Monday 2 December 2013

Subida al cerro, bajada a la playa


Hace mil que no escribo. ¿Pereza? ¡No! Nuevos proyectos. Sí, ahora estoy en serio con un doctorado (madre mía en los pantanos en que me meto), y entre medias ha habido elecciones en Chile y también me he metido a empollarlas para poder escribir sobre el tema. Así que mi pequeño diario ha pagado el pato. Me quedé en la super semana que tuve con vida social a tope, y el viernes pagué las consecuencias. Me levanté con ansias y dolor de cabeza. Esa noche había quedado con mis chilenas de la India a una fiesta y no pude ir. Cómo estaría Sevilla cuando no quería ni trigo. Y al día siguiente había quedado con Helen, otra au pair cuyos “padres” son mejores amigos de los míos y cuyos niños son de la edad de los míos. Vamos, que íbamos a pasar muuucho tiempo juntas. El plan era subir al cerro San Cristóbal, y yo me volví a levantar con ansias, ¿qué mierda de virus era ése? Fui, por no quedarme en casa que ya me daba depresión, nos bajamos en Bellavista (¡mi barrio!) y empezamos a andar dirección cerro. OMG la subida que nos esperaba, quiero creer que era el smog por lo que estaba tan cansada porque si no qué bajón. A ver, era un cerro plantado en medio de la ciudad, de repente subir 800m así a pelo, con campo cuando todavía había rascacielos por encima de nuestras cabezas, y aún así qué maravilla esa ilusión de aire puro. Tuvimos que parar dos veces a recuperarnos, mientras niños de poco más de metro de altura pasaban a nuestro lado al trote, gritando y riendo. Malditos. Yo entre el cansancio, las ganas de potar y el smog, estaba en una forma estupenda. Menos mal que con la muchacha no había silencios incómodos y no paramos de parlotear (ella más, que yo iba asfixiada), si no me hubiera tirado colina abajo. Y cuando por fin llegamos, era muy raro estar ahí rodeada de edificios, joder qué grande es Santiago, hasta donde nos llegaba la vista sólo era gris de puro construido, y también es verdad que la vista no llegaba muy lejos, que el smog lo diluía todo. Helen se empeñó en tomarse un mote con huesillos, mis alemanas me habían explicado que parecía un cerebro y a veces sabía como tal, así que en atención a mi delicado estado tripero me abstuve. Eso sí, no le hice ascos a unas palomitas que vendían dos puestos más allá y que olían de maravilla. ¿Qué? Eso ya sabía yo que no me iba a hacer daño...

Para bajar decidimos hacer la gracia y tomar caminos nuevos, senderos que fueran pintorescos, para estar más en contacto con la naturaleza, el medio ambiente, el canto de los pájaros y, como vimos 50m más adelante, el suelo. El sendero pintoresco se tornó traicionero, con arena muy muy finita, un poco hijoputesca diría yo, ideal para romperte la crisma mientras ruedas en caída libre por un caminito prácticamente vertical que, para acabar de arreglarlo todo, terminaba justito en la carretera. Pero ya no podíamos volver, qué pereza subir a cuatro patas, y qué palo a nuestro orgullo desandar lo andado, así que agarrándonos a las ramas de cuanto arbusto o árbol pillábamos fuimos bajando. Cuando llegamos abajo no nos habíamos caído ni una vez, pero las piernas me temblaban y me tenía que sentar. El plan era ir directamente a una fiesta en un sitio a tomar por Cleta, una fiesta de la primavera, con exposiciones alternativas, música... el plan ideal si estás en forma, claro. Lo que no era el caso. Me reuní con Helen y una amiga suya en Quinta Normal (ya hablaré de ella, qué excelente sitio!) y tuvimos que pillar taxi porque aquello no había quien lo encontrara. Al llegar era un evento pequeño pero muy lindo (y barato, algo raro en Santiago). No pude quedarme a la música porque me estaba muriendo. La vuelta la hice en el 503, el mismo bus que podía coger desde Bellavista hasta mi casa. Una chilena lo llama el autobús mágico, y tiene razón, dondequiera que me encuentre lo puedo pillar y me deja en la puerta de casa. Nótese que ya estoy dejando de utilizar el verbo “coger”, de insidiosas connotaciones por estas tierras.

Al día siguiente había planazo: ¡Algarrobo! Que, fuera de lo cateto del nombre, es una playa super chula, y yo me moría de ganas de tocar el Pacífico y ver si era verdad que había cubitos de hielo flotando -toda la gente decía que el agua estaba helada y no había quien se metiera. El viaje no lo podía hacer con mi familia porque como venía una prima también nuestro coche iba lleno, así que acabé en el auto de una amiga, que yo conocía por la fiesta de cumpleaños; ese día me enseñó a hacer el pino sin apoyarme en la pared (es profe de capoeira). Durante el viaje fuimos contando batallitas y las suyas se llevaron la palma: por lo visto hace poco se enteró de que su abuelo japonés, instalado en Méjico, había sido espía nipón durante la Segunda Guerra Mundial. Por lo visto Japón, optimistas ellos, pretendía invadir Estados Unidos a través de Méjico si la guerra le iba bien. Y esto lo descubrieron sólo porque un primo lo leyó por casualidad en un libro, donde había un capítulo entero dedicado al abuelo, quien tenía un rancho justo en la frontera con USA. Muy estratégico todo.

Una vez en la playa no esperé por nadie; me quité los zapatos y eché a correr hacia el océano como un ratón, dando mal ejemplo porque los niños corrían detrás de mí dando tropezones en la arena, en el agua, casi se ahogan... maldita sea, qué mal llevo lo de dar ejemplo. El agua tampoco estaba tan mal, ni siquiera vi pingüinos, que en ese lugar a veces se avistan. Y de repente ya era la hora de comer y aproveché para tomar los ostiones, esa especie de ostras que quise probar nada más por la gracia que me hacía el nombre, y daba un poco de aprensión, sobre todo al tacto. Jugué con los niños, ola arriba ola abajo, después de que casi se los llevaran un golpe de mar un par de veces inventé nueva regla: si la ola te toca, pierdes, así que CORRE. La peque se me quedó dormida en los brazos en un paseo que di por la playa, y a la vuelta pensé que yo me quedaría dormida en el coche de puro cansancio, pero entre la conversación y el CD de música que había puesto no pude. Eran canciones infantiles, y salió una que me cantaba mi abuelo cuando yo era niña. Me emocioné muchísimo. Por cierto, ¿sabíais que la canción “Ay ay ayayyyy, canta y no llores...”, viene de la Península, del s. XVI, y que se exportó entonces tanto a Brasil como el resto de Latinoamérica? Lo que no se sabe es de dónde viene, si de España o Portugal, pero mira que es vieja...

A partir de esa semana empecé a ir al parque de niños por las tardes, y acabé formando parte de un grupito, que al fin y al cabo siempre estamos las mismas. Las nanas se suelen poner por un lado, peruanas, y las mamás, chilenas o gringas, por otro. Yo me suelo poner con las gringas, desde que encontré una española allí con su niñita (qué aspavientos, qué alegría, como si nunca hubiéramos visto un español antes), menos cuando viene Rosa, nuestra nana que también viene a veces con los niños que cuida a otra familia; todas la queremos tanto que siempre vamos a buscarla. Rosa no es una nana común. Cuando acabó el primer curso de Administración decidió venirse a Chile, aunque fuera de nana, porque ganaría más dinero. Ya se ha casado aquí así que aquí se queda, y me encanta porque tenemos conversaciones muy interesantes, como cuando me pregunta irónicamente que qué aprendemos nosotros de la conquista de América, porque por lo menos ella aprendió que fuimos unos cabroncetes en Perú, y yo le digo que sí, que somos conscientes, pero que ya qué le vamos a hacer. “Y si se llevaron tanta plata de allí, ¿cómo es que ahora están en crisis?” “Puf, dónde andará esa plata ya, Rosa...”.

El viernes aún no había hecho nada de turismo y quise ir al museo de la Memoria. Salí del metro desorientada y le pregunté a dos mujeres dónde estaba. Y ahí me quedé una hora hablando con una de ellas, Marilita. Qué personaje. Es pastelera y comunista. Su padre a veces colaboraba con los militares y ellas misma se casó con uno, y dice que, aunque las cosas nunca se dijeran aquí, ella aprendió a mirar. Del museo aprendí que efectivamente en el régimen eran unos ases a la hora de ocultar información. Pero ya hablaré de eso en otra ocasión.

Monday 21 October 2013

Curiosidades de Santiago


Acudí como convenido al tour, pero no apareció mi amiga de Valparaíso. Se habría quedado atascada en el monumental taco (atasco) que se forma a la vuelta de los puentes aquí. Qué pena, qué se le iba a hacer. Todavía no habíamos empezado cuando escuchamos unas sirenas desgañitándose y vimos avanzar furgonetas de la policía seguidos de coches repletos de gente, con las ventanillas bajadas y el reggaetón a todo trapo. En casi todos los coches había pintados grafitis. Tuvimos que esperar a que pasaran todos para cruzar. Le pregunté al guía qué pasaba. Un funeral, me dijo. ¿Qué? ¿Con regaetón? Y me fijé mejor en los grafitis, y todos decían cosas como “hasta siempre Casimiro”, o “te queremos”. Vaya. Concluí que aquí había que celebrarlo todo. Perfecto.

Comenzamos el recorrido por el Gabriela Mistral, un edificio que Salvador Allende consiguió levantar en tiempo récord (270 días) con ayuda sólo de voluntarios, que venían en turnos de mañana, tarde y noche. Sin embargo ahora es considerado un edificio de Pinochet, pues él se instaló aquí mientras restauraba el Palacio de la Moneda, la sede presidencial que el dictador mismo había bombardeado (con Allende dentro, claro). Ahora es un centro de artes. De ahí pasamos al cerro de Santa Lucía, un antiguo fuerte desde el que se puede ver toda la ciudad, con una fuente a lo Trevi en la entrada, de lo más bonito que he visto hasta ahora en la capital. Es alucinante que te puedas subir a una montaña y estar casi en naturaleza de esa manera en medio de una city como Santiago, tan llena de rascacielos...
Entrada al Fuerte de Santa Lucía

Cuando estoy en una ciudad nueva me gusta pensar en lo que pasó en esas calles, en esos edificios que ahora veo. Pasamos por una iglesia un poco curiosa, con una pared de piedra, otra de ladrillo, un poco de mármol, el techo de madera. El guía nos explicó que cada vez que la finalizaban venía un terremoto (aquí hay uno chungo cada veinte años o así) y la destruía. Así que acabaron renunciando al viejo estilo de hacerlo todo igual y se limitaron a mantener lo que se salvaba de cada vez. Y de repente el circuito se tornó más interesante, porque llegamos al número 38 de la calle Londres. Aquí la Junta de Pinochet torturaba a todo sospechoso de comunista o un poco socialista. Había algunos nombres en el suelo, en la acera, inscritos en placas. Entre los baldosines había también adoquines blancos y negros, imitando los del interior del recinto, lo último que los desgraciados veían antes de entrar a la sala del dolor. Todos los de las placas eran hombres de entre 20 y 25 años. Recuerdo una conversación que tuve de sobremesa aquí con la Grit y Fred. Solamente a esa edad, y si todavía no se ha fundado su propia familia, es que te atreves a arriesgarlo todo por un ideal. Si tienes que proteger a tu familia, a la mierda los ideales, agachas la cabeza y punto.
MIR: Movimiento de Izquierda Revolucionaria

Y de ahí al Palacio de la Moneda, ahora sí reconstruido, y el guía nos explicó cómo fue ese día de 1973, el aviso a Allende, vamos a bombardear, tienes hasta mediodía para entregarte y te sacaremos a otro país, y Allende que se presenta igualmente en el palacio, Allende suicida, porque de ésa estaba claro que no iba a salir vivo. Los aviones sobrevolando la plaza, el ejército rodeándola. No había escapatoria. Se sigue sin saber si se suicidó o lo mataron. Pasó mucho tiempo hasta que se puedo hacer una autopsia al cuerpo (2007). Hay dos agujeros de bala, pero no se puede determinar cuál fue primero. Lo que sí se sabe es que se lo llevaron por una puerta lateral, envuelto en una alfombra o una manta. 
El palacio de La Moneda

Una pensaba que todo el mundo veía a Pinochet como el malo de la película, y esto pasa por venir con ideas preconcebidas. Ya me di cuenta con el primer taxista que me encontré. El sentimiento general es que Allende hubiera hecho de Chile otra Cuba, y EE.UU. les tenía ya en un bloqueo económico tal que la comida empezaba a faltar. Así que EE.UU. metió la zarpa como de costumbre y el resto es historia. Lo que contribuye a que no se tenga tanta tirria a Pinochet es el referéndum que hizo para ver si seguía gobernando o no. Como se fue calladito y tranquilo, pues ni tan mal. De EE.UU. también hay otra teoría de conspiración: que Pablo Neruda poeta, premio Nobel, embajador chileno, amigo de Allende (y de Lorca por cierto, que estuvo mucho tiempo en España y de ahí sacó su afición al comunismo) no murió de cáncer justo una semana después del golpe sino envenenado por la CIA en el hospital.

En fin, cuando se sale de la plaza de La Moneda, justo se está al lado ya de la catedral. Pero primero hay que pasar por una zona donde hay varios “Cafés con piernas”. Por lo visto el café no se vendía mucho aquí y a algunos empresarios no se les ocurrió otra que plantar a mujeres macizorras que sirvieran el café en bikini. Clientela asegurada.

Volviendo a la catedral, es enorme, quizá la más grande que nunca haya visto, y está situada en un lugar donde los mapuches ya celebraban sus rituales religiosos hace dos mil años (hay vestigios de esta época ya). Así que los cristianos debieron de decidir matar dos pájaros de un tiro, quitar lo que había y plantar lo suyo. Por la otra puerta se accedía a la Plaza de Armas, lugar de chilenidad acérrima pero que curiosamente ahora es el lugar preferido de los inmigrantes peruanos y bolivianos que están en la ciudad. Ese día había karaoke organizado, y una niñita se desgañitaba cantando los gorilas de la Melody. Un payaso me agarró de la muñeca según pasábamos a su vera, y me ordenó que le diera un beso. No sé que tienen los payasos que no me gustan nada. Y este menos. Cuando me negué e intenté zafarme, me agarró más fuerte y me puso una pistola (de plástico, espero, tenía cara de chungo) en la frente. Me rendí, le di un beso en la mejilla y salí corriendo. Odio los payasos.
Plaza de Armas. Intenté no sacar a la pseudo-Melody

Subimos a un hostal con una vista magnífica de la Plaza y ahí concluimos el recorrido. Todos estábamos deseando degustar los helados de la Emporio de la Rosa, una de las 25 mejores heladerías del mundo. Fuimos unas cuantas. Me las volvería a encontrar al día siguiente de fiesta, por cierto. Qué chico es Santiago a veces.

Entre tanto, al llegar a casa y coger internet, recibo mensaje de las alemanas de Valparaíso. Se habían quedado sin autobuses, se venían a Santiago dos días. ¡Bien! Ahora sí que podía hacer turismo en condiciones. Quedamos al día siguiente en cenar en su hostal. Se iban a instalar en Bellavista, el barrio medio bohemio que distingue el Santiago “cuico” (pijo) del... otro. Reencuentro genial, abrimos botella de vino para celebrar, y mientras cocinamos, aparece un chico inglés. Es su última noche y trae buena compañía: una botella de cachaça para hacer caipirinha. Nos miramos, está decidido. A éste lo reclutamos. Se unen dos danesas más. Me encantan los hostales.

Salimos de cervezas por Bellavista, y es genial y barato. Me declaro fan incondicional del barrio. No nos desemelenamos, mañana hay que reencontrarse para el tour matinal de las tres horas. Hay que estar en forma.

Esta vez el guía es diferente, más de anécdotas. Me gusta. El recorrido es por el Santiago típico, el de la gente normal, no los monumentos. Empezamos por la plaza que lleva el nombre de un corregidor de hace y pico años. Al tipo le encargaron que hiciera un puente para cruzar el Mapocho, uno de los ríos que cruza la ciudad. Pero el hombre no era capaz de acabarlo, porque en cuanto llovía el río de repente venía en crecida y le ahogaba al personal. Empezó a poner a trabajar a los prisioneros de la cárcel, pero pronto se le acabaron estos también. Así que decidió que había que encarcelar a todo quisqui, porque el puente había que acabarlo. Creó la ley seca, prohibido beber en las calles. Pero la gente estaba por lo visto demasiado acostumbrada y siguió haciéndolo, de tal manera que al final consiguió reclutar al personal que le hacía falta. De material de puente, vistos sus escrúpulos, probablemente se utilizaran los propios cuerpos de los ahogados. No se puede comprobar, porque el puente fue destruido después (con lo que costó acabarlo...).

Tras atravesar el río por el puente (el que lo sustituyó, que espero diera menos problemas y que esté constituido íntegramente por materia inorgánica) llegamos a la zona de mercados. Se puede encontrar de todo allí. El guía nos dice que le preguntemos sobre lo que no conozcamos, pero no nos garantiza que él mismo lo vaya a saber. Empezamos por los puestos peruanos, todos iguales, con los mismos productos, lo mismo una cebolla que un quitamanchas. Veo patatas y maíces de todos los colores, y mil productos que ni sospecho lo que pueda ser. A la tercera pregunta desisto. Mi guía no me puede explicar lo que es porque no me lo puede comparar a nada que yo conozca. Me tendré que poner a ahorrar para ir probando todo...
¿Maíz negro? ¿Cebollines? ¿Hmmm?
En los mismos mercados hay bares y restaurantes de todas las clases, desde antros donde se sirve comida para llevar hasta restaurantes super elegantes en un mercado todo precioso cuyo techo tiene una historia particular. Los chilenos querían uno de hierro forjado, y lo encargaron a Glasgow. En Montevideo se enteraron y ellos también quisieron el suyo, culo-veo-culo-quiero (potoveopotoquiero aquí en Chile, que culo suena fatal por lo visto). Los escoceses emocionados. Tanto, que en el momento del envío se equivocaron y ahora en Santiago tienen un techo con ventanales enormes, apropiados al clima soleado y cálido de Montevideo, y en la capital uruguaya una cubierta que no deja pasar ni gota de luz, previsto para contener el fuerte viento santiaguino. Cosas que pasan.
A la salida probamos un sopaipilla, una torta mapuche, con una salsa que hubiera podido poner a arder media ciudad. Madre mía. La siguiente y última parada era el...cementerio. El General. Sí señor, ése era el colofón del tour. Qué cenizos son estos santiaguinos, pensé yo.
Pues a día de hoy es lo que más me gusta de la ciudad. ¡Impresionante! Se calcula que mide lo que 117 campos de fútbol, que no sé lo que será en hectáreas pero debe de ser un mogollón. Las calles están hechas para que quepan dos coches, y son larguísimas. Si llego a ir sola no encuentro la salida fijo. Me pegué bien al guía. Pa' por si.
Lo primero que vimos fue el nicho de un tal Romualdito, que tenía varias placas agradeciéndole los favores prestados. Alguien que fue bien majo en vida, pensé. Pero no tenía sentido, porque había placas tanto de 1970 como de 2013. Raro. El guía nos explicó su historia.
Romualdito sigue haciendo furor 70 años después 
Por lo visto Romualdito murió en 1933. No se sabe a lo cierto de qué, él tenía un retraso mental y estaba siempre rondando por la estación de tren, y un día apareció muerto. Ahora bien, hay muchos chilenos que creen en las animitas, personas a las que Dios se ha llevado de manera prematura. Cuanto más inocente fueran en vida (niños, o personas discapacitadas), o más violenta fuera su muerte, más cerca las pone Dios de Él, para compensar. Y este chico cumplía todos los requisitos. Además debía de ser muy efectivo, porque pronto empezó a tener mucha fama. Tanta, que en el lugar donde había muerto, las placas de agradecimiento ocupaban ya siete metros de pared, y había velas ardiendo allí día y noche. Para liberar un poco el espacio, la policía ordenó a un agente que fuera (con nocturnidad y alevosía, para no generar alboroto) y retirara todo. Y esto está probado, que el pobre guardia fue de noche, y no se sabe si el caballo resbaló con la cera de las velas o qué, pero el caso es que se cayó y en la caída aplastó a su jinete y lo mató. Ahí se redobló la fe de los santiaguinos. Romualdito debía de ser poderoso pero de verdad.
Más adelante encontramos otra animita, Carmencita. La historia popular dice que era una muchacha de 15 años llegada de las provincias que se puso a trabajar de camarera en Santiago, y que una noche al volver del trabajo unos maleantes la violaron y la mataron. Durante mucho tiempo se buscó a los agresores, pero nunca se encontraron. Y tiene su explicación. La verdadera historia es que esta chica, sí que vino de provincias, pero se quedó otros 15 años más en Santiago, y en este tiempo se metió en líos de prostitución y al final murió en el hospital de una enfermedad venérea. No se sabe cómo en la historia pasó de ser prostituta a angelito. El caso es que la gente acude a ella cuando quiere pedir algo sobre un menor, sobre todo si se ha extraviado.
En el cementerio el guía me hizo llorar (menos mal que llevaba las gafas de sol puestas) delante de la tumba de un niño que vivió sólo cinco días. Tenía puestas las banderas del 18 (el día de Chile), y es que, según nos explicó, la familia viene a celebrar todos los feriados con él: Navidad, el 18, y por supuesto, su cumpleaños. Y en este día, traen invitaciones para los otros niños “vecinos” (los niños pequeños están enterrados todos juntos en una calle especial) y le dan regalos y eran tan triste lo que tenían escrito en su lápida que tenías que llorar. Muchas de las lápidas tenían juguetes; es un poco como los egipcios, darles algo que les puede ser útil en el Más Allá. Y los niños no son los únicos con los que se celebran los eventos. El cementerio permanece abierto todo el año, incluso en Año Nuevo, por eso precisamente. Más adelante vimos la tumba de un señor repleta de botellas vacías de cerveza. Son de su mujer, que cada vez que viene a verlo se toma una mientras le cuenta las últimas novedades. Tiene una colección espectacular ya, y eso que despejan la lápida de vez en cuando.
Su cerveza favorita es claramente Corona
Más cosas que llaman la atención: hay mausoleos conjuntos, por ejemplo para los carabineros (policías), el ejército, y luego hay sectores dedicados a cada profesión: carpinteros, o zapateros... Y luego llegamos a la parte “chic” del cementerio, porque en Chile hasta aquí son flagrantes las diferencias sociales, y era como una competición para ver quién era el más extravagante o estrafalario. Vi pirámides mayas, iglesias góticas, templos griegos, un Taj Mahal... Todo, a ver quién se hacía el mausoleo más grande o más … eso, raro. Les sobraba el dinero, se veía. Hubo una época en que algunas familias eran absurdamente ricas debido a que exportaban no sé qué material con el que se hacía la pólvora en Europa (con tanta guerra, estaban lógicamente forrados). Pero cuando se descubrió no sé qué material más barato y que los chilenos no tenían, se les jodió el invento y se vieron en la bancarrota de la noche a la mañana. Por eso había muchas construcciones a medio hacer, o mausoleos derruidos por los terremotos, pero la familia actual no puede permitirse gastarse el dinero en eso.
Y por fin llegamos a la tumba de Salvador Allende, dos columnas sobre una base. Entre ellas se ve justo la columna con el Cristo que alguien, probablemente a mala leche, colocó en medio de la avenida (él era ateo). También vi la tumba de otro presi, Aníbal Pinto. El cementerio empezó siendo únicamente católico, pero al final se le unió también el protestante, así que los católicos ahora prefieren enterrarse en otro nuevo, construido para la ocasión.
Acabamos el recorrido en el Quitapenas, bar parecido a casa de rancho donde los familiares matan las penas a base de terremotos, cervezas micheladas, piscos, o cualquiera de las mil bebidas que se pueden tomar aquí.
Esa noche en el hostal me despedí de las alemanas, con pena en el corazón porque cuando estás de viaje parece que los días cuentan como semanas, y las veré en dos meses cuando vuelvan de su periplo por Sudamérica. En el hostal había una fiesta de argentinos, que nos convidaron a un par de litronas. ¿He dicho ya lo que me gustan los hostales?


Monday 30 September 2013

VALPARAÍSO

Por fin llegó el viernes y como había hecho tantas horas en la semana tenía derecho a tres días libres. ¿Qué hacer cuando no hay nada ni nadie en Santiago? Grit, mi host-mother, me dio la idea: Valparaíso. A sólo 100km de Santiago, siempre hay autobuses, Patrimonio de la Humanidad... Todo ventajas, vaya. Pillé un hotel por Internet y allá me fui. Tenía pensado ir haciendo fotos por el camino, pero a quién quería engañar. Nada más montarme me dormí y me tuvieron que sacudir cuando llegamos para avisarme.
En la oficina de turismo me recomendaron coger un trolebús, un autobús super antiguo también protegido por la UNESCO y que funciona con electricidad. Decadente, como toda la ciudad, y muy pintoresco. Me bajé donde una torre con reloj, justo donde se coge el ascensor que sube al cerro de la Concepción. Muy prácticos estos ascensores en una ciudad que está situada en plena montaña. Éste en cuestión sonaba como si las maderas estuvieran resquebrajándose de arriba a abajo y no inspiraba mucha confianza, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Llegué sin incidentes, por lo visto jamás ha habido ningún problema con estos bichos.

Ejemplo muy gráfico de por qué se prefiere tomar el ascensor 
Cuando me asignaron el dormitorio en el hostal, justo llegaban una japonesa y tres alemanas, y más tarde otro chileno de Santiago. Ya tenía amigos para las vacaciones. Primero me fui yo sola a pasearme por los cerros. Dos de ellos, el de Concepción y el Alegre, son Patrimonio, y es una gozada pasear por ellos y ver los grafitis (algunos geniales, otros... no comments) en las paredes, las vistas a otras partes de la ciudad, y por supuesto el océano. 

Grafiti "no comments". Pobre quien viva ahí.
Tanto me abstraje en hacer fotos y en tomar las calles que más bonitas me parecían que por supuesto a la media hora no tenía ni idea de dónde estaba y llegaba tarde para el tour que me habían aconsejado hacer (el típico tip tour, tres horas en las que un guía te explica la ciudad a base de anécdotas la mar de interesantes y al final tú le das la propina que te parece). Después de dar unas dos mil vueltas, subir y bajar no sé cuántos peldaños, por una carambola llegué. Allí me encontré con la japonesa.

 Calle típica de cerro, con el Pacífico al fondo
 Menos mal que hice el tour, porque si no no habría podido comprender nunca todo lo que significó Valparaíso, y eso que yo ya conocía algo por los libros de Isabel Allende.
La ciudad nació como un puerto (de hecho, a su gente se la conoce como “porteños”), y se hizo muy importante a partir de la fiebre de oro en California de 1848, cuando era paso obligado de todos los europeos que acababan de pasar el temible Cabo de Hornos para descansar y reponer fuerzas antes de liarse con el pico y la pala en las minas. Llegó a ser tan rica que ahí se creó el primer banco chileno, y tenía una calle, la actual calle Serrano, que era la más pija de toda América Latina. Pero todo eso se acabó de sopetón cuando se construyó el Canal de Panamá en 1914, haciendo innecesario bajar hasta el Cabo de Hornos. Y Valparaíso empezó su decadencia. Desde que es UNESCO es aún peor, porque para restaurar los edificios tiene que hacerse según ciertas condiciones que lo hacen la mar de caro. Por ejemplo, el que iba a ser un hotel de todo lujo que jamás llegó a acabarse, sigue en plena Plaza Sotomayor y nadie lo retoma, porque no es rentable restaurarlo(lo cuida una viejecita de 80 años que lo mantiene lo más limpio posible, no comments de nuevo). Pero claro, sin la UNESCO se habría perdido el encanto de la ciudad. Ejemplo, hay un edificio en esa misma plaza (la más céntrica) que pertenece a una naviera. El edificio en tiempos debió de ser precioso, pero a la compañía no se le ocurrió otra cosa que coronarlo con un cubo de cristal ultramoderno y ultrahorroroso. Para evitar que atrocidades como ésta volvieran a ocurrir, la UNESCO intervino.
Edificio mitad clásico mitad...cristal, con banderitas para mejorar el conjunto
Toda esa zona, la inmediatamente cercana al puerto, es zona ganada al océano. Se fueron arrojando todo tipo de materiales hasta realizar la plataforma en la que se encuentra la plaza y los edificios colindantes. Una línea de ladrillos rojos indica hasta dónde llegaba el océano antiguamente. Los pesimistas dicen que algún día el océano recuperará lo que era suyo. Mientras, lo que sí es cierto es que la zona está plagada de carteles que alertan sobre el peligro de tsunamis e indican las vías de evacuación más cercanas. Hoy he soñado que un tsunami barría mi casa por cierto. Otra cosa curiosa es... los bomberos. Hay 16 compañías diferentes, cada una perteneciente a un país: EE.UU, Alemania, hasta Arabia Saudí. Cada colonia que se instalaba no quería ser menos que los otros extranjeros y fundaba la suya propia. Cuando hay un incendio se coordinan todos (debe de ser un maremagnum estupendo) y por cierto, lo hacen por amor al arte, o sea que después de estar todo el día de guardia, no ven ni un peso. Eso es voluntariado y lo demás boberías.

Vista de 360º de la plaza Sotomayor, donde está la estatua de Arturo Prat y los edificios principales
Desde el puerto se podía ver el barco insignia de la marina chilena y otros tres buques de guerra. Impresionantes. Nada que ver con el barquito de madera del pobre Arturo Prat (hay una calle/avenida suya con estatua de propina en cada pueblo chileno). Es el héroe nacional, aunque él de por sí no ganó nada. En la guerra de 1879, Chile se enfrentaba a la vez a Perú y Bolivia, y llevaba las de perder. Sobre todo en lo naval. Perú tenía un poderoso navío de hierro y a vapor fabricado en Inglaterra, la crème de la crème de los barcos, y Chile sólo barcos de madera con propulsión de... velas. Y en uno de estos, el Esmeralda, se fue a enfrentar el capitán Prat contra el otro monstruo. Visto que las posibilidades eran nulas, la solución que Prat escogió fue abordar el barco. Total, estaban muertos ya. Entró en cubierta el primero y según las versiones, o fue el único que saltó al otro barco, o le siguieron sólo diez marineros. Sea como sea, enseguida se lo cargaron de un tiro en la cabeza, pero el capitán peruano se quedó tan conmovido por su heroicidad que contó la proeza, y la proeza llegó a oídos del resto de chilenos, y seguro que el pobre capitán peruano si lo sabe se calla, porque se supone que fue lo que dio brío y fuerza a los chilenos para seguir el ejemplo de su héroe y darle la vuelta al curso de la guerra para acabar ganándola. Por eso Prat no fue un héroe de los normales.
Siguiendo el recorrido subimos a los cerros y empezamos a ver grafitis y tags por todas partes en una furiosa competición. Y lo es. Por lo visto hay una ley no escrita entre bandas, según la cual si hay un grafiti en una pared, un tagger no puede dibujar su firma. Y viceversa. Por eso algunos propietarios hablan con grafiteros para que les decoren las paredes, antes de acabar con un tag horrible en la fachada. Lo que pasa es que no todos son precisamente obras de arte, y a veces yo no tenía muy claro qué era peor. Otros eran geniales: una réplica de los Girasoles de Van Gogh, un retrato de Allende... espectaculares, en serio.

"Freestyle Girasoles". Autor, desconocido.
El tour acabó con un pisco sauer, bebida típica la mar de rica, y de ahí partí a por empanadas y cerveza. Cada noche en el hostal la gente se reúne y a veces se sale de fiesta juntos. Esa noche todavía había fondas en un parque (se festejan los cinco días de feriado seguido), así que decidimos ir todos juntos. El chileno lideraba el grupo, y nos guió hasta la parada de autobuses. El conductor que nos tocó se debía de pensar que estaba en Fórmula 1, porque nos llevó cerro arriba y abajo a una velocidad de espanto (irónico que en todas las ventanas hubiera cartelitos de “máxima velocidad, 50, por su seguridad”). Una montaña rusa me hubiera resultado mucho más apacible. Salimos medio mareados de los tumbos y nos encontramos con un parque precioso, lleno de carpas y atracciones de ferias, todo lleno de colorines. En las carpas se podía beber terremoto, bailar cueca, jugar a derribar tarros, comer... Paraíso, vaya. Nos fuimos pronto y sin probar a bailar la cueca, porque las alemanas todavía se recuperaban del jet-lag.

Al día siguiente, como ya habíamos recorrido lo más importante, nos dedicamos a pasear por el puerto y por los cerros que daban a él. Tomamos el ascensor más bonito, vimos el museo naval, volvimos a comer empanada, nos sentamos en el puerto rodeadas de perros callejeros mientras las comíamos. 

En un mercado de antigüedades compré el “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Pablo Neruda, otro de los importantes. Me quedan por conocer sus tres casas, auténticas atracciones turísticas aquí. Pero antes, ya tenía un nuevo plan: hacer los dos tours de tres horas de Santiago, que era una vergüenza haber conocido antes Valparaíso. La japonesa iba al día siguiente a Santiago y quedarnos en hacerlo de nuevo juntas. Y para rematar, volví en coche a Santiago, porque el chileno también se venía ese día. Qué bien me salió el finde en Valpo.

Sunday 22 September 2013

DIARIOS DE SANTIAGO

Y aquí estoy en un nuevo viaje. En América del Sur. ¡Por fin! Tenía unas ganas de locas de visitar un lugar que estuviera bien lejos, algo que fuera totalmente nuevo. Pero necesitaba también algo de back-up en caso de que algo fuera mal. Por eso Chile era perfecto. Tengo unos cuantos amigos que había conocido en la India viviendo aquí. De hecho, la gran mayoría son prácticamente mis vecinos, a unas pocas cuadras (medida chilena) de mi casa. Ironías de la vida.
Viajo ahora en una nueva modalidad. Se llama au pair y es super práctico. Tengo mi refugio del guerrero en pleno Santiago, en el barrio pijo, y desde aquí me moveré todo lo que pueda. La parte que era arriesgada era la familia, pero ya estoy tranquilizada. Mi familia es de lo más maja. Mis monstruitas son lo más tierno y terremoto que he conocido. Noemi tiene tres años y le lleva una cabeza al resto de sus compañeros de clase, herencia alemana sin duda. Habla español (chileno), alemán y francés, y a veces los mezcla los tres en la misma frase, y se pilla un berrinche si no la entiendo. La pequeña, Anaelle, hará un año mañana y sus padres la llaman Godzilla, no digo más. Destruye todo lo que pilla y cuando la oigo llegar gateando a todo trapo me pongo a temblar. Cuando come parece que ha pasado un tornado por su silla. Se empeña en comer sola utilizando cuchillo y tenedor y los resultados son catastróficos. A veces se pegan porrazos y se chillan la una a la otra, pero cuando Noemi le da la mitad de su galleta a la peque o juegan juntas se me cae la baba. Al padre aún no lo conozco, trabaja en el observatorio internacional del desierto de Atacama (he de ir!!), y la madre es lo más dulce del mundo, preocupada de que esté cansada cuando lleva el día entero con las niñas y la han despertado seis veces a lo largo de la noche, ¿seré una buena madre? se pregunta siempre, y yo pienso que sí. Cuando las niñas se acuestan cenamos solas y vemos Big Bang Theory, y nos tomamos una (o más) copa de buen vino chileno diciéndonos que nos lo hemos merecido.
Llegar aquí no fue fácil, me pillé el viaje más barato que por supuesto incluía unas 27 horas de viaje y dos paradas, una en Nueva York y otra en Miami. En Nueva York yo estaba temiendo la aduana, porque era 11 de septiembre y no era buen día para entrar. Mis temores se vieron confirmados cuando veo que la gente va pasando los controles y a mí el guardia me dice...que le siga a otra sala. Mierda, pienso. Ahora es cuando se ponen a registrarme y me hacen fotografías con un pijama a rayas. Pero no. Resulta que tengo apellido de traficante mejicano (Rodríguez) y por eso tengo que contestar un par de preguntas más (¿soy terrorista? ¿llevo algún AK47 en la maleta?). Cuando acabo, la mitad de los pasajeros españoles también están en la sala. Maldita sea, qué poco originales somos con los apellidos.
A trancas y barrancas y como una perfecta zombi aterrizo en Santiago. El piloto nos recomienda que admiremos por la ventana izquierda del avión (por supuesto yo voy en la derecha): el espectáculo de las cumbres de los Andes, sobrepasando las nubes. Precioso.

  Costanera Center
La primera semana se me fue en cuidar a las niñas y dar pequeñas vueltas por el barrio. Vivo en Las Condes, el barrio pijo, y se nota enseguida, con sus rascacielos acristalados, las avenidas enormes y bien cuidadas, y el Costanera Center ahí plantado en medio, el edificio más grande de Santiago, en el que sólo funciona el Mall de momento, porque se sigue disputando qué hotel se quedará con la parte de arriba y sus fantásticas vistas.
Al ser las fiestas nacionales, es obligatorio poner la bandera en todo edificio público y de apartamentos. Si no, multa. Es difícil no ser patriótico aquí.
Lo que me gusta de Santiago es que, estés donde estés, ves montañas enormes, blancas las de los Andes, verdes las de los cerros, que para eso son más modestas en altura. Lo peor, es que al estar para todos los efectos en un agujero, y con toda la contaminación que hay, siempre hay smog, una neblina que puede hacer parecer según el día que la nieve de las montañas es de color gris. Eso, y que la primera semana tuvimos una ola de frío polar, fue mi bienvenida a Santiago.
También eran las fiestas nacionales, con lo que de repente Santiago se vació. Todas mis amigas se fueron al sur o a la playa, y yo tenía el cumpleaños del padre y de la peque. El cumple, con todos los colegas astrónomos, parecía que estábamos en plena Big Bang Theory. Yo, acomplejada, porque todos los niños eran perfectos trilingües y algunos además expertos en dar saltos mortales. Un chico de 7 años me habló muy serio sobre la reencarnación, me recomendó un par de películas de terror (porque el resto son insulsas y no dan miedo) y me comentó cómo Bob Marley había llegado a ser su cantante favorito. Estos niños son de otro planeta.
El domingo Grit nos llevó a visitar la viña Casas del Bosque. Probamos el Tanino Sauer, una bebida con limón la mar de rica, nos hicieron un mini tour para explicarnos cómo fabricaban un vino que lleva dos años consecutivos ganando el premio al mejor tinto chileno, y nos tumbamos en unas hamacas al lado de unos americanos copa de vino en una mano y puro en la otra a disfrutar del sol. Sentaba bien salir de Santiago.
Viña “Casas del bosque”
A todo esto, me había perdido cómo celebran los chilenos las fiestas nacionales, así que me dispuse a ir a un parque y ver las famosas fondas que todo el mundo me había aconsejado visitar. Sólo entrar al parque costaba 4 lucas (1 luca = 1000 pesos = 1'5€). En Santiago se paga por todo. Ya podía ser buena la fiesta. Me incrusté a un par de catalanes que me había encontrado en el autobús y que me dieron esquinazo en cuanto pudieron. Para mí que eran pareja y yo no era una presencia bienvenida. Para olvidar me fui a comer una empanada de esas típicas y beber un terremoto, vino dulce con helado flotando (de ahí el nombre), con granadina y Fernat, un licor de 40º. Eso lo descubrí después. Sólo una maceta y ya andaba como flotando.
En la fonda había un escenario y una especia de mega tablao para bailar la cueca, la danza nacional. Se hace con un pañuelo y el principio es que los hombres tienen que moverse como si fueran gallos conquistando a una gallina, y las mujeres, cual aves, dejarse querer. Así que tienen una serie de vueltas, zapateos y flirteos con pañuelos que a mí me parecieron la mar de complicados. Era muy tierno porque allí se sacaba a bailar a todo el mundo, mayores con peques, daba igual si se conocían o no, y la gente lo daba todo. Después vi caballos a lo lejos y automáticamente fui a ver qué pasaba.
Niños vestidos típicamente bailan cueca
Había una demostración de caballos puros chilenos. Participaba el ejército, indios mapuches, bailarines clásicos y también otros procedentes de la isla de Pascua. El efecto total era fascinante y allí me quedé más de una hora viendo cómo los soldados hacían bailar sus caballos junto con los danzarines de a pie de tierra y todo al ritmo de la música, cómo los indios salían a galope a pelo y tiraban lanzas a monigotes, o los conducían de pie, o daban volteretas. Era precioso. El caballo chileno no tanto, la verdad es que si fueran un poco más grandes el efecto hubiera sido aún mayor, pero no se puede tener todo.
Mapuche a lomos de un caballo

Me fui temprano a casa. Al día siguiente empezaban mis días libres, y al fin y al cabo tampoco era plan de quedarme de fiesta a lo Massiel yo conmigo misma. Así que a las nueve en casa, a tiempo para una cena sibarita con los padres. Perfecto.