Saturday 28 May 2011

Sunderban


27 de mayo
Acabo de llegar de Sunderban, la reserva natural de tigres de Bengala que está cerca de Calcuta, a unos setenta kilómetros de la bahía de Bengala. La reserva es un conjunto de islas rodeadas por un río de agua salada (sospechamos que porque el agua del mar entra; de hecho, entran delfines con ella, los guías nos enseñaron fotos cuando nos hablaron del viaje, pero por supuesto no vimos ninguno).
Esta reserva es un lugar ideal: jungla, agua…, lo que significa que hay todo tipo de animalitos. Tigres, ciervos, gatos leopardos, cobras, cobras reales, pitones (¿estoy poniendo mucho empeño en las serpientes? Es que vi las fotos y me horrorizaron, eran ¡enormes!), cocodrilos y lagartos (también muy muy grandes).
¿Qué vimos en realidad? Pues con esto de que es una reserva natural, no te aseguran nada. Además, el arbolito más común es el manglar, este que lleva las raíces al aire, y como nos aseguró nuestro guía, es ideal para el tigre, “because you can’t see the tiger, but he can see you”. O sea, que igual hemos pasado a veinte metros de un tigre sin saberlo. Vaya por Dios. Pero bueno, ya íbamos concienciados de que tigres no íbamos a ver. Yo me esperaba alguna serpiente (idea morbosa donde las haya, visto el asco que me dan), algún cocodrilo… Y nada. Lo más a destacar, el lagarto ese (sí que era grande, como un cocodrilo pequeñito), un ciervo, un par de martín pescadores (esos pequeños de un azul muy brillante) y cangrejos. Punto.
Pero ay, qué bien ha sentado salir de Calcuta por dos días. Ayer por la mañana cogimos un tren que a las dos horas nos dejó en un pueblecito. Allí cogimos el “local bus”, o sea, un coche muy grande para que cupiéramos los 16 que íbamos. A mí se me abrieron los ojos como platos cuando descubrí una escalera que llevaba al techo del coche y vi que uno de nuestro grupo se encaramaba a ella. ¡Podíamos viajar subidos ahí! Una irlandesa intentó subirse también pero yo de la emoción me adelanté y la quité de en medio de un empujón (sólo puedo decir que estaba cegada a la par que emocionada por la idea de subir allí, con lo cual mi sentido de la educación tuvo que callarse y esperar a que la cosa se calmase para pedir perdón). Subí y oh qué bien se viaja así. Veíamos pasar los campos, parcelas de sembrados en los que ya se habían recogido el arroz y sólo quedaba gente cuidando de sus cabras y de sus vacas. El paisaje era precioso, el verde de las palmeras, el marrón de la tierra, y los saris de las pastoras diseminados aquí y allá. Arriba te daba el aire en la cara, cerrabas los ojos y olvidabas Calcuta y todo su jaleo, los bocinazos, el gentío de las calles, los empujones, el estrés. No me había dado cuenta de lo estresada que vivía allí hasta que no llegué a este sitio. Ni un ruido. Y qué diferencia con la gente. Nadie te viene a pedir dinero ni comida, sólo te saludan por la carretera y te miran con curiosidad. No te agobian. Porque en las calles de Calcuta, a partir de la décima persona que te pide algo empiezas a perder la paciencia, y a la vigésimocuarta igual le das ya una mala contestación.
Paseando por las aldeas que estaban al lado de nuestro hotel parecía que estábamos en otro país. Había pescadores tejiendo redes, mujeres lavando la ropa, corros de personas charlando delante de una casa… vaya, como en un pueblo normal. Sólo que las casitas eran de barro con el techo de paja, y no había calles sino caminos, embarrados por el chaparrón que había caído un poco antes.
Porque menuda tormenta. Justo llegábamos (en rickshawallah de bicicleta, una bicicleta que arrastra una carreta en la que cabíamos cuatro personas) cuando empezó a llover. Qué bien, qué suerte, mira que si nos llega a pillar, con la que está cayendo, bla bla. En ese momento nos miramos Fiona y yo y dijimos, ¡vamos!, y nos fuimos al embarcadero. Y allí, a pie de agua, con toda la tormenta cayéndonos encima, éramos la mar de felices. Nos habíamos librado del último recuerdo de Calcuta, el calor (tórrido, asfixiante, pegajoso, se me ocurren muchos epítetos y ninguno bueno). De hecho, por primera vez en semanas tenía hasta un poco de frío. Hacía tiempo que no se me ponían los pelos de punta. Y la paz. Sólo el ruido de la lluvia, nada más, porque tampoco te apetecía hablar, sólo cerrar los ojos y sentir cómo la lluvia te caía encima. Estábamos como en las películas, empapadas hasta los huesos, con la ropa que nos pesaba como tres o cuatro kilos de más.
La noche la pasamos cantando canciones con los guías. Uno se había traído una guitarra y tenía muy buen oído, bastaba con que cantaras algo para que te acompañara enseguida. De motu proprio se arrancó con un “Bésame mucho” en honor a las cuatro españolas que estábamos en la expedición. Era bastante cómico, teniendo en cuenta que era medio nepalí medio bengalí, que supiera canciones en español. Se llamaba Vikash y era todo un personaje. Se rió mucho de la interpretación que habíamos hecho de la obra de teatro que habíamos visto en el patio del hotel antes de cenar.
Pongo en antecedentes: tres personajes. Un señor vestido de manera bastante… rocambolesca, con un traje de color rojo brillante y muy maquillado. Una señora (se la ve mayor) y (aquí viene la primera duda) un niño barra niña, no se sabe muy bien qué es. La obra era en bengalí, de ahí que nos intentáramos imaginar de qué iba. Por la manera en que la señora hablaba al niño barra niña, muy muy cerca de su cara, pensamos que a lo mejor eran amantes, con eso de que la edad en el amor no importa y tal. Y el señor rocambolesco, pues bueno, sería el padre del niño o el marido celoso de la mujer o vete a saber, porque no paraba de echar la bronca en general. Y al niño se le veía muy sufriente en sus canciones (cantaban casi todo el rato). Como la cosa iba para largo, decidimos irnos a cenar y preguntar a Vikash de qué iba en realidad.
La verdad es que no habíamos acertado en nada.  Por eso se rió tanto. Resultaba que representaba una leyenda local. En ese pueblo, además de pescadores, había recolectores de miel silvestre. Cada vez que se adentran en la selva, le rezan al dios Benbibi (el señor rocambolesco) y a la otra señora, que no me acuerdo de su nombre. Les rezan para que no les ataquen los tigres.
Les rezan tanto los hindúes como los musulmanes, porque le tienen mucho respeto a los tigres. Y tienen razón, porque son gatitos muy peligrosos que todos los años matan a varios hombres. Algunas veces van a los poblados. Aunque los poblados están fuera de la reserva, y la reserva está protegida por una valla alta, son capaces de trepar por ella. El hecho de que haya un río de por medio no les frena, por lo visto son muy buenos nadadores. De ahí que pidan protección a los dioses para que les eviten sustos con el animal. La reserva tiene a lo largo de su perímetro varias torres de observación. En casi todas hay un espacio dedicado a estas deidades.
De vuelta a Calcuta, nos hemos dado cuenta de que todos venimos quemadísimos. La mayoría llevamos ya dos o tres semanas en Calcuta y nunca habíamos tenido ningún problema. Pero de tanta contaminación que hay en el ambiente, ni siquiera hemos cogido un poco de color. Seguimos exactamente igual de blancos que cuando llegamos. De hecho, hay tanta polución que siempre siempre, en cuanto andas más de diez minutos en la calle, ya tienes las uñas negras. Sin tener que tocar nada.
Hoy no había ningún tipo de contaminación. Y se estaba tan bien visitando la reserva en nuestro barco, surcando los brazos del río, que todos hemos pasado por cubierta y hemos estado un buen rato allí sentados o tumbados, con la brisa dándonos en la cara y con los ojos secos de tanto mirar por si de repente aparecía algún tigre en la orilla.
El regreso ha sido brutal, sobre todo en el momento en que nos hemos montado en el tren. Íbamos en la clase más barata, no tengo muy clara cuál es porque por lo visto hay como siete diferentes. El caso es que es la más popular y claro, se llena… y hasta los topes es decir mucho. Siempre me quise subir a un tren en marcha, como en las películas. Aquí es lo más normal, porque hay tanta gente que no da tiempo a que todo el mundo baje o suba. Para meterte tienes que ser fuerte y empujar mucho. Para salir, te llevan en volandas los de atrás, que se estresan porque ven que no les va a dar tiempo a bajar. El caso es que casi las dos horas de tren las hemos pasado de pie, apretujados como ganado. Así que…welcome back to Kolkata!

Más curiosidades: el símbolo de los comunistas aquí no es la hoz y el martillo, sino la pala y la azada. Lo han personalizado para la India. 

Aventuras varias


24 de mayo
Lo de ser voluntaria se pone cada vez más difícil. Ayer me disponía a ir con mis niños cuando vi a la hermana Juana de Arco (se llama así) moviendo camas de un lado para otro. Le dije que si quería ayuda y me dijo, no no, tú has venido para estar con los niños, este trabajo es muy duro, déjalo… La miré con cara de, vale, eso significa que te ayudo, ¿no? Y ella bueno vale, pero en cuanto te canses o te aburras lo dejas, ¿eh? Allá que me fui a mover camas con ella y cuando acabamos le pregunté, ¿y ahora qué?, y me contestó que todavía quedaban muchas, muchas camas a las que quitar la pintura. Así que por bocazas acabé haciendo lo de todos los días. Aunque lo de hoy adquiere ya tintes distintos.
Hoy había 5 nuevas voluntarias. Cuatro las había reclutado la monja esta que llegará a santa de pura paciencia, y otra la había reclutado yo: Fiona. Las otras cuatro las tenéis que ver. Parecen las Mujercitas de Louise M. Alcott (se lo dije a ellas tal cual). Igualitas, con trenza en el pelo, pañuelo alrededor de la cabeza, muy blanquitas, muy modositas. Me contaron que ellas no eran ni católicas ni protestantes ni nada por el estilo, simplemente cristianas, que en EE.UU. iban a una especie de misa en que alguien leía un pasaje del libro y luego todo el mundo hablaba sobre cómo interpretarlo, y que se cantaban canciones (pero no en plan misa española que como mucho te acompaña el órgano, no; allí van a lo grande y lo mínimo es una guitarra acústica y una batería). Luego salió el tema de llegar virgen al matrimonio (para ser sinceros lo saqué yo; estaba segura de que ellas estaban esperando a casarse para… eso y, efectivamente, eso hacían). Una de ellas ya estaba prometida y bromeaba diciendo que por eso se casaba tan joven (tiene veintitrés). Otra me dijo que estaba científicamente probado que una pareja tenía más posibilidades de éxito cuantas menos parejas hubieran tenido los dos, porque si se había tenido muchas previamente, no había mucha confianza en el otro (en plan ya ha dejado a más personas, por qué no me va a dejar a mí). Entonces, con esta persona (tu primera pareja) pues primero cultivas todo y dejas el sexo para el final, porque si no te centras demasiado en eso y el resto no florece debidamente, según dijo una que ella misma había experimentado (yo parafraseo).
Una no deja de encontrar todo tipo de puntos de vista en los lugares más raros. Porque a todo esto, entre opinión y opinión (éramos dos españolas, una polaca, una canadiense y las cuatro americanas, así que había para todos los gustos), seguíamos quita que te quita pintura amarilla (amarillo viejo, así como de papel que se ha mojado, esta noche me sueño con ella fijo). Pero esta vez la polaca había traído herramientas nuevas, porque no había suficientes. Y todas eran unas lijas de acero, con un borde de sierra y los otros tres afilados.
CATORCE. Catorce cortes en mis dos manitas, que los he contado. Me duele abrir y cerrar el puño, y ya no digo aplaudir (lo he hecho en algún momento del día, no me preguntéis para qué, y he visto las estrellitas).
A la tarde he ido a una ceremonia que sólo se celebra una vez al año. Las monjas de esta orden se comprometen de por vida a ser castas, pobres, obedientes, y atender de todo corazón y gratis a los más pobres de los pobres (tomado literal de sus votos). En la iglesia (sí, ¡he ido a una misa en la India!), no cabía un alfiler, porque estaban todos los familiares y eran muchas las monjas que se comprometían. Luego han firmado y todo. Y luego no sé qué más ha pasado, porque yo había quedado para cenar, iban dos horas de ceremonia y todavía tenía pinta de durar otro rato. Pero creo que no fui la única a la que se le hizo pesado. Lo deduzco porque en el banco que había al lado mío había dos niños tendidos en el suelo durmiendo a pierna suelta y a ambos lados sus madres dormitaban con la cabeza apoyada en el banco de delante. En el lado de los hombres (sí, se sientan separados) pasaba lo mismo, aunque alguno era un pelín cuidadoso y echaba cabezaditas algo más disimuladas.
Total que a las dos horas me fui y tenía treinta minutos para estar de vuelta en el hotel. A la entrada de la iglesia había un rickshawallah de bicicleta aparcado. Desperté al hombre y le dije dónde quería ir, me pidió 30 rupias, me pareció perfecto y me monté. Y me arrepentí al medio minuto. El hombrecito pesaría 50 kilos como mucho, era mayor (o quizá no tanto, después de los 25 años de aquella sami…) y le costaba mucho, pero mucho, pedalear. Nos adelantaba todo kiski y yo estaba sufriendo del esfuerzo que hacía el pobre. Pero es que encima por lo visto no podía salir de una determinada zona, así que me dejó en una parada de taxis (yo, flipada, que aunque tuviera muy mal sentido de la orientación, estaba bastante segura de que aquello NO ERA mi calle), y tuvimos que buscar a un perfecto desconocido para que nos tradujera. Todos los taxis me querían timar y al final encontré a uno que accedió a ponerme el taxímetro, porque no sabía cómo funcionaba lo de Sudder Street, de hecho no conocía la calle, de hecho nos perdimos y de hecho acabé tardando lo mismo en volver (yendo en taxi) que yendo hacia la iglesia (a pata). Me dejo aquí apuntado que nunca coja un medio de transporte público si tengo algo de prisa. No merece la pena tanto sufrimiento.
Nota a pie de página: número de personas en tuc-tuc (scooter de tres ruedas) hoy, 6 (más el conductor). Ni siquiera veía por dónde iba, con una de las Mujercitas sentada encima de mí. 

Tuesday 24 May 2011

Curiosidades


22 de mayo
Hay muchas cosas que he olvidado mencionar. Por ejemplo, el día en que Ann se empeñó en liberar a un mono. Fue a las afueras del Victoria Memorial, y aquello estaba lleno de gente. Había un hombre con dos monos atados, madre e hijo. Ann le dijo que le daba 5000 rupias si liberaba al pequeño. Nosotros le dijimos que era tontería, que en cuanto entráramos en el Victoria el hombre se lo volvería a colocar. Pero ella insistió en que no podía ver un animal sufrir (de hecho, decepcionada con el género humano tras las sucesivas experiencias que ha tenido en la India, en estos momentos está en una ONG que cuida a perros vagabundos. Ahora es feliz). Al final al monito no había quien lo separara de su madre, que lo abrazaba como lo haría una mujer a su hijo, y nos tuvimos que llevar a Ann, que estaba decepcionada (y timada, porque el hombre no le devolvió el dinero).
Tampoco he vuelto a hablar de los niños que dormían enfrente de nuestro hotel. Les seguíamos comprando chucherías cada vez que les veíamos, y un día íbamos por la calle Ruth y yo discutiendo si el mayor era chico o chica. Yo empeñada en que era chico, y ella que chica. De repente, apareció detrás de una esquina… pero en doble. ¡Eran dos! Un chico y una chica, con un palmo de diferencia, pero exactamente iguales. Les hice una foto y todo. Esta mujer los pare a pares de parecidos, porque los dos pequeños son idénticos también (a la par que gemelos, dicho sea de paso).  
La calle en la que viven se llama Sudder Street, y es la calle de los europeos por excelencia en Calcuta. Pues bien, se supone que hay una super mafia montada en ese cachito de ciudad, aunque no nos demos cuenta, como es el caso. Bueno quizá algo sospeché cuando me di cuenta de que es el único sitio en que los taxis se ponen de acuerdo para no poner el taxímetro, con lo cual te cobran 3 ó 4 veces más. (En el resto de la ciudad, si un taxista se niega a ponerte el taxímetro, sólo tienes que ir al siguiente, que no tendrá ningún problema en “traicionar” al gremio). Bueno que me voy por las ramas. La mafia. Pues se supone que la mayoría de los que están pidiendo en esa calle tienen sus casas a las afueras de la ciudad, y vienen a probar suerte con los turistas. Y no dejan que vengan nuevos mendigos. Los niños a veces no son ni suyos, los alquilan para dar más pena. Bueno esto pasa también en España. Lo peor es que la gran mayoría han sido abusados sexualmente, o si no lo han sido todavía lo acabarán siendo. Por eso no podemos abrazarlos o darles un beso y luego les darles una chuchería, porque entonces se pensarán que después de cada contacto vendrá algo bueno y se dejarán hacer de todo. O eso nos dicen las hermanas de la Madre Teresa, que llevan aquí unos años y digo yo que algo sabrán del tema. También nos dijeron que nada de limosnas (menos mal, porque yo de puro cargo de conciencia me estaba dejando el sueldo). Además, muchos niños cada vez que ven a un turista le piden dinero, por si cuela. Ayer en el jardín botánico se nos acercó una bandada a pedirnos rupees, pounds, dollars, lo que tuviéramos. Y un (palabrota), que nosotras ya somos casi lugareñas.
Por cierto que ayer volví a Shishu Bavan y adivinad qué hice. ¡Quitar pintura de dos camas! Pero esta vez a lo bruto, a lo profesional. 8 personas dejándose las manos (literalmente, menudos cortes me hice) para quitar la dichosa pintura. TODO el tiempo. Después de eso tuve que irme a casa a echarme una buena siesta. Aunque tampoco muy larga, porque a la tarde iba a ir al Botanical Garden con Ann y mi nueva amiga canadiense Fiona (sí, como la mujer de Shrek, se lo he preguntado y me lo ha confirmado –¡y sin ofenderse!). El jardín este fue construido por un lord inglés hace… no sé, mucho, de cuando los ingleses estaban aquí, y es el segundo más grande del mundo. El más grande está en Inglaterra, lo cual deja dos cosas claras: a) que a los ingleses les chifla la naturaleza y b) que querían asegurarse todos los récords, incluso allende los mares.
La joya del Botanical Garden es el Great Banyan Tree, que según leí en la guía tiene 300 metros de circunferencia y es el más grande del mundo. Nosotras, como locas por verlo. Nos perdimos unas trescientas veces y andamos mucho, mucho tiempo (recordad, segundo jardín más grande del mundo), hasta que por fin vimos el cartelito que lo anunciaba. Pero yo no veía nada, sólo muchos, muchos árboles. Ann me decía, sí, mira ahí, ¡justo en frente! Y yo seguía sin ver nada y apuntando mentalmente una visita urgente al oculista según volviera a España. Pero no. Lo que pasaba es que TODOS esos muchos, muchos árboles, ¡eran el mismo! O sea, misma raíz y no sé cuantísimos troncos, formando entre todos una circunferencia de 300 metros. Pues vaya timo.
Como el de hoy de vuelta a Shishu Bavan (da igual que sea domingo, aquí sólo se descansa el jueves. Que por qué ese día en particular, ni idea). Ayer habíamos hablado con la hermana a nuestro cargo (una suizo-alemana de metro ochenta con la capacidad de mover armarios como si fueran sillas) y le habíamos sugerido que nosotras habíamos pedido Shishu Bavan para estar en contacto con los niños. Así que hoy por la mañana nos mandó a cada una a una clase. Pero mi gozo en un pozo, que no había hecho más que entrar en la clase cuando oí el inconfundible ¡aunty! con el que nos llaman a las voluntarias, niños y samis (que son las indias que están a su cargo). Si te lo dice un niño muy bien, significa que quiere que juegues con él. Si te lo dice una sami muy mal, significa que quiere que trabajes con ella.
A mí me tocó sami. Y para allá que fui. Tengo que decir, por decir toda la verdad, que primero llaman siempre a Domby (sur-coreana, que lleva un mes aquí y ya habla un poco de bengalí, y que siempre está de buen humor y riéndose, lo que las samis interpretan como una disposición a trabajar fuera de lo común). La muchacha ya estaba allí y me tradujo: teníamos que hacer la colada. Así que lavamos, enjuagamos y llegado el momento teníamos que ir a tender la ropa. Ayudamos a la india a colocarse un cesto encima de la cabeza y luego se empeñó en que una de nosotras lleváramos el otro como ella lo hacía. Yo me piqué y le pedí a Domby que me ayudara a ponérmelo. Y detrás de la india que fui, más inflada que un pavo real… hasta que vi que la tía se ponía a subir unas escaleras con unos escalones de medio metro de alto sin casi apoyarse en el pasamanos. Medité si seguirla con el cesto en la cabeza (no mucho tiempo, unas tres milésimas de segundo), y acto seguido Domby y yo subíamos por la dichosa escalera cargando entre las dos con el cesto. En el tejado, mientras tendíamos, estuvimos cotilleando un poco, y me enteré de que la india en cuestión tenía 25 años (uno más que yo, y yo le echaba mínimo 45), y que tenía dos churumbeles, un niño de 13 años y una niña de 12. Para los que las matemáticas no son su fuerte, eso significa que tuvo el primero a los 12 años y la otra a los 13. Y que luego no volvió a tener más. ¿Quizá el tenerlos tan joven reventó su cuerpo y por eso ya no puede concebir? No lo sé. El caso es que su cara ya tiene arrugas, y que aunque es fuerte como corresponde a su edad, a través de su sari se le notan las carnes flojas. También cotillée sobre Domby (cuyo nombre significa Lluvia, qué bonito), y le pregunté si tenía novio, y me dijo que sí. Es un hombre de 31 años –ella tiene 22- que…va para cura. Yo, a cuadros. Pensé que igual en su religión (¿budismo? ¿Qué religión tienen en Corea del Sur?) se podían casar, pero quise asegurarme y se lo pregunté, y me dijo que no. Además, el hombre se está preparando para ser misionario y se va a ir a Argentina en breve. Vamos, que no había remedio, era toda una historia a lo Pájaro Espino. Le pregunté que cómo estaba y me dijo que muy triste, pero toda la historia me la había contado riéndose (ya he dicho que la hilaridad de esta muchacha no es normal).
Cuando acabamos la tarea, milagro de milagros, nos permitieron ir al parque a jugar con los niños. Mientras que estábamos allí con ellos llegaron unos futuros padres, dos matrimonios italianos, que estuvieron jugando con sus futuros retoños, y otros potenciales, una familia india al completo (10 ó 12 personas), que estuvieron merodeando entre los niños, mirándolos de cerca, como quien va a la feria de ganado. Sólo uno de ellos, el más joven, se puso a jugar con uno. El resto enseguida se cansaron y se fueron. Al rato llegaron unas 6 ó 7 mujeres, también indias y embarazadísimas, que igualmente se estuvieron paseando entre los críos. Andrea (otra voluntaria española) y yo creemos que quizás cuando den a luz dejarán a sus niños aquí, y están comprobando cómo serán tratados.
Se me olvidaba: mis visitas al toilet siguen estando muy por encima de la media nacional. Las compañeras con las que comparto la guest house ya se han acostumbrado en estos días (¡van seis! y me refiero a los días, no a las visitas, que de ésas ya he perdido la cuenta) a que en mitad de una conversación o de una partida de cartas me levante y salga corriendo. La solución, según me ha dicho una, es dejar de comer por un día, pero como no coma algo a ver quién es la guapa que se pone luego a quitar pintura, cambiarle las sábanas a un número imposible de camas o cargar con un cesto de ropa mojada en la cabeza. Yo, desde luego, no.

Curiosidades
Cosas que me llaman la atención en la India:
-          Cada vez que hay un enchufe, está rodeado de 6 ó 7 interruptores: que si los ventiladores, las luces, el que activa el propio enchufe…
-          El 90% de los coches conduce sin espejos retrovisores. Los particulares los llevan recogidos y los taxistas directamente no tienen (¿para caber mejor en estas callejuelas tan estrechas?).
-          Todos los taxis son de marca Ambassador, que es india. Y casi nunca se ve marcas europeas, sólo orientales. En plan, mucho Honda, Suzuki (que aquí se llama Maruti-Suzuki, por cierto) y sobre todo Tata.
-          Todos los niños llevan un cordón que les rodea la cintura a la altura del ombligo.

Friday 20 May 2011

Calcuta, el agujero negro


20 de mayo
Vaya, pues sí que hace días que no escribo… A ver, ha sido una semana rara. Ahora mismo me estoy recuperando de algo que me entró hace dos días y además estoy (por primera vez en lo que parece siglos) sin Ruth y Marnie, que ayer se fueron para Tailandia. Me dijeron que me fuera con ellas varias veces (qué vas a hacer en Calcuta, es un black hole, etc), pero mi caso era diferente, ellas habían tenido sus tres semanas de voluntariado y yo no, y me parecía muy feo irme de vacaciones a Tailandia, que es TAILANDIA, por Dios. Total, que me he quedado.
Vuelvo al lunes que me he ido por las ramas. Ni corta ni perezosa me dirigí hacia la Mother’s house, donde se reúnen todos los voluntarios para desayunar, dispuesta a ser una voluntaria modelo. Y para empezar no iba bien vestida. Lo ideal es no mostrar ni los hombros ni las piernas. Así que la hermana que se encarga de los voluntarios (que llegará a santa sin duda, menuda paciencia tiene con nosotros) me dio una camiseta (que todavía no he devuelto, upssss), tras lo cual me tomé un té del color del chocolate con dos tostadas secas y allá que me fui. La monja en cuestión me había escrito un nombre, “Daya Dan”, una de las casas. Seguí a la voluntaria con el cartelito correspondiente y nos subimos a un autobús.
He temido por mi vida en un taxi. Pero un autobús… es, cómo explicarlo, como subirse a una montaña rusa. (Excepto en la parte en que das vueltas, gracias a Dios). Saltas, frenas, te vas de lado, y sobre todo, te tienes que agarrar MUY fuerte.
El trayecto incluía también un viajecito en tuc-tuc. Ya subiré una foto, pero básicamente es como una moto con tres ruedas y un espacio de chapa verde que se quiere asemejar a un coche. Pero no lo es. Nos sentamos tres voluntarios atrás, el conductor delante, y de repente, se suben otros dos más al lado del conductor. Que iban con una pierna por fuera, claro. Protestando, la maquinilla esa se puso en marcha y yo me pasé todo el camino maravillada de que aquella cosa pudiera andar con todos nosotros encima. Misterios de la India, supongo.
Llegamos a Daya Dan. Es una casa que se dedica a niños discapacitados. Y a mí se me vino el mundo abajo. O sea, yo llegaba de Shantiniketan, donde todos los niños estaban sanos, corrían por el campo, recibían clases de inglés. Y aquí, sólo tres o cuatro podrían recibir clase. El resto, fisioterapia para hacerles mover sus músculos, o de mayores serían inválidos. Había uno que se quedaba dormido de pie. Me dijo una chica que lo despertara. Pero no había manera. Le hice cosquillas, le sacudí, le puse de pie. Su cabeza seguía inclinada hacia adelante. Hasta que una de las mujeres le dio una voz y se despabiló. Captado para la próxima.
Me enviaron a la sala de fisioterapia. Quién me iba a decir que iba a acabar haciendo esto. Cada niño tenía su propio libro, donde se daba toda la información sobre los ejercicios que tenía que hacer. Pero primero, tiempo de meditación. Luz apagada, música suave.
Como éramos más voluntarios que niños, en cuanto vi uno libre lo cogí en brazos y lo estuve acunando. De repente, noté algo caliente. Corrí a decírselo a la sister y me dijo, eres nueva, ¿verdad? Pues ve abajo y cámbialo. Así que bajé las escaleras con mi niño en brazos –se llama Bashkar- y allí lo cambié. De vuelta a la sala de fisio, lo sujetamos a la pared con unas correas, para que sus piernas cogieran fuerzas, y luego entre otra voluntaria y yo le hicimos andar procurando que su cabecita no cayera hacia atrás. Pero estaba malito, tosía y tenía mocos, y no estaba por la labor, así que de vez en cuando doblaba las piernas y se negaba a andar. Te sentías impotente de no poderle explicar que era bueno para él, que aunque doliera le iba a venir bien, y sobre todo me mataba que no hablara nada, que no tuviera idea de quién era yo o qué hacía ahí. He conocido a muchas personas con síndrome de Down, pero Bashkar es el que en peor estado está.
La mañana se me hizo eterna y cuando por fin nos pudimos ir me dije que no iba a volver. Esa noche otra voluntaria me comentó que de todas las casas en la que había estado, ésa era la que se le había hecho más dura. Un alivio ver que no eres la única. Mal de muchos consuelo de tontos, dicen. Ups.
El martes Ann se iba a Darjeeling. No volvería hasta el domingo. Supuestamente, porque me acaba de llamar que ya está de vuelta en Calcuta. Parece ser que, según llegó, se puso a llover como ella nunca había visto y además un político del lugar se había muerto, así que todo (y todo es todo, que la mujer no ha podido ni salir a tomar una taza de té) estaba cerrado. Si es que tiene una mala suerte…
El miércoles por la noche se me ocurrió la gran idea de pedir una ensalada de pasta en el Spanish Café. Vale, te repiten hasta que te hartas de oírlo que JAMÁS pidas una. Pero digo yo, a ese sitio sólo van voluntarios, deben de saber que tenemos un estómago más delicado…¿no? Pues no. A la hora, estábamos en el hotel cuando Marnie de repente me miró, me puso la mano en la frente y me dijo, ¡pero si estás ardiendo! Fue decirlo y me empezó a entrar frío, calor, luego todo a la vez (frío en los brazos y calor en las piernas, horroroso), y me metí en la cama. De repente me entraron escalofríos, 6,7 en la escala Richter, que me hacían dar saltos en la cama. Y a las dos horas comenzaron mis a partir de entonces frecuentes visitas al baño. El virus que fuera me estaba exprimiendo como un limón, por arriba y por abajo, tanto que a veces me daba miedo de no tener tiempo de volver a sentarme o levantarme porque los espasmos eran incontrolables. Cuando la mañana llegó, estaba reventada y como drogada. Ruth me hablaba de cambiarnos a una habitación con aire acondicionado (me estaba deshidratando a marchas forzadas en la que estábamos) y yo le respondía pero era como si alguien lo estuviera haciendo por mí. Estaba como drogada, como flotando en otra dimensión. Como en sueños vi cómo las chicas hacían mi maleta y dejaban a mi único cuidado un vaso de agua con Redrate (para reponer líquidos, una sustancia que sabe a… a… algo muy poco apetitoso, cada uno que se imagine lo que quiera). Me pareció entrar en el cielo, aquella habitación tan fresquita. Era sólo una cama de matrimonio y ahí tendríamos que dormir las tres, de través. Cual autómata y agradecida por la temperatura, me tumbé y tardé unos dos segundos en dormirme. Cuando me desperté, Marnie me miró maravillada. Me dijo que cómo era posible que me hubiera afectado tanto. Yo, extrañada, le pregunté que por qué, y me contestó que porque los españoles teníamos el estómago más fuerte que los ingleses. Le volví a preguntar que por qué y me dijo que es de sentido común entre los ingleses no beber nunca agua del grifo en España, que era malísima. Yo, indignada. Ni que fuéramos un país del tercer mundo.
Nos pasamos todo el día en el hotel. De vez en cuando despertaba y veía una película. Es increíble cuántas puedes ver en un día. Mis visitas al baño se fueron haciendo más espaciadas. Y al día siguiente ya podía andar sin ayuda ni nada. Bien por mí.
Ruth y Marnie se iban a las 10 para Tailandia. Jess me invitó a su hostal, donde me cuidaría (todavía lo necesitaba), así que allá fui. Primera actividad del día, visitar un mercado típico indio. Es increíble la cantidad de negocios que caben en tan poco espacio. Y la cantidad de cosas que encuentras. Una mujer se me acercó con un niño que tenía los ojos afiebrados, mocos, y que no paraba de llorar. Me pidió que le comprara leche. Ante mi desconfianza, me dijo que la abriera. Tienes que abrirla, o la vuelven a vender. Cualquier cosa que les compres. Pero cuando los niños que nos habían estado persiguiendo vieron que la compraba, empezaron a asediarme para que les diera cosas. Y con las prisas por librarme de ellos se me olvidó abrir la leche. Espero que la haya utilizado para el niño, si no me daría mucha rabia porque a) el niño estaba de verdad malito, b) me habría engañado vilmente y c) la leche había costado un pastón.
Hoy, por fin, he ido a donde ya estoy destinada para el resto de mi voluntariado: Shishu Bavan (significa “Casa de los Niños” en Bengalí). Esta vez se trata de niños en preadopción, y a mí me ha parecido el cielo. Bueno o eso pensé según entré. Porque al minuto, una hermana me mandó a llevar un par de camas a la varanda y quitarles la pintura para repintarlas después. Pintura plástica, comprada especialmente para que los niños no la quiten. Y no os creáis que te dan una super herramienta que elimina hasta la última gota, no. Cuatro horas de trabajo y la primera cama sigue allí. Siete personas hemos trabajado en ella. Tengo ampollas en los dedos y las palmas de mis manos me duelen cada vez que toco algo. Nos dieron una lija de metal para rascarla. Para facilitar las cosas había un soplete cuya llama ablandaba la pintura y la hacía quitarse mejor. Pero la llama duró cero coma y luego no hubo manera de volverla a encender. Estábamos una surcoreana, dos españolas y yo. Una de las españolas hablaba con nostalgia de un líquido que ella usaba en su casa para pintar paredes, que de una pasada se llevaba toda la pintura. La otra, para pasar el rato, le enseñaba cosas útiles en español a la surcoreana. Como las diferentes “dietas”. Y no digo más, a buen entendedor…
La mañana ha pasado hiper rápida. Conclusión: en una escala de uno a 10, contacto con los niños = 0. Contacto con materiales = 15. A ver qué pasa mañana.

Sunday 15 May 2011

Slums


14 de mayo
De vuelta a Calcuta. Vaya, no pensé que volvería tan pronto. Las cuatro estamos como desorientadas. Jess nos ha aconsejado un par de hoteles. Ya en la estación los taxistas nos dicen que nos cobrarán más caro. Ese día anuncian el resultado de las elecciones y puede haber problemas, así que muchos negocios cierran. Y ellos cobran más.
Luego nos enteramos de que los comunistas habían perdido el poder tras 34 años en el gobierno. Qué pena que me hubiera pillado en el primer día, hubiera sido genial poder acercarme a echar un vistazo. Vale, seguro que me hubiera dado mucho miedo, porque viendo después las imágenes hubo algún que otro jaleo, pero eso hubiera sido periodismo del bueno. En fin, demasiado tarde. No tenía idea de dónde estaba. Bueno, sigo sin tenerla. Llevamos todo el día intentando hacernos con un mapa. Y no hay manera. No me extraña, debe ser trabajo de chinos hacer uno de esta ciudad, con tanta callejuela por ahí suelta.
Hoy ha sido día de relax. En un hotel de lujo, oasis en medio de la miseria. Tiene wifi y una ducha de verdad, quiero decir, separada del inodoro, o sea que te puedes duchar libremente sin tener que preocuparte de que vas a salpicar el baño ENTERO. Ya lo he dicho: todo lujo.
Lo cual me pone en un aprieto. Se supone que he venido a la India para sumergirme en ella. Y hemos cogido lo más europeo que hemos encontrado. Así no me voy a impregnar de la “esencia” de la India para nada.
Los remordimientos no dejan de darme pinchacitos. Pero qué le voy a hacer. Hoy hemos ido a buscar otro hotel más modesto (los hemos visto TAN modestos que nos hemos salido antes de que pasara el primer minuto), y a visitar la casa de la Madre Teresa de Calcuta. Quiero entrar de voluntaria allí. Todo un reto, porque esto no va a ser como los niños felices de Shantiniketan. Esto va a ser más duro. O eso pensaba yo. Pero nunca pensé que tanto.
Después de la visita, de vuelta al hotel, vinimos andando. ¿Habéis visto La ciudad de la alegría? ¿O la habéis leído? Yo sí. Habla de los slums, de esos “barrios” que ni siquiera tienen el grado de barrio de chabolas. No. Son centenas y centenas de metros de acera con gente viviendo en ella. Hombres a los que les falta una pierna, durmiendo porque no tienen fuerzas para hacer otra cosa. Niños esqueléticos a los que sus madres mandan venir a pedirnos dinero. Una niña (me recordaba a Radica, tendría unos 10 u 11 años también) se ofreció a guiarnos un trecho del camino. En una esquina pasamos al lado de un toldo y comentó así de pasada, ¡mira!, ahí vivo yo. Con su padre y su hermana pequeña.
Una manta, un cojín y un toldo por techo. Su casa.
No quise preguntarle por su madre. Le pregunté que si tenía hambre. Me dijo que un poco, que hasta que su padre no volviera no podría comer. Hablaba muy bien el inglés, me contó que había ido a la escuela. Cuando llegamos al sitio, Ruth le quiso dar dinero. Ella dijo que prefería que le compráramos leche en polvo para su hermana pequeña. Le compramos también galletas y caramelos y la vimos marchar, elegante en su sari y su bufanda, sus pies descalzos paseándose tranquilamente por toda esa mierda.
Igualito que nosotras. Pronto descubrimos que las cosas son muy diferentes fuera de Sudder Street, la calle donde está nuestro hotel. Si quieres caminar por la acera, tienes que ir esquivando gente echada, sentada, de pie, cocinando… Nos empezó a entrar claustrofobia. A la vez, cada vez notábamos más el olor de Calcuta. Hay dos muy fuertes: el de la basura (constante) y el de los desinfectantes (a mí me huele igual que el que se usa para las naves de animales). Es un olor que se te entra y no hay manera de evitarlo, que te persigue y que no te va a soltar porque básicamente está en todos los lados.
Pero hubo más. Cuando acabó la parte en que la gente vivía en la acera, empezó la parte en que la gente trabajaba en la acera. Iba por sectores. Empezamos con el automovilístico. Decenas y decenas de neumáticos, faros, lunas, accesorios. El de carpinteros. El de zapateros. El de…, en fin, de repente no pude más y salí a la carretera. Las otras me siguieron. No podíamos aguantar un minuto más allí, sorteando gente, animales, todos ganados por la pobreza, delgados, malolientes. Era demasiado. Avanzábamos con la cabeza gacha, pendiente de los coches que pasaban pitando (cómo no) a nuestro ladito. Llevábamos más de una hora andando, y el calor no ayudaba. No sé mi cara, pero las de ellas se estaban poniendo del color de la langosta cocida. Al final tuvimos que coger un taxi de vuelta.
Al bajar en el hotel, Ruth y Marnie señalaron a tres niños que estaban en la acera de enfrente. Ruth dijo que ya los había visto por la mañana en el mismo sitio. Entonces estaba su madre y acariciaba a los dos más pequeños. Ahora estaban solos y el mayor los tenía de la mano. Ruth compró zumos y galletas y cruzó la calle para dárselos. Si hubierais visto la cara de felicidad del niño… Luego los estuvimos espiando desde la ventana. Salimos a cenar y a la vuelta estaban dormidos. Ruth volvió a comprar fruta y más zumo y me dijo que se lo llevara. Ahora la madre estaba con ellos, así que le di la bolsa, señalé a los niños, incliné la cabeza juntando las manos como hacen por aquí y nos metimos en nuestro oasis.
Sí, tengo remordimiento de conciencia por estar en este hotel. Como dice Ruth, lo peor es estar aquí con el aire acondicionado cuando por la ventana los ves pasando hambre. Y me siento fatal por necesitar este hotel tras la dosis extra fuerte de slums que hemos tenido hoy. No sé si seré capaz de acostumbrarme. Y si acostumbrarme significa aprender a no verlo, volverme insensible a ello, entonces tampoco quiero. Mañana nos hemos dado un día de reposo (descanso cobarde donde los haya, lo séeee), pero el lunes sin falta acudo a las 7 de la mañana a la casa de la Madre Teresa. Jess nos estuvo contando que se trata de trabajar con gente discapacitada, niños huérfanos… Gente de los slums, vaya. Espero poder responder mejor de lo que lo he hecho hoy. 

Saturday 14 May 2011

Los niños


Vishti, la niña del Fantastic!!


Preparando la fiesta

Pattu conduciendo sus búfalos

Abecedario

Taroon

Con Rhadika

Pattu

Todos


Decidiendo si comer las patatas o guardarlas para luego...

Friday 13 May 2011

Cambios


11 de mayo
Hoy he conseguido ir al cyber sin perderme. Me he sentido la mar de realizada. Y nada más salir de casa, oí unas voces y vi a un hombre correr detrás de tres monos. Estaban comiendo una fruta, probablemente “prestada” de su casa. Son enormes los bichos esos.
Bishnu se ha ido a Calcuta a buscar a la nueva voluntaria. Y en su ausencia todo es mucho más relajado.
Hoy he dado mi primera clase. No me lo esperaba y no sabía muy bien qué hacer, pero Ruth y Marnie estaban allí para guiarme y ha salido todo muy bien. Era el grupo red, el de los pequeños. Les he hecho escribir el alfabeto, leer números, y luego han cantado algunas canciones. En la yellow class, como no dejan de venir nuevos alumnos, he tenido que formar un grupo aparte y mientras Ruth daba la clase normal yo me puse con estos a ver en qué nivel estaban. Mañana irán al red, casi ni sabían las letras, y es normal, si no han venido nunca a esta escuela… Bastante que saben ya dos idiomas de por sí, el bengalí y el shantali. Pensé que no tendría paciencia con ellos, pero es imposible no tenerlas. Si alguno no sabía la respuesta, yo se la susurraba al oído, y había que oír la carcajada de puro deleite que soltaba. Y el resto también, al ver que la profesora hacía trampas, (yo  había prohibido terminantemente decir la respuesta a quien no hubiera preguntado).
Ya me voy haciendo con los nombres. Bueno vale estoy exagerando, quiero decir que alguno me va sonando, pero al día siguiente se me vuelven a olvidar. Y los muy… siguen riéndose de mí. Pero qué quieren, con nombres como Sonnali, Lobomi, Parvati, Shi Shankar, B’Joy… Que sí, así escrito no parecen tan difíciles, pero lo complicado es descifrarlo en el momento en que lo pronuncian. Y si por un casual acierto a la primera, entonces se quedan decepcionados. Pero ahora han descubierto que sus apellidos también se me dan muy mal y han vuelto a la carga.
Hay cuatro hermanos que destacan. Son Suma, la mayor, Kila, Pattu y Taroon. Suma tiene entre 15 y 19 años, depende del día (cada vez nos dice una edad diferente). Habla inglés bastante bien, y también sabe hindi, bengalí y santali. Hoy me ha escrito mi nombre en todos los idiomas. El santali tiene una escritura preciosa.
Kila es un hacha en fútbol. Sería normal en España, pero aquí, como no hay muchos balones, no se les da muy bien. Excepto a estos tres hermanos. Además, Pattu podría ganarse la vida haciendo break-dance. Y Taroon… es un fuera de serie. Tiene 10 años (u ocho, u once, también depende del dia). Todos los hermanos son muy inteligentes, pero lo de este muchacho es excepcional. Está en el blue group, es el más joven pero el más avanzado a la vez. Nos ayuda con los pequeños, traduciéndoles porque muchas veces no conseguimos explicarles lo que queremos hacer. Y si ve que no lo necesitamos se mete en una de las habitaciones a escribir todo lo que hemos dado los días anteriores. A veces lo oigo desde el porche, donde damos clase, decir muy despacito lo que está escribiendo, como si estuviera salmodiando algún mantra. Se está siempre riendo… en resumen, que todavía no conseguido encontrarle ningún defecto.
Como Bishnu no llegará aquí hasta mañana por la noche, hemos decidido dar un golpe de estado y hacer una fiesta mañana. Hemos inventado una buena excusa (supuestamente Marnie se va a casar, y justo justo se ha enterado hoy la muchacha). Así que les vamos a hacer sándwiches, les compraremos una bolsa de patatas y una barra de chocolate a cada uno y pasaremos la tarde haciendo juegos. Nos hemos estrujado la cabeza pensando en los más sencillos de explicar.
Todo esto vino porque comentábamos lo flacos que estaban algunos. Hoy me fijé en las piernecillas de uno. No solo estaba escuálido. Además tenía la piel a escamas, como la de un pez. Hemos concluido que por lo menos un día les vamos a dar algo con grasa. Es que parece que todo lo que comen aquí está pensado para dietas: arroz, patata, roti (torta de pan). Y ellos probablemente sólo comerán arroz.
A ver qué tal mañana la fiesta. También hemos pensado que podríamos dar clase por la mañana. En realidad, cada alumno sólo recibe media hora de clase, y eso no es nada. Bishnu no va a estar de acuerdo, pero si nos ponemos todas en su contra, quizá ceda. Sé que no debo ser yo quien lo plantee, porque enseguida me enciendo con él y así no voy a conseguir nada. Le fastidia que nos queramos acercar tanto a los niños. Si ve que nos queremos sentar en el suelo con ellos, enseguida le ladra a alguno para que nos traiga una silla. Quiere mantener a toda costa una barrera entre ellos y nosotros, como diciendo que ya se pueden dar por contentos porque él, el magnánimo, ha traído gente de Europa para darle unos minutos de clases. Me repatea. Así que habrá que aprovechar al máximo mañana.



12 de mayo
¿Cómo puede cambiar todo tanto de la noche a la mañana? ¿Literalmente? Y sin embargo el día había empezado tan bien. Nos levantamos las tres, tomamos un buen desayuno (con mermelada de piña,  que nunca la había probado) y a las 11 ya estábamos listas para la compra. Y allá que fuimos, yo con mi bici morada, ellas a pie (no les gusta ir en bici, yo la ofrecí, que conste). Fuimos al mercado de la estación de Bholpur, que es el pueblo que está al lado, y anduvimos de tienda en tienda vaciando estanterías enteras de bolsas de patatas fritas. Necesitábamos 100. Quien haya tenido hoy antojo de ellas en Bholpur se habrá llevado una ingrata sorpresa. Conseguimos también galletas y luego, en la pastelería, otras 100 “cakes”. Íbamos cargadísimas, yo con una caja atada atrás en la bici y ellas con una bolsa tamaño XXXXL con todas las patatas fritas. Todo el mundo se paraba a mirarnos.
Un calor… más de 40 º, y estas pobres almas inglesas, que jamás habían pasado de los 30, derritiéndose a cada paso que daban. Pero conseguimos llegar después de dar algunas vueltas. Marla nos recibió allí y le dimos un pastelito. Lo tomó como día de Oportunidades y enseguida llamó a sus amigas del vecindario para que vinieran una a una a por su pastelito. Vimos un rato la tele, la mar de relajadas, y cuando ya íbamos a coger las cosas para irnos a la escuela, sucedió la desgracia. La voz de Bishnu retumbando en el pasillo. Corrí a su apartamento (¡error!) para avisar a Marnie y a Ruth. Acto seguido entró él y según me vio empezó a gritarme que ya me había dicho ayer que no podía entrar en su apartamento con las zapatillas puestas, que por qué lo estaba haciendo otra vez. Le dije vale vale, ya salgo, lo siento, y siguió y siguió y siguió. Se supone que es por el polvo, pero digo yo que tampoco será para tanto.
A todo esto, la nueva voluntaria, Ann, seguía la escena con ojos como sartenes. Cuando salí la emprendió con Marla, no sabemos lo que le habrá dicho. Total que cogimos las cosas y nos fuimos dejando a la pobre recién llegada allí. Se nos había estropeado el día, pero todavía no sabíamos cuánto.
En la escuela, poco a poco fueron llegando los niños. Los sacamos a jugar y el único juego que triunfó fue el “duck duck, goose”. Más que nada porque fue el único que conseguimos explicar. Lo intenté con el del pañuelo, pero cada vez que decía un número corrían todos a por mí y lo acabamos dejando por imposible. Cuando la mayoría llegó les repartimos las golosinas. Los hermanos Taroon (cómo no), Pattu y Khila nos ayudaron. Algunos hacían trampas y se guardaban las cosas. A mí me hubieran engañado, pero a ellos no. Qué caritas ponían Dios mío, para comérselos. Y muchos venían y nos querían dar alguna patata. ¡Pero si la cosa era darles de comer! Así que les decíamos que no, aunque con Suma no tuve la oportunidad porque me la puso directamente en la boca. Cuando acabaron seguimos con los juegos, y todos querían que nos sentáramos a su lado en el círculo. Te llamaban la atención diciendo: ¡Yes Sara yes! Todavía me parece oírlos. También decían eso en clase cuando querían que les corrigieras algo.
En algún momento llegó Bishnu con Ann. Ann vino enseguida y el otro se quedó hablando con sus acólitos. La pobre mujer nos dijo que se había sentido fatal, que Bishnu le había dicho que se quedara en su habitación pero que ella quería dormir con nosotras. Le dijimos que por supuesto. Luego yo me fui a jugar al fútbol con los niños (una vez que juegas con ellos a algo, ya tienes que hacerlo el resto de días). Ami keli football (yo juego fútbol), les dije. Y de nuevo, carcajadas. Qué quieren, en cuatro días mi bengalí no da para más.
Hoy fue un día especial, perfecto, como si todos nosotros, voluntarias y niños, presintiéramos lo que iba a pasar. Con los pequeños jugué a lanzarlos en el aire (tras el décimo lo tuve que dejar porque la espalda me estaba matando), con los otros a la comba, al fútbol…
Entre juego y juego oí a alguien gritar: ¡Rodríguez, Rodríguez! Era Pattu que quería que le hiciera una fotografía saltando. Ya dije que era un prodigio físico.
Y cuando Radhika acabó de correr su competición por el caramelo (cuando había muchos, cada uno se llevaba uno; cuando quedaron sólo un puñado, los lanzaron al aire para que ellos lucharan por conseguirlo, como quien arroja un cacho de carne a los leones…), cuando Radhika acabó, iba diciendo, la recluté junto con otras tres muchachitas para recoger todas las bolsas de patatas que habían dejado por el suelo. Fuimos haciendo carreras y en cinco minutos lo volvimos a dejar todo como la patena. Entonces, en cuanto vieron el caramelo de recompensa, ante mi mirada atónita fueron corriendo a la orilla del camino, tiraron toda la basura allí y vinieron corriendo a por su premio. Ruth lo vio todo y se echó a reír, y yo me quedé la mar de frustrada. No hay manera de inculcarles algo de medioambiente a estos muchachos.
El sol se estaba poniendo, teníamos todo preparado para irnos cuando de repente Bishnu gritó: NO SCHOOL TOMORROW. Las cuatro nos miramos enseguida y Ruth explotó, ¡me voy! Hoy mismo hago las maletas y me voy.
Porque sabíamos por qué lo hacía. Llevaba toda la tarde sin hablarnos, le había fastidiado (esto es un blog, no voy a decir palabrotas) que hubiéramos organizado una fiesta sin su permiso, y más que les hubiéramos dado todas esas dulzainas. La vez que Ruth y Marnie le propusieron que en su fiesta de despedida dieran una merienda con sándwiches, él les dijo que pan seco, un huevo y como mucho un plátano. Algo así fue lo que tuvieron el día de inauguración de la escuela. Volver de Calcuta y ver toda esa comida le volvió loco. Y todo empezó a complicarse.
Si no hay escuela mañana, nos vamos, decían las tres inglesas. No me podía creer que eso estuviera pasando. ¿No iba a poder ver a Rhadika, a Taroon, a Pattu otra vez? Los niños empezaron a notar que algo raro estaba pasando y nos rodearon enseguida, preguntando, Monday, yes? See you Monday? Monday school!! Y cuando oí a Ruth decir “maybe”, se me cayó el alma a los pies. Empecé a despedirme de ellos en serio, por si acaso. Darles la mano no me parecía suficiente. Pregunté si se podía dar besos y se pusieron todo alborotados. Yo le decía a Rhadika, anda ven dame un abrazo que igual ya no te vuelvo a ver, y ella se pensaba que le estaba tomando el pelo (vaya por Dios, justo esta vez no), y no hacía más que decir, no no no no. Taroon vino también, su carita toda seria, a despedirse. ¡Ay!
De vuelta al apartamento, conciliábulo. Estábamos las cinco, Marla incluida (que hacía unas caretas cuando salía el nombre de Bishnu la mar de ilustradoras. Vamos, que ella también le aprecia inmensamente). Ann fue a preguntar a nuestro amado (apréciese la ironía) mentor, como novata que era, por qué no había escuela “tomorrow”. Cuando volvió, fue el golpe de gracia. “Girls, I’m so out of here”, dijo, o séase, que se iba echando leches, porque nuestro Bishnu le había dicho que mañana era imposible irse, porque iban a saberse el resultado de las elecciones y pondrían bombas (¿!) en las calles y habría revueltas y no sé qué más. Eso les acabó de decidir, y yo me uní a ellas.
¿Qué podía hacer? Estaba claro que planeaba guardarnos en su harén el tiempo que hiciera falta, que nada iba a cambiar. Él quería a las voluntarias simplemente para darle compañía en su apartamento. ¡No habíamos venido para eso! Y no nos podíamos quedar a dar clases a los niños, aunque fuera en una choza cualquiera, porque él no les dejaría. Como Marnie dijo, al fin y al cabo, nosotros sólo estábamos aquí por unas semanas, él se quedaba y los críos no podrían hacer otra cosa más que obedecerle a él, su “benefactor”. El gran (palabrota) debe de ser una especie de caciquito aquí.
Y ahora se impone explicar algunas cosas. Bishnu la había tomado conmigo desde el principio. Cualquier cosa que hiciera le ofendía sobremanera, mientras que con las otras era indulgente en todo. Ellas lo sabían y por eso me defendían siempre. Esta noche, Bishnu vino unas cuantas veces, y acabó preguntando si teníamos algún problema con él. Ruth le dijo que sí, le explicó lo que llevaba haciendo mal todo el día. Y resumiendo, si me pedía disculpas por haberme gritado, nos quedábamos. Él intentó decirle que todo era por mi culpa, que me dejara marchar, pero que ellas se quedaran. Ruth dijo que ni hablar. Volvió el hombrecito unas cuantas veces, nos devolvió casi todo el dinero, nos llamó un taxi para mañana. Cada vez intentaba convencer a Ruth de que se quedara. A mí obviamente no, le daba tres leches que me fuera. Tenemos nuestra teoría al respecto, de por qué me tiene tanta antipatía. Pero esto es un blog sobre lo que había venido a hacer aquí, así que no procede. Si he puesto todo lo anterior es para justificar mi marcha.
Mañana a las 7 tenemos el tren. Quién me hubiera dicho que volvería a ver a Jess. La llamamos y mañana nos encontraremos con ella, nos ha dado todo tipo de consejos sobre dónde quedarnos en Calcuta. ¿Qué nos espera allí? Hemos pensado que iremos a “voluntariar” con la asociación de la Madre Teresa de Calcuta. Allí seguro que vemos cosas más fuertes, que no sabemos si estamos preparadas para afrontar. Pero como dicen ellas, al menos nos tenemos las unas a las otras. Es curioso lo que nos hemos unido en tan sólo cuatro días.

P.D. Pensar que no volveré a ver a esos niños nunca más… Ruth tenía su favorita, una niña llamada Vishti que siempre decía Fantastic! de una manera que te hacía reírte con todas tus ganas, pero la mía era sin duda Rhadika, y como Ruth dijo, es que siempre estaba pegada a mí, cómo no iba a serlo. Todo por culpa del (palabrota) ese. La única frase que recuerdo del único documental que este señor ha dirigido es: “This hand has touched her face. This hand won’t commit a sin ever again”. Paradójico, ¿eh? Todo lo que predica, de todo ese supuesto bien que hace… este señor es un hipócrita (y no es una palabrota, sólo estoy consta

Wednesday 11 May 2011

momentos






Trafico en Calcuta, un ninho en una fuente, Rafiki en medio del campo, una carrera organizada en la escuela.

Tuesday 10 May 2011

Primeros dias


6 de mayo

Por fin en Calcuta. Parece increíble que después de este viaje de tres días haya conseguido llegar hasta aquí. Hasta ahora sólo he podido ver pinceladas; venía en el todoterreno de Bishnu, un gigante entre la marabunda de bicicletas, rickshaws, pequeños taxis y diminutos vehículos que ni sé nombrar. El sistema para circular por aquí es meterse en cuanto haya hueco; se avisa al que esté delante con bocinazos o llamaradas, y el más rápido pasa primero. De resultas se han convertido en excelentes conductores, capaces de pasar a pocos milímetros de personas, vehículos o animales sin jamás rozarlos. Yo no sería capaz de hacerlo.
La casa de Bishnu me recuerda un poco al sur de España. Es un patio interior, común, al que se accede a través de una verja. Sería muy buena casa en España, así que imagino que aquí será extra lujosa. Ya me ha planificado todo el fin de semana. Ojalá pueda volver a ver a Jess Shepherd, mi compañera desde Delhi. Juntas hemos logrado combatir la burocracia india y conseguir un vuelo sólo ocho horas después del nuestro, que había sido cancelado. Good team.

8 de mayo
Un fin de semana entero en la Calcuta artificial. Tiempo un poco desperdiciado, pero al menos hoy he ido a una fiesta ritual, una de las primeras que reciben los bebés indios. Era una niña que cumplía hoy seis meses. Iba vestida como una maharajá de las películas, con un vestido rojo, khol en los ojos, pulseras de plata en los pies y unos símbolos en la frente. Tenía unos ojos enormes, y no dejaba de mirarnos a todos, sin asustarse ni llorar. Era preciosa. A su alrededor, un mundo de colores. Los que cada mujer llevaba en su sari. Algunas con lunares rojos en la frente (el de mi anfitriona era enorme y estaba hecho con un círculo de terciopelo rojo). El de la madre de la niña era verde. Otras mujeres llevaban una línea roja desde el nacimiento del pelo en la frente hasta la parte posterior de la cabeza. Bishnu me ha explicado que significa que la mujer está casada. Aunque por lo visto no es obligatorio llevarlo.
Mañana vamos a Shantiniketan y mi mentor me ha estado diciendo las “rules” que habrá en la casa de los voluntarios. Nada de salir después de anochecer. Por lo visto una americana fue violada y asesinada el año pasado allí. De hecho, me ha dicho que si salgo, le tengo que firmar un papel como que salgo bajo mi responsabilidad. Creo que no tentaré la suerte. En el avión a Calcuta coincidí con una muchacha que era zoóloga. Me explicó que en esa zona todos los años mueren muchas personas atacadas por tigres (vale, mi padre me lo había dicho ya, ¡pero él siempre exagera!). Le dije que yo tendría que hacer todos los días 18 kilómetros atravesando bosque. Por lo visto durante el día no hay problemas. Aunque sí me habló de serpientes, cocodrilos y no sé cuánta más fauna del estilo. Qué bien. En fin, da igual. Mañana conoceré a mis niños. Tengo unas ganas…

10 de mayo
Shantiniketan es completamente diferente de Kolkata. Es un pueblo, de hecho los únicos taxis que hay son los rickshawallas, los triciclos que van adosados a una especie de carromato en el que se sientan los pasajeros. Y vegetación a cada paso. Árboles enormes, con troncos, subtroncos y subsubtroncos, con ramas que llegan hasta el suelo. Las otras voluntarias han alquilado un coche (lo que aquí incluye a su conductor), que es el que nos viene a buscar a la estación. Mucho menos tráfico, pero la carretera (vamos a llamarla así) sólo da para un coche, así que a base de cálculos matemáticos para que cupiéramos todos conseguimos llegar al apartamento. El de Bishnu y el de las voluntarias están pared con pared. El nuestro es una habitación principal, un baño, un balcón y un trastero. Comemos en el de Bishnu. Las otras voluntarias son Ruth y Marnie, madre e hija, de Reino Unido. Tienen un acento dificilísimo, pero son la mar de majas. Sobre sus colchones hay una especie de tienda: es una red anti mosquitos que han tenido que comprar porque les estaba acribillando. Después de la noche que he pasado, también me he cogido una. Quien vea mi brazo pensará que tengo varicela.
Después de comer vamos en coche (Bishnu el voluminoso delante, nosotras tres encajadas atrás, es un Tata más pequeño que un SEAT Panda, sin aire acondicionado… en fin, se podrían incubar huevos en ese coche). Salimos del pueblo y entramos en el campo. Vacas y cabras han colonizado el camino, no se inmutan y el conductor tiene que salirse a veces para no aplastarlas. Dice Bishnu que todas tienen dueño, ¿pero cómo hace el dueño para encontrarlas cada noche? ¿Y cómo es que nadie se lleva ninguna para casa? Porque ese día he visto el primer niño con la barriguita hinchada, y sospecho que veré muchos más. Aquí se pasa hambre. Pero nadie lo diría viendo cómo van a la escuela vestidos. Las niñas, bien peinadas y con vestidos; los niños, con camisa, algunos incluso con pantalones largos (asándose probablemente).
¡Los niños! Con decir que hoy no querían que la clase se acabara. ¡Pero qué clase de alumno ha dicho eso jamás! Las chicas han dividido al mogollón en tres grupos: el red, el yellow y el blue, desde los que menos inglés saben hasta los que más. Ya tengo a mi grupo preferido, los que juegan conmigo a todo lo que les propongo. Se ríen de mí cuando intento decir sus nombres (hay más de 70 niños, cada uno con un nombre super raro). Me harté y les hice que dijeran mi apellido, pero los muy… lo dijeron a la primera. ¡Me sentí muy frustrada!
Cuando llegas en el coche entiendes lo que debe de sentir Brad Pitt. Vienen corriendo hacia el coche y todos quieren tocarte, que le agarres la mano, que le digas algo. Si chocas la mano de uno, el resto se pone celoso y ya tienes que chocar quince más. Son irrequietos, y tan tiernos… hay que verlos cómo cuidan a los más pequeños.
La escuela es preciosa, son dos habitaciones pero damos las clases fuera, en el porche. Bueno, de momento yo sólo miro. Los red cantan canciones, recitan el abecedario. Los yellow, dictados. Y los blue están con los días de la semana, las horas…
Hoy hemos visto monos en el camino. Babuinos. Wow.