Monday 2 December 2013

Subida al cerro, bajada a la playa


Hace mil que no escribo. ¿Pereza? ¡No! Nuevos proyectos. Sí, ahora estoy en serio con un doctorado (madre mía en los pantanos en que me meto), y entre medias ha habido elecciones en Chile y también me he metido a empollarlas para poder escribir sobre el tema. Así que mi pequeño diario ha pagado el pato. Me quedé en la super semana que tuve con vida social a tope, y el viernes pagué las consecuencias. Me levanté con ansias y dolor de cabeza. Esa noche había quedado con mis chilenas de la India a una fiesta y no pude ir. Cómo estaría Sevilla cuando no quería ni trigo. Y al día siguiente había quedado con Helen, otra au pair cuyos “padres” son mejores amigos de los míos y cuyos niños son de la edad de los míos. Vamos, que íbamos a pasar muuucho tiempo juntas. El plan era subir al cerro San Cristóbal, y yo me volví a levantar con ansias, ¿qué mierda de virus era ése? Fui, por no quedarme en casa que ya me daba depresión, nos bajamos en Bellavista (¡mi barrio!) y empezamos a andar dirección cerro. OMG la subida que nos esperaba, quiero creer que era el smog por lo que estaba tan cansada porque si no qué bajón. A ver, era un cerro plantado en medio de la ciudad, de repente subir 800m así a pelo, con campo cuando todavía había rascacielos por encima de nuestras cabezas, y aún así qué maravilla esa ilusión de aire puro. Tuvimos que parar dos veces a recuperarnos, mientras niños de poco más de metro de altura pasaban a nuestro lado al trote, gritando y riendo. Malditos. Yo entre el cansancio, las ganas de potar y el smog, estaba en una forma estupenda. Menos mal que con la muchacha no había silencios incómodos y no paramos de parlotear (ella más, que yo iba asfixiada), si no me hubiera tirado colina abajo. Y cuando por fin llegamos, era muy raro estar ahí rodeada de edificios, joder qué grande es Santiago, hasta donde nos llegaba la vista sólo era gris de puro construido, y también es verdad que la vista no llegaba muy lejos, que el smog lo diluía todo. Helen se empeñó en tomarse un mote con huesillos, mis alemanas me habían explicado que parecía un cerebro y a veces sabía como tal, así que en atención a mi delicado estado tripero me abstuve. Eso sí, no le hice ascos a unas palomitas que vendían dos puestos más allá y que olían de maravilla. ¿Qué? Eso ya sabía yo que no me iba a hacer daño...

Para bajar decidimos hacer la gracia y tomar caminos nuevos, senderos que fueran pintorescos, para estar más en contacto con la naturaleza, el medio ambiente, el canto de los pájaros y, como vimos 50m más adelante, el suelo. El sendero pintoresco se tornó traicionero, con arena muy muy finita, un poco hijoputesca diría yo, ideal para romperte la crisma mientras ruedas en caída libre por un caminito prácticamente vertical que, para acabar de arreglarlo todo, terminaba justito en la carretera. Pero ya no podíamos volver, qué pereza subir a cuatro patas, y qué palo a nuestro orgullo desandar lo andado, así que agarrándonos a las ramas de cuanto arbusto o árbol pillábamos fuimos bajando. Cuando llegamos abajo no nos habíamos caído ni una vez, pero las piernas me temblaban y me tenía que sentar. El plan era ir directamente a una fiesta en un sitio a tomar por Cleta, una fiesta de la primavera, con exposiciones alternativas, música... el plan ideal si estás en forma, claro. Lo que no era el caso. Me reuní con Helen y una amiga suya en Quinta Normal (ya hablaré de ella, qué excelente sitio!) y tuvimos que pillar taxi porque aquello no había quien lo encontrara. Al llegar era un evento pequeño pero muy lindo (y barato, algo raro en Santiago). No pude quedarme a la música porque me estaba muriendo. La vuelta la hice en el 503, el mismo bus que podía coger desde Bellavista hasta mi casa. Una chilena lo llama el autobús mágico, y tiene razón, dondequiera que me encuentre lo puedo pillar y me deja en la puerta de casa. Nótese que ya estoy dejando de utilizar el verbo “coger”, de insidiosas connotaciones por estas tierras.

Al día siguiente había planazo: ¡Algarrobo! Que, fuera de lo cateto del nombre, es una playa super chula, y yo me moría de ganas de tocar el Pacífico y ver si era verdad que había cubitos de hielo flotando -toda la gente decía que el agua estaba helada y no había quien se metiera. El viaje no lo podía hacer con mi familia porque como venía una prima también nuestro coche iba lleno, así que acabé en el auto de una amiga, que yo conocía por la fiesta de cumpleaños; ese día me enseñó a hacer el pino sin apoyarme en la pared (es profe de capoeira). Durante el viaje fuimos contando batallitas y las suyas se llevaron la palma: por lo visto hace poco se enteró de que su abuelo japonés, instalado en Méjico, había sido espía nipón durante la Segunda Guerra Mundial. Por lo visto Japón, optimistas ellos, pretendía invadir Estados Unidos a través de Méjico si la guerra le iba bien. Y esto lo descubrieron sólo porque un primo lo leyó por casualidad en un libro, donde había un capítulo entero dedicado al abuelo, quien tenía un rancho justo en la frontera con USA. Muy estratégico todo.

Una vez en la playa no esperé por nadie; me quité los zapatos y eché a correr hacia el océano como un ratón, dando mal ejemplo porque los niños corrían detrás de mí dando tropezones en la arena, en el agua, casi se ahogan... maldita sea, qué mal llevo lo de dar ejemplo. El agua tampoco estaba tan mal, ni siquiera vi pingüinos, que en ese lugar a veces se avistan. Y de repente ya era la hora de comer y aproveché para tomar los ostiones, esa especie de ostras que quise probar nada más por la gracia que me hacía el nombre, y daba un poco de aprensión, sobre todo al tacto. Jugué con los niños, ola arriba ola abajo, después de que casi se los llevaran un golpe de mar un par de veces inventé nueva regla: si la ola te toca, pierdes, así que CORRE. La peque se me quedó dormida en los brazos en un paseo que di por la playa, y a la vuelta pensé que yo me quedaría dormida en el coche de puro cansancio, pero entre la conversación y el CD de música que había puesto no pude. Eran canciones infantiles, y salió una que me cantaba mi abuelo cuando yo era niña. Me emocioné muchísimo. Por cierto, ¿sabíais que la canción “Ay ay ayayyyy, canta y no llores...”, viene de la Península, del s. XVI, y que se exportó entonces tanto a Brasil como el resto de Latinoamérica? Lo que no se sabe es de dónde viene, si de España o Portugal, pero mira que es vieja...

A partir de esa semana empecé a ir al parque de niños por las tardes, y acabé formando parte de un grupito, que al fin y al cabo siempre estamos las mismas. Las nanas se suelen poner por un lado, peruanas, y las mamás, chilenas o gringas, por otro. Yo me suelo poner con las gringas, desde que encontré una española allí con su niñita (qué aspavientos, qué alegría, como si nunca hubiéramos visto un español antes), menos cuando viene Rosa, nuestra nana que también viene a veces con los niños que cuida a otra familia; todas la queremos tanto que siempre vamos a buscarla. Rosa no es una nana común. Cuando acabó el primer curso de Administración decidió venirse a Chile, aunque fuera de nana, porque ganaría más dinero. Ya se ha casado aquí así que aquí se queda, y me encanta porque tenemos conversaciones muy interesantes, como cuando me pregunta irónicamente que qué aprendemos nosotros de la conquista de América, porque por lo menos ella aprendió que fuimos unos cabroncetes en Perú, y yo le digo que sí, que somos conscientes, pero que ya qué le vamos a hacer. “Y si se llevaron tanta plata de allí, ¿cómo es que ahora están en crisis?” “Puf, dónde andará esa plata ya, Rosa...”.

El viernes aún no había hecho nada de turismo y quise ir al museo de la Memoria. Salí del metro desorientada y le pregunté a dos mujeres dónde estaba. Y ahí me quedé una hora hablando con una de ellas, Marilita. Qué personaje. Es pastelera y comunista. Su padre a veces colaboraba con los militares y ellas misma se casó con uno, y dice que, aunque las cosas nunca se dijeran aquí, ella aprendió a mirar. Del museo aprendí que efectivamente en el régimen eran unos ases a la hora de ocultar información. Pero ya hablaré de eso en otra ocasión.