Monday 30 September 2013

VALPARAÍSO

Por fin llegó el viernes y como había hecho tantas horas en la semana tenía derecho a tres días libres. ¿Qué hacer cuando no hay nada ni nadie en Santiago? Grit, mi host-mother, me dio la idea: Valparaíso. A sólo 100km de Santiago, siempre hay autobuses, Patrimonio de la Humanidad... Todo ventajas, vaya. Pillé un hotel por Internet y allá me fui. Tenía pensado ir haciendo fotos por el camino, pero a quién quería engañar. Nada más montarme me dormí y me tuvieron que sacudir cuando llegamos para avisarme.
En la oficina de turismo me recomendaron coger un trolebús, un autobús super antiguo también protegido por la UNESCO y que funciona con electricidad. Decadente, como toda la ciudad, y muy pintoresco. Me bajé donde una torre con reloj, justo donde se coge el ascensor que sube al cerro de la Concepción. Muy prácticos estos ascensores en una ciudad que está situada en plena montaña. Éste en cuestión sonaba como si las maderas estuvieran resquebrajándose de arriba a abajo y no inspiraba mucha confianza, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Llegué sin incidentes, por lo visto jamás ha habido ningún problema con estos bichos.

Ejemplo muy gráfico de por qué se prefiere tomar el ascensor 
Cuando me asignaron el dormitorio en el hostal, justo llegaban una japonesa y tres alemanas, y más tarde otro chileno de Santiago. Ya tenía amigos para las vacaciones. Primero me fui yo sola a pasearme por los cerros. Dos de ellos, el de Concepción y el Alegre, son Patrimonio, y es una gozada pasear por ellos y ver los grafitis (algunos geniales, otros... no comments) en las paredes, las vistas a otras partes de la ciudad, y por supuesto el océano. 

Grafiti "no comments". Pobre quien viva ahí.
Tanto me abstraje en hacer fotos y en tomar las calles que más bonitas me parecían que por supuesto a la media hora no tenía ni idea de dónde estaba y llegaba tarde para el tour que me habían aconsejado hacer (el típico tip tour, tres horas en las que un guía te explica la ciudad a base de anécdotas la mar de interesantes y al final tú le das la propina que te parece). Después de dar unas dos mil vueltas, subir y bajar no sé cuántos peldaños, por una carambola llegué. Allí me encontré con la japonesa.

 Calle típica de cerro, con el Pacífico al fondo
 Menos mal que hice el tour, porque si no no habría podido comprender nunca todo lo que significó Valparaíso, y eso que yo ya conocía algo por los libros de Isabel Allende.
La ciudad nació como un puerto (de hecho, a su gente se la conoce como “porteños”), y se hizo muy importante a partir de la fiebre de oro en California de 1848, cuando era paso obligado de todos los europeos que acababan de pasar el temible Cabo de Hornos para descansar y reponer fuerzas antes de liarse con el pico y la pala en las minas. Llegó a ser tan rica que ahí se creó el primer banco chileno, y tenía una calle, la actual calle Serrano, que era la más pija de toda América Latina. Pero todo eso se acabó de sopetón cuando se construyó el Canal de Panamá en 1914, haciendo innecesario bajar hasta el Cabo de Hornos. Y Valparaíso empezó su decadencia. Desde que es UNESCO es aún peor, porque para restaurar los edificios tiene que hacerse según ciertas condiciones que lo hacen la mar de caro. Por ejemplo, el que iba a ser un hotel de todo lujo que jamás llegó a acabarse, sigue en plena Plaza Sotomayor y nadie lo retoma, porque no es rentable restaurarlo(lo cuida una viejecita de 80 años que lo mantiene lo más limpio posible, no comments de nuevo). Pero claro, sin la UNESCO se habría perdido el encanto de la ciudad. Ejemplo, hay un edificio en esa misma plaza (la más céntrica) que pertenece a una naviera. El edificio en tiempos debió de ser precioso, pero a la compañía no se le ocurrió otra cosa que coronarlo con un cubo de cristal ultramoderno y ultrahorroroso. Para evitar que atrocidades como ésta volvieran a ocurrir, la UNESCO intervino.
Edificio mitad clásico mitad...cristal, con banderitas para mejorar el conjunto
Toda esa zona, la inmediatamente cercana al puerto, es zona ganada al océano. Se fueron arrojando todo tipo de materiales hasta realizar la plataforma en la que se encuentra la plaza y los edificios colindantes. Una línea de ladrillos rojos indica hasta dónde llegaba el océano antiguamente. Los pesimistas dicen que algún día el océano recuperará lo que era suyo. Mientras, lo que sí es cierto es que la zona está plagada de carteles que alertan sobre el peligro de tsunamis e indican las vías de evacuación más cercanas. Hoy he soñado que un tsunami barría mi casa por cierto. Otra cosa curiosa es... los bomberos. Hay 16 compañías diferentes, cada una perteneciente a un país: EE.UU, Alemania, hasta Arabia Saudí. Cada colonia que se instalaba no quería ser menos que los otros extranjeros y fundaba la suya propia. Cuando hay un incendio se coordinan todos (debe de ser un maremagnum estupendo) y por cierto, lo hacen por amor al arte, o sea que después de estar todo el día de guardia, no ven ni un peso. Eso es voluntariado y lo demás boberías.

Vista de 360º de la plaza Sotomayor, donde está la estatua de Arturo Prat y los edificios principales
Desde el puerto se podía ver el barco insignia de la marina chilena y otros tres buques de guerra. Impresionantes. Nada que ver con el barquito de madera del pobre Arturo Prat (hay una calle/avenida suya con estatua de propina en cada pueblo chileno). Es el héroe nacional, aunque él de por sí no ganó nada. En la guerra de 1879, Chile se enfrentaba a la vez a Perú y Bolivia, y llevaba las de perder. Sobre todo en lo naval. Perú tenía un poderoso navío de hierro y a vapor fabricado en Inglaterra, la crème de la crème de los barcos, y Chile sólo barcos de madera con propulsión de... velas. Y en uno de estos, el Esmeralda, se fue a enfrentar el capitán Prat contra el otro monstruo. Visto que las posibilidades eran nulas, la solución que Prat escogió fue abordar el barco. Total, estaban muertos ya. Entró en cubierta el primero y según las versiones, o fue el único que saltó al otro barco, o le siguieron sólo diez marineros. Sea como sea, enseguida se lo cargaron de un tiro en la cabeza, pero el capitán peruano se quedó tan conmovido por su heroicidad que contó la proeza, y la proeza llegó a oídos del resto de chilenos, y seguro que el pobre capitán peruano si lo sabe se calla, porque se supone que fue lo que dio brío y fuerza a los chilenos para seguir el ejemplo de su héroe y darle la vuelta al curso de la guerra para acabar ganándola. Por eso Prat no fue un héroe de los normales.
Siguiendo el recorrido subimos a los cerros y empezamos a ver grafitis y tags por todas partes en una furiosa competición. Y lo es. Por lo visto hay una ley no escrita entre bandas, según la cual si hay un grafiti en una pared, un tagger no puede dibujar su firma. Y viceversa. Por eso algunos propietarios hablan con grafiteros para que les decoren las paredes, antes de acabar con un tag horrible en la fachada. Lo que pasa es que no todos son precisamente obras de arte, y a veces yo no tenía muy claro qué era peor. Otros eran geniales: una réplica de los Girasoles de Van Gogh, un retrato de Allende... espectaculares, en serio.

"Freestyle Girasoles". Autor, desconocido.
El tour acabó con un pisco sauer, bebida típica la mar de rica, y de ahí partí a por empanadas y cerveza. Cada noche en el hostal la gente se reúne y a veces se sale de fiesta juntos. Esa noche todavía había fondas en un parque (se festejan los cinco días de feriado seguido), así que decidimos ir todos juntos. El chileno lideraba el grupo, y nos guió hasta la parada de autobuses. El conductor que nos tocó se debía de pensar que estaba en Fórmula 1, porque nos llevó cerro arriba y abajo a una velocidad de espanto (irónico que en todas las ventanas hubiera cartelitos de “máxima velocidad, 50, por su seguridad”). Una montaña rusa me hubiera resultado mucho más apacible. Salimos medio mareados de los tumbos y nos encontramos con un parque precioso, lleno de carpas y atracciones de ferias, todo lleno de colorines. En las carpas se podía beber terremoto, bailar cueca, jugar a derribar tarros, comer... Paraíso, vaya. Nos fuimos pronto y sin probar a bailar la cueca, porque las alemanas todavía se recuperaban del jet-lag.

Al día siguiente, como ya habíamos recorrido lo más importante, nos dedicamos a pasear por el puerto y por los cerros que daban a él. Tomamos el ascensor más bonito, vimos el museo naval, volvimos a comer empanada, nos sentamos en el puerto rodeadas de perros callejeros mientras las comíamos. 

En un mercado de antigüedades compré el “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Pablo Neruda, otro de los importantes. Me quedan por conocer sus tres casas, auténticas atracciones turísticas aquí. Pero antes, ya tenía un nuevo plan: hacer los dos tours de tres horas de Santiago, que era una vergüenza haber conocido antes Valparaíso. La japonesa iba al día siguiente a Santiago y quedarnos en hacerlo de nuevo juntas. Y para rematar, volví en coche a Santiago, porque el chileno también se venía ese día. Qué bien me salió el finde en Valpo.

Sunday 22 September 2013

DIARIOS DE SANTIAGO

Y aquí estoy en un nuevo viaje. En América del Sur. ¡Por fin! Tenía unas ganas de locas de visitar un lugar que estuviera bien lejos, algo que fuera totalmente nuevo. Pero necesitaba también algo de back-up en caso de que algo fuera mal. Por eso Chile era perfecto. Tengo unos cuantos amigos que había conocido en la India viviendo aquí. De hecho, la gran mayoría son prácticamente mis vecinos, a unas pocas cuadras (medida chilena) de mi casa. Ironías de la vida.
Viajo ahora en una nueva modalidad. Se llama au pair y es super práctico. Tengo mi refugio del guerrero en pleno Santiago, en el barrio pijo, y desde aquí me moveré todo lo que pueda. La parte que era arriesgada era la familia, pero ya estoy tranquilizada. Mi familia es de lo más maja. Mis monstruitas son lo más tierno y terremoto que he conocido. Noemi tiene tres años y le lleva una cabeza al resto de sus compañeros de clase, herencia alemana sin duda. Habla español (chileno), alemán y francés, y a veces los mezcla los tres en la misma frase, y se pilla un berrinche si no la entiendo. La pequeña, Anaelle, hará un año mañana y sus padres la llaman Godzilla, no digo más. Destruye todo lo que pilla y cuando la oigo llegar gateando a todo trapo me pongo a temblar. Cuando come parece que ha pasado un tornado por su silla. Se empeña en comer sola utilizando cuchillo y tenedor y los resultados son catastróficos. A veces se pegan porrazos y se chillan la una a la otra, pero cuando Noemi le da la mitad de su galleta a la peque o juegan juntas se me cae la baba. Al padre aún no lo conozco, trabaja en el observatorio internacional del desierto de Atacama (he de ir!!), y la madre es lo más dulce del mundo, preocupada de que esté cansada cuando lleva el día entero con las niñas y la han despertado seis veces a lo largo de la noche, ¿seré una buena madre? se pregunta siempre, y yo pienso que sí. Cuando las niñas se acuestan cenamos solas y vemos Big Bang Theory, y nos tomamos una (o más) copa de buen vino chileno diciéndonos que nos lo hemos merecido.
Llegar aquí no fue fácil, me pillé el viaje más barato que por supuesto incluía unas 27 horas de viaje y dos paradas, una en Nueva York y otra en Miami. En Nueva York yo estaba temiendo la aduana, porque era 11 de septiembre y no era buen día para entrar. Mis temores se vieron confirmados cuando veo que la gente va pasando los controles y a mí el guardia me dice...que le siga a otra sala. Mierda, pienso. Ahora es cuando se ponen a registrarme y me hacen fotografías con un pijama a rayas. Pero no. Resulta que tengo apellido de traficante mejicano (Rodríguez) y por eso tengo que contestar un par de preguntas más (¿soy terrorista? ¿llevo algún AK47 en la maleta?). Cuando acabo, la mitad de los pasajeros españoles también están en la sala. Maldita sea, qué poco originales somos con los apellidos.
A trancas y barrancas y como una perfecta zombi aterrizo en Santiago. El piloto nos recomienda que admiremos por la ventana izquierda del avión (por supuesto yo voy en la derecha): el espectáculo de las cumbres de los Andes, sobrepasando las nubes. Precioso.

  Costanera Center
La primera semana se me fue en cuidar a las niñas y dar pequeñas vueltas por el barrio. Vivo en Las Condes, el barrio pijo, y se nota enseguida, con sus rascacielos acristalados, las avenidas enormes y bien cuidadas, y el Costanera Center ahí plantado en medio, el edificio más grande de Santiago, en el que sólo funciona el Mall de momento, porque se sigue disputando qué hotel se quedará con la parte de arriba y sus fantásticas vistas.
Al ser las fiestas nacionales, es obligatorio poner la bandera en todo edificio público y de apartamentos. Si no, multa. Es difícil no ser patriótico aquí.
Lo que me gusta de Santiago es que, estés donde estés, ves montañas enormes, blancas las de los Andes, verdes las de los cerros, que para eso son más modestas en altura. Lo peor, es que al estar para todos los efectos en un agujero, y con toda la contaminación que hay, siempre hay smog, una neblina que puede hacer parecer según el día que la nieve de las montañas es de color gris. Eso, y que la primera semana tuvimos una ola de frío polar, fue mi bienvenida a Santiago.
También eran las fiestas nacionales, con lo que de repente Santiago se vació. Todas mis amigas se fueron al sur o a la playa, y yo tenía el cumpleaños del padre y de la peque. El cumple, con todos los colegas astrónomos, parecía que estábamos en plena Big Bang Theory. Yo, acomplejada, porque todos los niños eran perfectos trilingües y algunos además expertos en dar saltos mortales. Un chico de 7 años me habló muy serio sobre la reencarnación, me recomendó un par de películas de terror (porque el resto son insulsas y no dan miedo) y me comentó cómo Bob Marley había llegado a ser su cantante favorito. Estos niños son de otro planeta.
El domingo Grit nos llevó a visitar la viña Casas del Bosque. Probamos el Tanino Sauer, una bebida con limón la mar de rica, nos hicieron un mini tour para explicarnos cómo fabricaban un vino que lleva dos años consecutivos ganando el premio al mejor tinto chileno, y nos tumbamos en unas hamacas al lado de unos americanos copa de vino en una mano y puro en la otra a disfrutar del sol. Sentaba bien salir de Santiago.
Viña “Casas del bosque”
A todo esto, me había perdido cómo celebran los chilenos las fiestas nacionales, así que me dispuse a ir a un parque y ver las famosas fondas que todo el mundo me había aconsejado visitar. Sólo entrar al parque costaba 4 lucas (1 luca = 1000 pesos = 1'5€). En Santiago se paga por todo. Ya podía ser buena la fiesta. Me incrusté a un par de catalanes que me había encontrado en el autobús y que me dieron esquinazo en cuanto pudieron. Para mí que eran pareja y yo no era una presencia bienvenida. Para olvidar me fui a comer una empanada de esas típicas y beber un terremoto, vino dulce con helado flotando (de ahí el nombre), con granadina y Fernat, un licor de 40º. Eso lo descubrí después. Sólo una maceta y ya andaba como flotando.
En la fonda había un escenario y una especia de mega tablao para bailar la cueca, la danza nacional. Se hace con un pañuelo y el principio es que los hombres tienen que moverse como si fueran gallos conquistando a una gallina, y las mujeres, cual aves, dejarse querer. Así que tienen una serie de vueltas, zapateos y flirteos con pañuelos que a mí me parecieron la mar de complicados. Era muy tierno porque allí se sacaba a bailar a todo el mundo, mayores con peques, daba igual si se conocían o no, y la gente lo daba todo. Después vi caballos a lo lejos y automáticamente fui a ver qué pasaba.
Niños vestidos típicamente bailan cueca
Había una demostración de caballos puros chilenos. Participaba el ejército, indios mapuches, bailarines clásicos y también otros procedentes de la isla de Pascua. El efecto total era fascinante y allí me quedé más de una hora viendo cómo los soldados hacían bailar sus caballos junto con los danzarines de a pie de tierra y todo al ritmo de la música, cómo los indios salían a galope a pelo y tiraban lanzas a monigotes, o los conducían de pie, o daban volteretas. Era precioso. El caballo chileno no tanto, la verdad es que si fueran un poco más grandes el efecto hubiera sido aún mayor, pero no se puede tener todo.
Mapuche a lomos de un caballo

Me fui temprano a casa. Al día siguiente empezaban mis días libres, y al fin y al cabo tampoco era plan de quedarme de fiesta a lo Massiel yo conmigo misma. Así que a las nueve en casa, a tiempo para una cena sibarita con los padres. Perfecto.