo era, pero obviamente no dijeron nada.
Qué peso, qué responsabilidad para esa muchacha. Firmar sabiendo que eso significa que a alguien le van a cortar la pierna enterita. Y ese muchacho de diecinueve años, que vino a Calcuta con toda la ilusión del mundo y que se encuentra con esto el segundo día... ¿entendéis ahora porqué estamos todos hechos polvo? Y eso que no lo conocíamos. Es un pensamiento que no está bien, lo sé, pero no puedo evitar dar gracias por no conocerlo. O más bien porque no le haya ocurrido a nadie de mis amigos. Si estamos así por un perfecto desconocido, ¿cómo estaríamos si le llega a pasar a uno de los voluntarios antiguos, a un amigo?
Hoy no ha habido otro tema de conversación. Y es que además nos hemos dado cuenta de que todos, después de un tiempo aquí, hemos relajado la guardia. Andamos solos por la calle, cruzamos como verdaderos lugareños (no aconsejable para principiantes, eh); vamos, que hacemos muchos excesos. Ayer una chica salió un poco antes de trabajar porque tenía que ir a no sé dónde, y pilló el autobús sola. Cuando se fue a bajar se mareó y se cayó a la calzada. O algo parecido. No lo sabe porque se golpeó la cabeza y se quedó inconsciente. Y no recuerda qué pasó. El caso es que se quedó tendida en la carretera (¡en la carretera! ¡Donde te tienes que pegar con la gente para conseguir un hueco para ti! La podían haber atropellado, pisoteado… Dios) hasta que al cabo de un rato (a saber cuánto) llegó el siguiente autobús con los voluntarios que trabajaban con ella y casi les da un infarto de encontrársela allí en el suelo. Se la llevaron corriendo al hospital. Gracias a Dios no tiene nada, un chichón en la cabeza y un brazo magullado, pero ya está. Moraleja: nunca andar solos por Calcuta. Ya te puedes estar muriendo que nadie te va a hacer ni caso. Están tan acostumbrados, que sólo eres uno más de tantos…

Wednesday 13 July 2011

Espectáculo de danza

¡¡¡¡¡Qué orgullosa estoy de mis niñasssss!!!!! Estoy TAN orgullosa. Esta mañana la hermana me dijo que unas de las niñas tenían una representación esta noche, que si podía ir para hacer fotos: le dije que sí y allá que nos presentamos tres de las voluntarias. Nos montamos en la furgoneta con ellas; iban vestidas como princesitas, maquilladas, con pulseras, tobilleras y mil abalorios más: para comérselas. Bailaron dos canciones las más pequeñas y luego la mayor bailó otra ella sola, una danza que improvisaba según iba sonando la música. Se llama Mary, tiene 14 años y es la mayor de todo Shishu. En realidad tiene un padre adoptivo ya, pero su madre adoptiva murió y como sin ella su casa era un caos decidió volver a Shishu hasta que acabara la escuela.
 ¿Cómo describir la danza india? Tiene unas contorsiones imposibles y todo ello sin perder ni un poquito de elegancia; hacen sonar las tobilleras y hoy era súper gracioso, porque cuando había algún paso que no se sabían, todas seguían a la que manejaba el cotarro, frunciendo el ceño de pura concentración para no perderse.
Hace un par de semanas ya fui a una representación parecida, en una escuela de baile. También eran niños y fue genial; insisto, es increíble que se pueda seguir el ritmo de una música haciendo esos pasos tan complicados.
 El viernes me pegué uno de los sustos más grandes de mi vida. El cielo estaba negro tizón y hacía un calor inhumano. Iba a caer la gorda y nosotros estábamos de camino al dispensario, llegando. Yo, rezando para que aguantara hasta que estuviéramos a cubierto.
En un momento dado hay que cruzar una pasarela que va por encima de la calle. Pues bien, cuando estábamos llegando al otro lado, se oyó un trueno y vimos un rayo caer cerca, y a renglón seguido oímos un estallido y vimos otra luz: un cable había explotado a menos de un metro de donde estábamos.
Me quedé como alelada, confusa; porque en un principio no sabía muy bien lo que había pasado. El estruendo no se parecía a nada de que hubiera oído antes, y lo primero que pensé fue: una bomba. Uno de los voluntarios se reía, pero ni a la otra chica ni a mí nos hizo la menor gracia. El rayo había caído en el patio de un hospital, pero había mucha gente allí y no pudimos ver exactamente dónde.
Cambiando de tema, por fin me he enterado de toda la historia de Regina. A finales de mes la echan a lo peor, dice ella que porque algunas massis tienen celos de ella y se han ido a quejar a la hermana. Dice que la hermana la quiere mucho y eso les fastidia. No sé; pero sí sé que hoy una massi me ha preguntado que dónde estaba mi reloj. Mi reloj que sólo llevé un día a Shishu porque se lo di a Regina al día siguiente de comprarlo. Porque estaba harta de que ella me trajera cosas todos los días y no se me ocurría qué otra cosa ofrecerle. En España no hubiera tenido mayor problema en regalarle algo a una muchacha de su edad, pero en India…los gusto son TAN diferentes que cualquiera se atreve. Total, que espero no haberla liado dándoselo.

Bueno, ¡revolución hoy en el tea time! La nueva voluntaria hablaba perfectamente inglés y bengalí e inmediatamente la hemos puesto a que hiciera de traductora entre massis y voluntarias. Así me enteré de que siempre habían querido hablar conmigo, pero no se atrevían porque no sabían mucho inglés y les daba vergüenza. Ha sido una frustración por ambas partes todo este tiempo. Todas estaban de acuerdo en que les habría encantado haber podido aprender más, pero tuvieron que dejar pronto el colegio. Así que por la tarde compré dos libros de Inglés-Bengalí para que quien quisiera se pusiera al día con la lengua. Y como no quería que volviera a pasar lo del reloj, se los di a la hermana para que los repartiera ella.
Regina me explicó haciendo la colada que ella sólo sabe leer y escribir bengalí. La otra massi que trabajaba con nosotros nos comunicó ufana que ella sí que sabe algo de inglés y dijo que sus hijos también. Regina agachó la cabeza y al cabo de un rato dejó de lavar ropa y se fue a sentar. Cogió una Biblia que una monja había dejado allí cerca y la abrió. Me senté a su lado. “English”, dijo. Se señaló a sí misma y añadió: “No”. Con voz triste. Había un mapa de Israel. “Map”, señaló. Entre Esther y yo le intentamos explicar dónde estaba la India y dónde España. Se ha quedado con la idea de que debemos de venir de muy lejos.
 Esther es una nueva voluntaria, y sólo nos aceptan a ella y a mí para hacer la colada. Christa, que lleva casi un mes en Shishu, quiso unirse hoy y una de las massis no la dejó.
Todas asumen que mi prefe es Regina. Pero tampoco es justo. Es mi prefe porque es la única que se dignaba a hablar conmigo. Porque al principio eran la mar de rancias, me ha costado muchísimo ganármelas, y con ella nada. Le hacías cuatro bobadas y enseguida te seguía el juego. Hoy me he reído muchísimo en la canción de inicio de jornada. Canta genial, pero la canción es aguda a más no poder y tenía que carraspear todo el rato. Christa y yo nos mirábamos y nos teníamos que reír; contagiábamos a Regina; entonces las otras massis la reñían; ella se ponía seria y me daba un codazo para que paráramos nosotras también, pero no había manera. Por cierto que no está segura de su edad porque la recogieron las monjas cuando era pequeña y ellas la criaron. No sabe si encontrará trabajo; pero Ankita (la voluntaria traductora) me dijo off the record que iba a ser muy difícil, porque la gente no quiere contratar a viudas. Creen que trae mala suerte, Y estoy preocupada por ella, ¿Qué va a hacer si no?

Tuesday 12 July 2011

Algunas fotos

Darjeeling


 Recolectando té

 Templo budista

 Newmarket (Kolkata)


 Las niñas de Shishu Bavan. Espectáculo de danza



Mercado

Saturday 9 July 2011

City of Joy

22 de junio

Ayer me pasó una cosa curiosa: estaba durmiendo la siesta tranquilamente en mi cama cuando de repente se abrió la puerta y escuché, “HELLO!” Y era una española a la que no esperaba ver hasta hoy, y menuda ilusión me hizo, que parecía que la conocía de toda la vida. Pero no fue todo; por la tarde fui a comprar mi billete de tren para Delhi (cuatrocientas veintiséis rupias; si lo llego a saber, prontito pago casi cien euros de avión de Delhi a Calcuta) y también estaba allí otra chica con la que había coincidido en Calcuta y en Darjeeling: ¡la India es desde luego un pañuelo!
Cambiando de tema no se ha vuelto a saber del monzón: llueve a ratos, sí; pero ya no se inundan las calles. Hemos vuelto al dispensario y al final no ha sido para tanto. Es verdad que las heridas están reblandecidas por el agua, pero los pacientes se encuentran todos bien; bueno, todos menos una mujer: tiene una capa de pus de tres centímetros de grosor. Cuando la médico la vio, le dijo que allí no se podía hacer nada, que tenía que ir a Kalighat, el hospital que tienen las Misioneras de la Caridad para los que están peor. La mujer dijo que ni hablar. Intentamos razonar con ella y al final accedió: dijo que iba un momento al baño y que ahora volvía. Por supuesto, ni rastro de ella. Han pasado dos días y no la hemos vuelto a ver. Si no va pronto a un hospital, la pierna se le va a gangrenar y se la tendrán que amputar.
No entiendo por qué se negaba a ir a un hospital. Ella señalaba el cielo y decía que pasaría lo que Dios quisiera que pasase. Pero, ¿qué hay de malo en ayudar un poco a Dios a que cumpla su voluntad?
 No es la primera que viene y le da igual perder la pierna: había un hombre que sufría tanto cuando le curábamos su herida (que le corría a lo largo de toda la tibia y tenía una profundidad de unos dos centímetros) que decía que prefería que se la cortásemos.
No sé cómo decir esto de una manera suave, así que aquí va: en mi vida había visto tantos… vamos a decir discapacitados, como los que he visto en estos dos meses en Calcuta: gente que se arrastra en una especia de patinete porque no tiene piernas, o las tiene tan pequeñas que no le sirven; mancos, cojos, ciegos, leprosos…
Es algo tan habitual que supongo que hay como una especie de resignación generalizada, y si te toca cortarte un brazo o una pierna, pues solo serás uno más de tantos. Además, para hacer esas minusvalías más visibles, van por la calle golpeando cacharros de cocina, cantando a voz en cuello o incluso con altavoces. Uno de los que venía al dispensario se quitaba la venda que tan primorosamente le habíamos colocado para que se le vieran mejor las heridas y así dar mas pena. Le salió el tiro por la culata, porque una vez se le ocurrió pedirle dinero a una de las que trabaja en el dispensario (no la había reconocido, o eso espero, porque si no qué pocas luces gastaba el hombre), y ella le dijo que si lo volvía a ver llegar sin vendas, no lo curaba más.
A todo esto, el culebrón en Shishu Bavan sigue. Regina tiene oficialmente en su contra a casi todas las massis y desde luego a la sister al mando. Ayer empezó a discutir con ella, gritándole, y todas las mujeres le chillaban para que se callara y no le contestara a la hermana, pero ella erre que erre, y al ver que tenía todo el mundo en contra, empezó a llorar. Era como una niña malcriada, que se enfada porque no consigue lo que quiere. Yo pensé de verdad que la hermana la iba a despedir, porque no paraba de gritar, así que la cogí del brazo y me la intente llevar de allí, pero se soltó de un manotazo y siguió a lo suyo otro ratito más, hasta que se cansó y se fue a hacer sus tareas. No dejó de gritar en toda la mañana. No sé qué le pasará por la cabeza estos días.
En fin, ayer también fui a misa y bueno, me parece que no os he contado cómo son las misas aquí. Para empezar no hay bancos, así que te sientas y te arrodillas en el suelo. Las novicias se ponen en un lado de la capilla, las monjas en otro, y los voluntarios en otro. En la puerta hay una estatua de la Madre Teresa sentada de lado en el pavimento, al uso de las Misioneras, rezando.
Para los no católicos, durante la bendición de la ostia, la gente está de rodillas. Aquí también, pero cuando suena una campana, todos se inclinan hacia delante, hasta tocar el suelo con la frente. Me recuerda a los musulmanes en las mezquitas. No sé, hay muchas cosas que se han adaptado a la cultura india. Por ejemplo, las monjas no llevan hábitos normales, llevan un sari. Y volviendo a la misa, durante la celebración hay un momento en que se desea la paz a los que te rodean. En España les das la mano o, si es gente cercana a ti, le das dos besos. Aquí no: aquí juntas las palmas de las manos en un silencioso namaste y te inclinas respetuosamente en la dirección del que saludas.
La novicia que está empeñada en que vaya a misa me vio y a través de la sala me envió su namaste. Luego me dijo que todas las noches reza por mí y me sentí muy bien al oírlo. Como… protegida. La sensación no dura mucho; unos tres segundos, pero oye, son tres segundos la mar de agradables.
 Esa hermana estuvo ayer cuidando a una niña que tiene epilepsia. Por la mañana le había dado un ataque y estaba rendida; había tenido convulsiones y había perdido el conocimiento. Ahora tenía fiebre y dormía. La hermana le sostenía un pañuelo húmedo en la frente y la acunaba. En voz baja me explicó que la mayoría de los niños de Shishu tienen alguna enfermedad. Su sistema inmunológico es bastante frágil. La sister al cargo se suele pasar la mañana atendiéndolos en la enfermería. Y es que si uno coge una enfermedad, el resto de la clase la contrae acto seguido. Y luego están los golpes que se arrean unos a otros. Porque menudos mamporrazos se pegan: si uno le quita un juguete a otro, el que se queda con las manos vacías corre detrás del ladrón y le suelta una galleta donde primero le alcance.
Aparte que muchos son un poco suicidas; se ponen a saltar en una colchoneta gigante que tienen y no se dan cuenta de que aunque enorme no es infinita, que en algún momento se acaba, así que los angelitos saltan con todas sus ganas y claro, luego se pegan unos porrazos espectaculares.

26 de junio

Hemos ido a ver una película de Bollywood, Ready; y toda una experiencia. Para empezar las canciones son súper conocidas, las conocía hasta yo; están en los tuc tucs que pasan a tu lado en la calle, en los móviles de todos los viandantes; vamos, que es imposible no conocerlas. Cuando salía una de estas canciones, la gente se ponía a aplaudir, a silbar y a cantar con un deleite que era para verlo.
 La película por supuesto era en hindi (o en bengalí; que todavía no sé distinguirlo) y cuando salí de allí tenía un dolor de cabeza espectacular por intentar entender lo que decían. No sé qué leches esperaba entender, si no había ni subtítulos; el caso es que después de tres horas de película estaba para el arrastre. Encima no era la típica película bollywoodiense que es sota caballo y rey, no. Nos tocó la complicada. Un desastre, pero la mar de divertido. En medio de la película el protagonista se puso a mear contra una pared y en la pantalla salió escrito: pee break. O sea, que cuando hicieron la película, ya la rodaron calculando esta pausa tan importante para las vejigas del pobre público que no sabía que la película duraba tres horas. Ah y otra cosa que me hizo muchísima gracia fue cuando el protagonista, un cachas cuyas camisetas parecían a punto de explotar, se quedó con el torso al descubierto y la gente (hombres en abrumadora mayoría) se volvió como loca: simplemente genial.

Thursday 7 July 2011

Con un poco de retraso...

21 de junio
Trece días: ¡me quedan trece días en Calcuta! Y de repente descubro que es adictiva; que le he tomado cariño y que no me quiero ir: toma ya; quién me lo hubiera dicho esa primera semana en que no sabía en donde meterme:
me encanta ir a trabajar a Shishu; me lo paso pipa yendo de aquí para allá;  le he pillado el tranquillo y ya no hay marcha atrás, me encanta. Me he esforzado por ganarme a las massis aprendiéndome sus nombres; tarea nada fácil cuando tienen Nombres como Dipali; Sunitja; Nirmala; Bjalou; etc. Y tengo mi favorita, claro: Regina. Ya que no puedo tener un niño favorito, por lo menos una massi favorita. No tiene ni idea de inglés y yo por supuesto de bengali tampoco, así que nuestras conversaciones son un cuadro. Me lleva a rastras cuando las massis se reúnen para rezar, me pega manotazos si ve que cruzo los brazos durante la oración, y me riñe si ve que me quito el bindi (el lunar rojo que suelen llevar en la frente).
Me quiere indianizar  a toda costa; ayer se empeñó en redecorar mi pulsera (su apaño se ha roto;  así que me ha dicho que mañana me traerá un hilo para arreglarlo) y hoy me ha plantado dos horquillas en el pelo. Su gran ilusión es que vaya un dia vestida con un sari, pero todavía no he conseguido hacerle entender que no vale la pena porque no me lo pondría JAMAS en España. Tiene veintisiete años, es viuda y tiene un hijo de nueve años; por Dios, ¡si solo me lleva tres años! Se sabe que es viuda porque ya no puede llevar el bindi rojo; como mucho puede dibujarse un lunar negro.
Hoy estaba fuera de sí con otra massi. A ver, normalmente siempre se gritan entre ellas, así que al principio no noté nada raro. Pero de repente, las tres hermanas que estaban haciendo la colada la rodearon y la intentaron calmar; ella por supuesto no les hacía ni caso y seguía dando voces. La hermana en cargo dijo que desistía; que estaba mal de la cabeza y que cuando se ponía así no había nada que hacer. La verdad es que estaba irreconocible; su alegría habitual se había esfumado completamente.
No es la primera vez que se enfada con esa massi; el otro día nos dijo algo malo de Regina y cuando le pedimos a una niña que nos tradujera, Regina no quiso. Además se puso muy triste, y como es mi favorita, pues ahora la otra me cae muy mal. También es cierto que tiene cara de mala leche y eso quieras que no te condiciona.
Hoy estoy hecha polvo: quise levantarme para ir a misa, pero no pude (sí, está hecho, ya que me quedan tan pocos días, ¿por qué no ir?). En la lavandería estaba hoy la hermana que el primer día se empeñó en que rezara el rosario con ella. Como vio que ya me lo sabía, directamente y me preguntó que por qué no me metía a monja. Me quedé en estado de shock. Le dije que no y me preguntó, ¿pero por qué no?

¿Por qué no? Podría haberle dicho mil cosas: porque Dios libre al mundo de una monja como yo; porque a ver quién me tiene a mí encerrada en un convento, levantándome a las cuatro de la mañana para rezar, teniendo que obedecer todo lo que se me diga sin rechistar. ¡Si llevo tres días seguidos yendo a misa y es mi récord personal! Pero bueno, básicamente, porque no. Total que sólo se me ocurrió responderle que no era lo suficientemente buena persona para ser monja. La discusión quedó ahí y más tarde, mientras yo estaba cambiando las sábanas, entró ella en la habitación. La saludé y me aparté para dejarla pasar. Me sonrió, me tocó la cara y a lo Jesucristo Superstar me dijo: sí que eres lo suficientemente buena.
Una amiga mía se ha reído ya de mí y me ha dicho que tenga cuidado, que voy a volver con el cerebro lavado.
No es eso para nada: es que estas monjas son diferentes. Creen de verdad en lo que hacen, y son felicísimas haciéndolo. Tienen tanta fe, tanta paz interior, que te la transmiten de sólo estar con ellas. Yo soy un poco cínica con respecto a la Iglesia católica, pero aquí no puedo; y cuando la sister me dijo eso, sentí que tenía que explicarme. Le dije que yo admiraba la capacidad de sacrificio que tenían ellas todas, pero que yo no tendría fuerzas para llevar la vida que llevan ellas. Me contestó que era normal, que esa fuerza te la da Dios cuando te llama. Claro, le dije; entonces lo que pasa es que a mí todavía no me ha llamado. Y ahí ya me aclaró ella: no tiene por qué ser para monja, ¿eh? Yo, obviamente, aliviada.
Por cierto que ha sido la primera persona que me pregunta mi nombre: es curioso; yo partiéndome la cabeza con la gente; y aquí les da tres leches: mira que solo somos dos voluntarias, ¡que no es difícil! Pues no; con el “aunty, aunty” tienen suficiente. Que una lleva mes y medio aquí y que ya era para que te llamaran por el nombre, pero no. Solo Regina y ahora esta sister lo saben. Frustrante, cuanto menos. 
Me dura el efecto tranquilizador de la hermana Ciara (se llama así). Me encantaría poder guardarlo en algún lado, un sitio que esté bien cerrado; no sé, envasarlo al vacío estaría bien, para que no se disipara ¿entendéis a lo que me refiero?
Estoy mala; tengo un resfriado atroz porque no hay día en que no me moje tres o cuatro veces; estoy hecha polvo continuamente y sin embargo trabajando me viene una energía de no sé dónde; una alegría que hace que siempre tenga una sonrisa en la boca… Esto lo hace la India nada más. Por eso no me quiero ir.

Saturday 18 June 2011

Monzón


17 de junio
¡¡El monzón ha llegado!! Y Calcuta es una charca de agua que si no se vacía pronto se volverá fétida, maloliente, insalubre y todos los sinónimos que se os ocurran que impliquen que no es sano andar por ella.
Esta mañana me levanté para ir a misa (como prometido) a las cinco y media y ya empezaba a llover. Son las dos y media de la tarde, y no ha parado desde entonces. Al salir de trabajar, una de mis compañeras no quería andar de vuelta al centro y hemos cogido un taxi para ir a comer a un restaurante. En el restaurante estaban sacando agua a cubos, así que han tardado una hora en servirnos, cuando normalmente tardan quince minutos. El sitio en cuestión está a cinco minutos de mi hotel, así que al acabar me dije que para qué coger un taxi. ¡A andar! Ingenua de mí, cuando he conseguido llegar parecía que venía de la guerra. En Sudder Street el agua llegaba por encima de la rodilla y he estado a punto de caerme (sólo de pensarlo se me ponen los pelos de punta, puaj) un par de veces porque como no ves NADA (el agua tiene un color bastante sospechoso, y no quiero ni empezar a pensar por qué será), pues te tragas aceras y hoyos, amén de objetos varios que anden flotando por ahí. Asqueroso. Y todavía he tenido suerte. Una voluntaria que trabaja también en Shishu Bavan me ha dicho que ella volvió andando. A los dos minutos tuvo que coger un rickshaw porque el agua le llegaba a la cintura. ¡A la cintura! Se supone que mañana tengo que pasar por ahí para ir a trabajar. Y hablando de trabajar, esta tarde tenía dispensario. Pero el dispensario está en un bajo y estará más que probablemente anegado. No vamos a ir porque no podemos trabajar allí, pero yo me pregunto: ¿qué va a pasar con esa gente? Con las heridas que tienen en las piernas, que las tienen en carne viva, ¿cómo se pondrán esas úlceras cuando no les quede otra que andar por calles anegadas de agua pútrida? Tenemos que encontrar una manera de poder tratarles. Ahora es cuando están en más peligro.

17 de junio, un poco más tarde
Antes de que se me olvide. Otra palabra para el diccionario: CAT. Significa… ¡cama! Curioso.
Bueno efectivamente no hemos podido ir a trabajar. Peor aún, como bien ha dicho Bárbara, una de las doctoras que está en el dispensario conmigo, dime tú de qué sirve curarles. Si viven en la calle y en dos minutos, con el agua, la venda se le va a quitar y la herida se le va a infectar de todas. Hasta que el monzón no pase, no tiene sentido. ¡Por Dios! Qué impotencia. Además, el dispensario está pegando con un slum. Una voluntaria ha estado en la zona esta mañana y me ha dicho que el agua llevaba una cantidad de porquería… ingente. Vamos, que peor no podía ser. 
La paradoja es que como estamos obligados a quedarnos en el hotel, los voluntarios hemos organizado una tarde de lo más… frívola. Hemos decidido preparar un cubo de sangría (tropical, con mango y plátano, riquísima nos ha quedado). Nos hemos atrincherado y para no tener que volver a pasar por las calles anegadas hemos encargado comida por teléfono. Pero antes, un chico y yo hemos salido a comprar lo necesario para la sangría. Como buena española, estaba yo al cargo de prepararla. Tenía las zapatillas de deporte mojadas todavía de por la mañana, así que he cogido las chanclas.
Dos metros. Dos metros me han durado las jodías. A los dos pasos se han roto y he tenido que quitármelas y hacer el resto del camino… ¡descalza! Descalza en Calcuta. (Definitivamente, mi madre me mata. Mamá, lo siento, no me quedaba otra, ¡no tenía más zapatos!!Y te prometo que según he llegado a casa me he lavado a conciencia con mucho, mucho jabón).
Curiosamente, me hubiera dado mucho asco andar descalza en la Calcuta seca de ayer. Pero hoy, como era como meterte por un pantano, pues ni tan mal. Obviamente no me quiero parar a pensar en lo que he pisado, una quiere mantener una cierta tranquilidad mental un poco más. Pese a todo, insisto: podía haber sido peor.
He estado a punto de caerme otra docena de veces más y la gente por la calle hoy estaba de lo más graciosa: “¡Hello! ¡Hello! Do you like India? Good weather, eh?”. Será como el humor inglés, que no le pillo la gracia. ¿Podremos ir mañana a trabajar? Ni idea. De momento hoy no he salido ni para Internet. El cyber está a unos cien metros, pero el agua te sobrepasa la rodilla y definitivamente… no compensa. Ya iré mañana.

Wednesday 15 June 2011

Lugareña


14 de junio
Llevo más de cinco semanas en India y una ya siente que tiene la vida hecha aquí. Por la mañana, desayuno en la Mother’s House con todos los voluntarios. El desayuno, chai (té con leche), pan de molde (seco) y un plátano (con suerte grande, pero los he visto del tamaño del dedo corazón, jamás los había visto tan pequeños). Luego se reza un par de oraciones, se canta una canción y se despide a los voluntarios que se vayan a marchar ese día. Esa es la parte más triste.
Serán las circunstancias, será el tipo de gente que viene a hacer voluntariado. El caso es que las relaciones que se establecen aquí no siguen el proceso de una relación normal. Trabajas un día con un nuevo voluntario y ya te vas con él (o ella, pero no voy a estar poniendo él/ella cada vez, así que de ahora en adelante ya sabéis) a comer, a visitar algo y puede que incluso a cenar. Si encima se organiza una quedada, pues ya has pasado el día entero con él. A los dos días ya estás lista para compartir habitación con él, lo que jamás harías en España.
Pero las conversaciones que se tienen aquí… esas conversaciones tienen mucha culpa. Hablas de cosas que apenas mencionas en España o de donde vengas. Hablas de Dios, de la vida, de tu futuro, de qué te impulsó a venir a la India. De hecho, hoy ha sido una de las pocas veces que he hablado sobre salir de fiesta. Parece algo tan trivial aquí, tan… que no viene a cuento, vaya. El caso es que se crean lazos muy fuertes entre los voluntarios.
Y claro, cada día llegan nuevos voluntarios, pero también cada día se van. Es como la vida misma, unos llegan y otros se van, y la vida sigue igual, un día te llenan la existencia y al día siguiente ya no están, lo notas por un rato pero luego enseguida te adaptas a la nueva situación. Conoces mucha gente, y cada persona te enriquece un poco más, porque compartes cosas importantes. Ayer, por ejemplo, junto con una chica española y otra chilena, nos sentamos a decidir nuestro futuro. Así, tal cual. Compramos unas cervezas, preparamos papel y lápiz, y nos pusimos a hacer la famosa lluvia de ideas para averiguar qué queríamos de nuestra vida. No sé, es algo que no te paras a hacer en España con dos perfectas desconocidas.
Sigo con la rutina de cada día, que si no me pongo sentimental. El desayuno es hasta las siete y media. A las 8 se empieza a trabajar. A las diez es el tea time, y normalmente las masis (las mujeres que trabajan con las Misioneras de la Caridad que no son monjas) cinco minutos antes ya te están echando para que vayas a por tu té. A veces parece que les molestamos más que les ayudamos. Sobre todo los primeros días. Tienen un sistema de trabajo determinado y el hecho de que estés revoloteando alrededor las pone de los nervios. Pero claro, te intentan decir algo en bengalí y te quedas igual, y es muy frustrante. Al principio. Luego le pillas el truco y hasta aprendes algunas palabras, las más básicas. Suficientes para comunicarte con ellas. Mi típica conversación sería:
Yo: good morning, sami. Amalam Sara. Today (gesto con el brazo indicando hoy, o eso espero), wash? (gesto haciendo como que lavo)
Sami: aa (gesto típico indio, ladean la cabeza para decir que sí, que vale, pero hasta que lo pillas sufres unos cuantos malentendidos, porque parece que dice que no). Chalo!
Ya.
(He dicho básico).
Bueno pero aquí va un diccionario de las palabras que sé.

Amalam: me llamo
Ami: yo
Aste: espera, para.
Bos: siéntate (muy útil para las clases de los más chicos, pequeños diablos…)
Calque: mañana
Chalo: venga, vamos
Donovat: gracias
Kana: comer
Jamba: cabra (hay una palabra casi idéntica a jamba que significa beso en bengalí, pero sólo consigo acordarme de esta).
Pani: agua

Y ya. Pero no solo hay que aprender bengalí. También hay que aprender a rezar en inglés. O a mí por lo menos me ha tocado. La semana pasada, mientras hacía la colada (de los 70 niños que hay en la casa en que trabajo, Shishu Bavan), estaban conmigo dos monjas. Para aprovechar el tiempo, se pusieron a rezar el rosario y me invitaron a rezarlo con ellas. Yo les dije que no sabía y ellas me dijeron que no pasaba nada, que lo rezara en mi lengua. Insistí en que no sabía, ni siquiera en mi lengua, y me preguntaron sorprendidas, ¿pero tú no eres católica? Yo no sabía dónde meterme, les dije que sí, sólo que no muy buena. Entonces decidieron poner en práctica su nombre (Misioneras de la Caridad) y convertirme en una católica como Dios manda.
Hacer la colada no es fácil. Y era mi primer día. Te meten en una pila enorme que llenan de agua (y de ropa) y tienes que saltar y hacer jogging (así me lo dijeron, literalmente) encima de la ropa. Si encima lo haces aprendiendo a rezar el rosario en inglés, te mueres. Trastabillando, preguntando cada dos por tres qué tocaba rezar, cuántas veces había que decirlo, cómo se decía en inglés, llegó la hora del tea time más rápido que nunca. Pensé que la cosa quedaba ahí. Ingenua de mí. Ayer, mientras raspábamos camas (todavía quedan. La hermana me dijo la semana pasada que en dos semanas se acababan. Hoy me ha vuelto a decir lo mismo. Y yo no dejo de ver camas con la pintura quitada. Creo que sueño con ellas) vino una de esas monjas. Me propuso rezar el rosario, ya que yo le prometí aprender a hacerlo. Digamos que lo prometí con la boca chica, no pensé tener que ponerlo en práctica. Así que me tuvo que volver a guiar durante todo el rezo. No es que me riñera por no haberlo aprendido, faltaba más. Pero la cara de decepción que puso me partió el alma y esta mañana antes de ir a Shishu Bavan me dediqué a memorizar el Padre Nuestro en inglés. Y mira tú por dónde, hoy no vino a rezar conmigo. Así que cuando me la crucé yo toda orgullosa se lo recité. Según acabé, me dijo: ¡Muy bien! Ahora podrás venir todas las tardes a rezar el rosario (todas las tardes, a las seis y media, muchos voluntarios van a la Adoration, a rezar el rosario). Yo ya estaba arrepintiéndome interiormente de haberme aprendido la oración cuando de repente se le iluminó la cara y me dijo, ¡y a la misa de la mañana también!
Ah, no. La misa de la mañana no. Es a las seis de la mañana y las seis es MUY temprano para mí. Me volvió a poner su cara de decepción y me volvió a partir el corazón, pero siendo realistas no iba a ir, así que como pude le dije que no.
Hay muchos voluntarios que se levantan a las cinco y media para ir. Yo me levanto una hora más tarde. Suena muy temprano, pero en realidad no es tanto, porque amanece muy pronto. En todo caso, me costaría mucho tener que levantarme una hora antes para ir a misa. Y muchos voluntarios sí que lo hacen porque son mucho más católicos que yo. También los hay ateos, pero la mayoría son buenos católicos. Sobre todo me impactan los americanos. Os acordáis de las mujercitas, ¿no? Pues son de un estilo. Cuando vamos al restaurante todos juntos, suelo ser la única que no da gracias antes de empezar a comer. Te sientes hasta mal.

15 de junio
Según he entrado a trabajar, la monja ha venido directamente a mí y me ha dicho que no he ido a misa esta mañana. Ha vuelto a poner esa cara que me parte el alma. Y me ha dicho que ha rezado por mí (es oficial, soy una oveja descarriada). Me he sentido tan mal que ya le he dicho a mi compañera de habitación que el viernes sin falta me levanto con ella. Iré a misa, hala. Está decidido. Pero sólo una vez, ¿eh? Cualquier cosa con tal de que no me vuelva a poner esa cara.
Por cierto que el viernes viene el monzón. Lleva avisando un par de días, que ha llovido más de lo normal. Por lo visto la calle de mi hotel es una de las que peor se ponen. Quizás sólo podré salir en rickshaw, el carrito tirado por un hombre, pues son los únicos vehículos que pueden andar por las calles anegadas por encima de la rodilla. A lo mejor en España te meterías. Aquí sería un suicidio, con toda la mierda que hay acumulada en las calles. Total, que no nos va a quedar más remedio que usar el rickshaw para ir a trabajar, probablemente. Hoy ya lo hemos cogido para volver al hotel. Vas como un maharajá ahí arriba, pero te sientes fatal de ver al pobre hombre tirando de ti como si fuera un buey. Por otra parte, de todos los que se dedican a los medios de transporte, son los más pobres, y si no los usas se mueren de hambre. Están todos esqueléticos. ¿Qué hacer? Menos mal que con el monzón, con esto de que son los únicos que pueden andar por las calles, se forran.

Monday 6 June 2011

Darjeeling, la puerta del Himalaya


6 de junio
Hay muchísimas agencias de viaje en Sudder Street. Muchíisimas. Y todas ofrecen billetes de tren a Darjeeling. Pero a nosotras nos habían dicho que nos iban a cobrar una comisión de 200 rupias (que vienen a ser menos de cuatro euros), y por eso, la mar de indignadas por semejante timo, decidimos ser más listas que nadie e ir a la estación de tren a comprarlos nosotras mismas. Así que una tarde después de trabajar cogimos un autobús para Howrah, la estación más grande de Calcuta.
Lo que sigue es verídico. Llegamos allí, aguardamos diez minutos en una cola, solicitamos un billete para Darjeeling. Nos dijeron que era en el edificio adyacente, primer piso. Fuimos al edificio adyacente, primer piso, y nos dijeron que no era en ese sino en el edificio de al lado, segundo piso. Antes de molestarnos en subir las escaleras preguntamos abajo, por si acaso. El billete que buscábamos lo podíamos conseguir en el tercer piso, mostrador número 8. Tras quince minutos de cola en el 8, y de luchar porque nadie se colara (había una señora muy, pero que muy hábil, que acabó pasando primero, y eso que teníamos el mostrador cercado), nos dijeron que era en el 14, en el mostrador especial para señoritas que viajan solas (literal). En el 14 no tuvimos que esperar cola, pero tampoco era allí, así que nos mandaron al 9.
Ya no había más mostradores, tenía que ser ese por fuerza. Pues no. Como éramos turistas, no podíamos comprar el billete en la estación de tren con adelanto, nos informó el señor, todo amabilidades. Teníamos que ir a una dirección por donde Shiva (que estamos en India) perdió la chancla y solicitarlo allí, pero sólo el día antes.
Nos íbamos el martes, así que el lunes, a las 10 menos cuarto (abrían a las 10), ya estábamos allí haciendo cola. A en punto entramos todos empujándonos. Cogimos número y… la electricidad no funcionaba. No consiguieron encender ni un solo ordenador. Llegó un escuadrón de técnicos y tres o cuatro militares, con las metralletas colgando (están por toda la India y les encanta cargar con esos juguetitos). Tardaron una hora y media en arreglarlo. La gente, resignada, se dormía esperando, pero a nosotras nos hervía la sangre. Cuando por fin llegó nuestro turno, ni siquiera pudimos comprarle el billete a Fiona, porque no teníamos su pasaporte. A la tarde, Vivek lo arregló diciendo que él sabía de un sitio donde podría comprar el billete por el mismo precio, pero que entonces tendría que compartir la litera con una de nosotras.
El billete era de coche cama, porque el tren era nocturno. Fiona mide 1,80m, pero es muy delgada, así que, para que no pagara las 200 rupias extras, me ofrecí a compartir litera con ella. No podía ser tan malo, ¿no? Pues sí.
Dejadme explicaros cómo son los coches camas en India. Hay tres literas, con medio metro de altura de diferencia entre cada una. Quien duerma en la superior tiene que tener cuidado de no darse con los ventiladores. No hay donde guardar el equipaje, así que hay que auparlo y compartir cama con él. Fiona y yo pudimos meterlo debajo de la cama, pero dos personas en 60 centímetros de ancho de cama, se mire como se mire, no hay por dónde cogerlo. Diez horas duró el viaje. Diez horas eteeeernas. Cuando salí del tren no podía ni andar de los calambres que tenía en las piernas por haber pasado toda la noche tendida de lado. Me juré que jamás volvería a pasar por lo mismo. Ingenua de mí.
 Acabo de llegar de Darjeeling, esta vez en un autobús nocturno (no había trenes, estaban todos llenos, y este bus lo cogimos de puro milagrito). Volvíamos a Calcuta sólo Fiona y yo, porque Andrea y Karmele se habían ido a Varanasi (la antigua Benarés; han cambiado muchos nombres de ciudades. Por ejemplo Kolkata es Calcuta, Chennai es Madrás, Mumbai es Bombay, etc.). Y en el autobús había gente que no tenía asiento y viajaba de pie. Fiona, santa donde las haya, vio a una mujer así y le ofreció su asiento. La mujer le indicó que cabíamos las tres y ¡ya estábamos como a la ida! Sin aire acondicionado, a los dos minutos estábamos sudando a chorros. Menos mal que la mujer se bajó a las dos horas, porque si tengo que aguantar toda la noche así, me dan ocho mil infartos.
Después de tantos avatares, tengo que decir que a pesar de todo Darjeeling ha merecido la pena. Está arriba del todo, al noreste, entre Nepal, China (o Tíbet, mejor dicho), Bután y Bangladesh. En pleno Himalaya, a 2200 m de altura. La estación de tren está al nivel del mar. El resto lo subes en jeep, por unas carreteras que… yo a la media hora dejé de mirar por la ventana. El paisaje era espectacular, pero el vértigo que te daba también, y cuando venía otro coche y nos teníamos que arrimar a la orilla…ay.
En un momento dado, nos dimos cuenta de que… ¡hacía frío! Por primera vez en un mes sentí la necesidad de ponerme una sudadera. Pero no me había traído ninguna, ¿quién iba a pensar que cambiaría tanto el tiempo? Me he pasado una semana en manga corta con 15º, y muchas veces ha llovido. (Mamá, si lees esto, estoy bien. No he cogido ni un pequeño resfriado. Cómo quieres, con todo el calor que traía acumulado de Calcuta… no me ha hecho falta ponerme absolutamente nada).
Darjeeling es genial. Con decir que es lo opuesto a Calcuta. Era el antiguo lugar de vacaciones de los ingleses, y se nota que es una ciudad rica. Es preciosa, ¡y limpia! Tenía hasta papeleras en las calles, no digo más. Ni un mal olor. Encima, el centro estaba cortado a los coches, así que si queríamos no teníamos que escuchar ni un solo pitido de coches. Lo dicho, el cielo.
Hay muchísimas escuelas, y todos los niños van en uniforme. También tienen una universidad. De hecho, se nota que el nivel de educación de la gente es mucho más alto. Todo el mundo habla muy bien inglés, y era un gran cambio poder comunicarte de verdad con la gente. En Calcuta nunca estás segura de si han entendido bien lo que querías decir. Además nos dio la impresión de que se podía hablar con ellos. Casi no había mendigos, y en las tiendas no eran pesados. Podría seguir dando muchos, muchos detalles.
La mayoría de la gente es de origen nepalí o tibetano. No hablan bengalí. Darjeeling está gobernado por la administración de West Bengal, pero se quieren separar. Han tenido bastantes problemas en el pasado, aunque ahora las cosas están más calmadas y la lucha se hace de manera pacífica, a través de la política. Cada tienda, cada casa, tiene la inscripción y la bandera de “Gorkhaland”, la tierra de los Gorkhas, la región de Darjeeling. Están la mar de concienciados.
Lo mejor de Darjeeling es cuando las nubes se quitan. Entonces, la vista es preciosa. Está rodeado de montañas, de un verde increíble. Hay plantaciones de té hasta donde se extiende la vista. Darjeeling es conocido mundialmente por su té. Hay muchísimas variedades, y la verdad es que está riquísimo. Yo me he hecho adicta. Era toda una novedad poder tomarlo solo. En Calcuta en la mayoría de los sitios lo tomas con leche, es el llamado chai.
Otra novedad eran los pasteles. En Bengala hay una pastelería típica, no sé de qué está hecha pero no sabe nada parecido a cualquier cosa occidental. A mí personalmente no me gusta. En Darjeeling encontramos donuts de chocolate, ensaimadas, tartas, todo al más puro estilo francés. Riquísimo.
Como está tan cerca del Tíbet, la influencia del budismo es brutal. Hay muchísimos monasterios, la mayoría muy modestos, pero preciosos. En cuanto pueda subir alguna foto lo haré, es que aquí Internet es lentíisimo. Visitamos dos, recitamos un mantra, vimos estatuas de Buda y de otra diosa de cuyo nombre no me acuerdo pero que es la diosa de la compasión y del amor, con mil manos y un ojo en cada mano.
El plato fuerte fue Tiger Hill, una montaña de 2300m de altura. No es que sea muy grande. Pero es un mirador único. A las 4 de la mañana se coge un jeep que te deja allí para ver amanecer. Y cuando el sol aparece, la vista es simplemente grandiosa. Nosotros no pudimos ver todo y aún así fue genial. Primero una nube va adquiriendo tonos dorados. Luego, poco a poco va apareciendo el disco solar y conforme va subiendo en el cielo, va iluminando unas crestas u otras. Entre las iluminadas está la de uno de los ochomiles, empieza por K pero ahora no me acuerdo, luego lo miro en Internet. Sólo pude ver esa y otra más. Pero fue absolutamente espectacular.
Cada vez que una cresta aparecía la gente silbaba y aplaudía. Quisimos hacernos una foto de grupo y le pedimos a un lugareño que la tomara. Craso error. Se nos empezó a acoplar gente en la foto, y cuando por fin la sacó, de repente aparecieron una docena de cámaras indias más. Parecíamos actores famosos, todos querían hacerse fotos con nosotros. Especialmente conmigo. Quiero pensar que por mi belleza natural y no por el hecho de ir vestida con pantalón corto, camiseta sin mangas… y una bufanda como chal y otra que me cubría la cabeza. Vamos, que iba preciosa. Qué queréis, eran las cuatro de la mañana y estábamos en plena montaña. Una tiene que cuidar su salud por encima del todo. Y aquí en India la verdad es que todos nos hemos relajado bastante en cuidar nuestro aspecto. Cuanto peor vayas, mejor. Así te miran menos por la calle.
La bajada a Darjeeling la hicimos andando. Eran once kilómetros pero se hicieron muy cortos, paramos dos veces a tomar té, a visitar un monasterio, a hacer fotos del paisaje…
Por la tarde visitamos una plantación de té. Podíamos ir a una pequeñita al lado de Darjeeling o seguir bajando y ver una más grande. El problema cuando queríamos visitar algo que estaba montaña abajo era que siempre pensábamos en la vuelta, cuando todo sería cuesta arriba. Y es que esas cuestas son para echar para atrás a cualquiera. Son prácticamente verticales. Calcuta es todo plano, lo que quiere decir que he estado un mes sin subir una sola cuesta arriba. Así que al segundo día las agujetas me estaban matando. A pesar de todo visitamos la mayoría de las cosas, era tan bonito que merecía la pena. El centro de refugiados tibetanos, pero eso lo dejaré aparte porque llevaría demasiado. El jardín botánico, supuestamente famoso por sus orquídeas, pero no era la estación adecuada. De hecho, por una semana no hemos pillado la estación adecuada. Te frustra bastante pensar que por siete u ocho días no puedes ver un paisaje que se adivina grandioso cuando las nubes se levantan un poco. Así que no hagáis lo que yo. Si alguna vez vais a Darjeeling, que sea de febrero a mayo, o de septiembre a diciembre. Entonces no habrá nubes y podréis apreciar su belleza en su justa medida.
Yo, de momento, ya lo he dejado atrás y estoy de nuevo en Calcuta. Pero la experiencia ha sido tan buena que quizá me plantee otro viaje.

Saturday 28 May 2011

Sunderban


27 de mayo
Acabo de llegar de Sunderban, la reserva natural de tigres de Bengala que está cerca de Calcuta, a unos setenta kilómetros de la bahía de Bengala. La reserva es un conjunto de islas rodeadas por un río de agua salada (sospechamos que porque el agua del mar entra; de hecho, entran delfines con ella, los guías nos enseñaron fotos cuando nos hablaron del viaje, pero por supuesto no vimos ninguno).
Esta reserva es un lugar ideal: jungla, agua…, lo que significa que hay todo tipo de animalitos. Tigres, ciervos, gatos leopardos, cobras, cobras reales, pitones (¿estoy poniendo mucho empeño en las serpientes? Es que vi las fotos y me horrorizaron, eran ¡enormes!), cocodrilos y lagartos (también muy muy grandes).
¿Qué vimos en realidad? Pues con esto de que es una reserva natural, no te aseguran nada. Además, el arbolito más común es el manglar, este que lleva las raíces al aire, y como nos aseguró nuestro guía, es ideal para el tigre, “because you can’t see the tiger, but he can see you”. O sea, que igual hemos pasado a veinte metros de un tigre sin saberlo. Vaya por Dios. Pero bueno, ya íbamos concienciados de que tigres no íbamos a ver. Yo me esperaba alguna serpiente (idea morbosa donde las haya, visto el asco que me dan), algún cocodrilo… Y nada. Lo más a destacar, el lagarto ese (sí que era grande, como un cocodrilo pequeñito), un ciervo, un par de martín pescadores (esos pequeños de un azul muy brillante) y cangrejos. Punto.
Pero ay, qué bien ha sentado salir de Calcuta por dos días. Ayer por la mañana cogimos un tren que a las dos horas nos dejó en un pueblecito. Allí cogimos el “local bus”, o sea, un coche muy grande para que cupiéramos los 16 que íbamos. A mí se me abrieron los ojos como platos cuando descubrí una escalera que llevaba al techo del coche y vi que uno de nuestro grupo se encaramaba a ella. ¡Podíamos viajar subidos ahí! Una irlandesa intentó subirse también pero yo de la emoción me adelanté y la quité de en medio de un empujón (sólo puedo decir que estaba cegada a la par que emocionada por la idea de subir allí, con lo cual mi sentido de la educación tuvo que callarse y esperar a que la cosa se calmase para pedir perdón). Subí y oh qué bien se viaja así. Veíamos pasar los campos, parcelas de sembrados en los que ya se habían recogido el arroz y sólo quedaba gente cuidando de sus cabras y de sus vacas. El paisaje era precioso, el verde de las palmeras, el marrón de la tierra, y los saris de las pastoras diseminados aquí y allá. Arriba te daba el aire en la cara, cerrabas los ojos y olvidabas Calcuta y todo su jaleo, los bocinazos, el gentío de las calles, los empujones, el estrés. No me había dado cuenta de lo estresada que vivía allí hasta que no llegué a este sitio. Ni un ruido. Y qué diferencia con la gente. Nadie te viene a pedir dinero ni comida, sólo te saludan por la carretera y te miran con curiosidad. No te agobian. Porque en las calles de Calcuta, a partir de la décima persona que te pide algo empiezas a perder la paciencia, y a la vigésimocuarta igual le das ya una mala contestación.
Paseando por las aldeas que estaban al lado de nuestro hotel parecía que estábamos en otro país. Había pescadores tejiendo redes, mujeres lavando la ropa, corros de personas charlando delante de una casa… vaya, como en un pueblo normal. Sólo que las casitas eran de barro con el techo de paja, y no había calles sino caminos, embarrados por el chaparrón que había caído un poco antes.
Porque menuda tormenta. Justo llegábamos (en rickshawallah de bicicleta, una bicicleta que arrastra una carreta en la que cabíamos cuatro personas) cuando empezó a llover. Qué bien, qué suerte, mira que si nos llega a pillar, con la que está cayendo, bla bla. En ese momento nos miramos Fiona y yo y dijimos, ¡vamos!, y nos fuimos al embarcadero. Y allí, a pie de agua, con toda la tormenta cayéndonos encima, éramos la mar de felices. Nos habíamos librado del último recuerdo de Calcuta, el calor (tórrido, asfixiante, pegajoso, se me ocurren muchos epítetos y ninguno bueno). De hecho, por primera vez en semanas tenía hasta un poco de frío. Hacía tiempo que no se me ponían los pelos de punta. Y la paz. Sólo el ruido de la lluvia, nada más, porque tampoco te apetecía hablar, sólo cerrar los ojos y sentir cómo la lluvia te caía encima. Estábamos como en las películas, empapadas hasta los huesos, con la ropa que nos pesaba como tres o cuatro kilos de más.
La noche la pasamos cantando canciones con los guías. Uno se había traído una guitarra y tenía muy buen oído, bastaba con que cantaras algo para que te acompañara enseguida. De motu proprio se arrancó con un “Bésame mucho” en honor a las cuatro españolas que estábamos en la expedición. Era bastante cómico, teniendo en cuenta que era medio nepalí medio bengalí, que supiera canciones en español. Se llamaba Vikash y era todo un personaje. Se rió mucho de la interpretación que habíamos hecho de la obra de teatro que habíamos visto en el patio del hotel antes de cenar.
Pongo en antecedentes: tres personajes. Un señor vestido de manera bastante… rocambolesca, con un traje de color rojo brillante y muy maquillado. Una señora (se la ve mayor) y (aquí viene la primera duda) un niño barra niña, no se sabe muy bien qué es. La obra era en bengalí, de ahí que nos intentáramos imaginar de qué iba. Por la manera en que la señora hablaba al niño barra niña, muy muy cerca de su cara, pensamos que a lo mejor eran amantes, con eso de que la edad en el amor no importa y tal. Y el señor rocambolesco, pues bueno, sería el padre del niño o el marido celoso de la mujer o vete a saber, porque no paraba de echar la bronca en general. Y al niño se le veía muy sufriente en sus canciones (cantaban casi todo el rato). Como la cosa iba para largo, decidimos irnos a cenar y preguntar a Vikash de qué iba en realidad.
La verdad es que no habíamos acertado en nada.  Por eso se rió tanto. Resultaba que representaba una leyenda local. En ese pueblo, además de pescadores, había recolectores de miel silvestre. Cada vez que se adentran en la selva, le rezan al dios Benbibi (el señor rocambolesco) y a la otra señora, que no me acuerdo de su nombre. Les rezan para que no les ataquen los tigres.
Les rezan tanto los hindúes como los musulmanes, porque le tienen mucho respeto a los tigres. Y tienen razón, porque son gatitos muy peligrosos que todos los años matan a varios hombres. Algunas veces van a los poblados. Aunque los poblados están fuera de la reserva, y la reserva está protegida por una valla alta, son capaces de trepar por ella. El hecho de que haya un río de por medio no les frena, por lo visto son muy buenos nadadores. De ahí que pidan protección a los dioses para que les eviten sustos con el animal. La reserva tiene a lo largo de su perímetro varias torres de observación. En casi todas hay un espacio dedicado a estas deidades.
De vuelta a Calcuta, nos hemos dado cuenta de que todos venimos quemadísimos. La mayoría llevamos ya dos o tres semanas en Calcuta y nunca habíamos tenido ningún problema. Pero de tanta contaminación que hay en el ambiente, ni siquiera hemos cogido un poco de color. Seguimos exactamente igual de blancos que cuando llegamos. De hecho, hay tanta polución que siempre siempre, en cuanto andas más de diez minutos en la calle, ya tienes las uñas negras. Sin tener que tocar nada.
Hoy no había ningún tipo de contaminación. Y se estaba tan bien visitando la reserva en nuestro barco, surcando los brazos del río, que todos hemos pasado por cubierta y hemos estado un buen rato allí sentados o tumbados, con la brisa dándonos en la cara y con los ojos secos de tanto mirar por si de repente aparecía algún tigre en la orilla.
El regreso ha sido brutal, sobre todo en el momento en que nos hemos montado en el tren. Íbamos en la clase más barata, no tengo muy clara cuál es porque por lo visto hay como siete diferentes. El caso es que es la más popular y claro, se llena… y hasta los topes es decir mucho. Siempre me quise subir a un tren en marcha, como en las películas. Aquí es lo más normal, porque hay tanta gente que no da tiempo a que todo el mundo baje o suba. Para meterte tienes que ser fuerte y empujar mucho. Para salir, te llevan en volandas los de atrás, que se estresan porque ven que no les va a dar tiempo a bajar. El caso es que casi las dos horas de tren las hemos pasado de pie, apretujados como ganado. Así que…welcome back to Kolkata!

Más curiosidades: el símbolo de los comunistas aquí no es la hoz y el martillo, sino la pala y la azada. Lo han personalizado para la India. 

Aventuras varias


24 de mayo
Lo de ser voluntaria se pone cada vez más difícil. Ayer me disponía a ir con mis niños cuando vi a la hermana Juana de Arco (se llama así) moviendo camas de un lado para otro. Le dije que si quería ayuda y me dijo, no no, tú has venido para estar con los niños, este trabajo es muy duro, déjalo… La miré con cara de, vale, eso significa que te ayudo, ¿no? Y ella bueno vale, pero en cuanto te canses o te aburras lo dejas, ¿eh? Allá que me fui a mover camas con ella y cuando acabamos le pregunté, ¿y ahora qué?, y me contestó que todavía quedaban muchas, muchas camas a las que quitar la pintura. Así que por bocazas acabé haciendo lo de todos los días. Aunque lo de hoy adquiere ya tintes distintos.
Hoy había 5 nuevas voluntarias. Cuatro las había reclutado la monja esta que llegará a santa de pura paciencia, y otra la había reclutado yo: Fiona. Las otras cuatro las tenéis que ver. Parecen las Mujercitas de Louise M. Alcott (se lo dije a ellas tal cual). Igualitas, con trenza en el pelo, pañuelo alrededor de la cabeza, muy blanquitas, muy modositas. Me contaron que ellas no eran ni católicas ni protestantes ni nada por el estilo, simplemente cristianas, que en EE.UU. iban a una especie de misa en que alguien leía un pasaje del libro y luego todo el mundo hablaba sobre cómo interpretarlo, y que se cantaban canciones (pero no en plan misa española que como mucho te acompaña el órgano, no; allí van a lo grande y lo mínimo es una guitarra acústica y una batería). Luego salió el tema de llegar virgen al matrimonio (para ser sinceros lo saqué yo; estaba segura de que ellas estaban esperando a casarse para… eso y, efectivamente, eso hacían). Una de ellas ya estaba prometida y bromeaba diciendo que por eso se casaba tan joven (tiene veintitrés). Otra me dijo que estaba científicamente probado que una pareja tenía más posibilidades de éxito cuantas menos parejas hubieran tenido los dos, porque si se había tenido muchas previamente, no había mucha confianza en el otro (en plan ya ha dejado a más personas, por qué no me va a dejar a mí). Entonces, con esta persona (tu primera pareja) pues primero cultivas todo y dejas el sexo para el final, porque si no te centras demasiado en eso y el resto no florece debidamente, según dijo una que ella misma había experimentado (yo parafraseo).
Una no deja de encontrar todo tipo de puntos de vista en los lugares más raros. Porque a todo esto, entre opinión y opinión (éramos dos españolas, una polaca, una canadiense y las cuatro americanas, así que había para todos los gustos), seguíamos quita que te quita pintura amarilla (amarillo viejo, así como de papel que se ha mojado, esta noche me sueño con ella fijo). Pero esta vez la polaca había traído herramientas nuevas, porque no había suficientes. Y todas eran unas lijas de acero, con un borde de sierra y los otros tres afilados.
CATORCE. Catorce cortes en mis dos manitas, que los he contado. Me duele abrir y cerrar el puño, y ya no digo aplaudir (lo he hecho en algún momento del día, no me preguntéis para qué, y he visto las estrellitas).
A la tarde he ido a una ceremonia que sólo se celebra una vez al año. Las monjas de esta orden se comprometen de por vida a ser castas, pobres, obedientes, y atender de todo corazón y gratis a los más pobres de los pobres (tomado literal de sus votos). En la iglesia (sí, ¡he ido a una misa en la India!), no cabía un alfiler, porque estaban todos los familiares y eran muchas las monjas que se comprometían. Luego han firmado y todo. Y luego no sé qué más ha pasado, porque yo había quedado para cenar, iban dos horas de ceremonia y todavía tenía pinta de durar otro rato. Pero creo que no fui la única a la que se le hizo pesado. Lo deduzco porque en el banco que había al lado mío había dos niños tendidos en el suelo durmiendo a pierna suelta y a ambos lados sus madres dormitaban con la cabeza apoyada en el banco de delante. En el lado de los hombres (sí, se sientan separados) pasaba lo mismo, aunque alguno era un pelín cuidadoso y echaba cabezaditas algo más disimuladas.
Total que a las dos horas me fui y tenía treinta minutos para estar de vuelta en el hotel. A la entrada de la iglesia había un rickshawallah de bicicleta aparcado. Desperté al hombre y le dije dónde quería ir, me pidió 30 rupias, me pareció perfecto y me monté. Y me arrepentí al medio minuto. El hombrecito pesaría 50 kilos como mucho, era mayor (o quizá no tanto, después de los 25 años de aquella sami…) y le costaba mucho, pero mucho, pedalear. Nos adelantaba todo kiski y yo estaba sufriendo del esfuerzo que hacía el pobre. Pero es que encima por lo visto no podía salir de una determinada zona, así que me dejó en una parada de taxis (yo, flipada, que aunque tuviera muy mal sentido de la orientación, estaba bastante segura de que aquello NO ERA mi calle), y tuvimos que buscar a un perfecto desconocido para que nos tradujera. Todos los taxis me querían timar y al final encontré a uno que accedió a ponerme el taxímetro, porque no sabía cómo funcionaba lo de Sudder Street, de hecho no conocía la calle, de hecho nos perdimos y de hecho acabé tardando lo mismo en volver (yendo en taxi) que yendo hacia la iglesia (a pata). Me dejo aquí apuntado que nunca coja un medio de transporte público si tengo algo de prisa. No merece la pena tanto sufrimiento.
Nota a pie de página: número de personas en tuc-tuc (scooter de tres ruedas) hoy, 6 (más el conductor). Ni siquiera veía por dónde iba, con una de las Mujercitas sentada encima de mí.