Sunday 22 September 2013

DIARIOS DE SANTIAGO

Y aquí estoy en un nuevo viaje. En América del Sur. ¡Por fin! Tenía unas ganas de locas de visitar un lugar que estuviera bien lejos, algo que fuera totalmente nuevo. Pero necesitaba también algo de back-up en caso de que algo fuera mal. Por eso Chile era perfecto. Tengo unos cuantos amigos que había conocido en la India viviendo aquí. De hecho, la gran mayoría son prácticamente mis vecinos, a unas pocas cuadras (medida chilena) de mi casa. Ironías de la vida.
Viajo ahora en una nueva modalidad. Se llama au pair y es super práctico. Tengo mi refugio del guerrero en pleno Santiago, en el barrio pijo, y desde aquí me moveré todo lo que pueda. La parte que era arriesgada era la familia, pero ya estoy tranquilizada. Mi familia es de lo más maja. Mis monstruitas son lo más tierno y terremoto que he conocido. Noemi tiene tres años y le lleva una cabeza al resto de sus compañeros de clase, herencia alemana sin duda. Habla español (chileno), alemán y francés, y a veces los mezcla los tres en la misma frase, y se pilla un berrinche si no la entiendo. La pequeña, Anaelle, hará un año mañana y sus padres la llaman Godzilla, no digo más. Destruye todo lo que pilla y cuando la oigo llegar gateando a todo trapo me pongo a temblar. Cuando come parece que ha pasado un tornado por su silla. Se empeña en comer sola utilizando cuchillo y tenedor y los resultados son catastróficos. A veces se pegan porrazos y se chillan la una a la otra, pero cuando Noemi le da la mitad de su galleta a la peque o juegan juntas se me cae la baba. Al padre aún no lo conozco, trabaja en el observatorio internacional del desierto de Atacama (he de ir!!), y la madre es lo más dulce del mundo, preocupada de que esté cansada cuando lleva el día entero con las niñas y la han despertado seis veces a lo largo de la noche, ¿seré una buena madre? se pregunta siempre, y yo pienso que sí. Cuando las niñas se acuestan cenamos solas y vemos Big Bang Theory, y nos tomamos una (o más) copa de buen vino chileno diciéndonos que nos lo hemos merecido.
Llegar aquí no fue fácil, me pillé el viaje más barato que por supuesto incluía unas 27 horas de viaje y dos paradas, una en Nueva York y otra en Miami. En Nueva York yo estaba temiendo la aduana, porque era 11 de septiembre y no era buen día para entrar. Mis temores se vieron confirmados cuando veo que la gente va pasando los controles y a mí el guardia me dice...que le siga a otra sala. Mierda, pienso. Ahora es cuando se ponen a registrarme y me hacen fotografías con un pijama a rayas. Pero no. Resulta que tengo apellido de traficante mejicano (Rodríguez) y por eso tengo que contestar un par de preguntas más (¿soy terrorista? ¿llevo algún AK47 en la maleta?). Cuando acabo, la mitad de los pasajeros españoles también están en la sala. Maldita sea, qué poco originales somos con los apellidos.
A trancas y barrancas y como una perfecta zombi aterrizo en Santiago. El piloto nos recomienda que admiremos por la ventana izquierda del avión (por supuesto yo voy en la derecha): el espectáculo de las cumbres de los Andes, sobrepasando las nubes. Precioso.

  Costanera Center
La primera semana se me fue en cuidar a las niñas y dar pequeñas vueltas por el barrio. Vivo en Las Condes, el barrio pijo, y se nota enseguida, con sus rascacielos acristalados, las avenidas enormes y bien cuidadas, y el Costanera Center ahí plantado en medio, el edificio más grande de Santiago, en el que sólo funciona el Mall de momento, porque se sigue disputando qué hotel se quedará con la parte de arriba y sus fantásticas vistas.
Al ser las fiestas nacionales, es obligatorio poner la bandera en todo edificio público y de apartamentos. Si no, multa. Es difícil no ser patriótico aquí.
Lo que me gusta de Santiago es que, estés donde estés, ves montañas enormes, blancas las de los Andes, verdes las de los cerros, que para eso son más modestas en altura. Lo peor, es que al estar para todos los efectos en un agujero, y con toda la contaminación que hay, siempre hay smog, una neblina que puede hacer parecer según el día que la nieve de las montañas es de color gris. Eso, y que la primera semana tuvimos una ola de frío polar, fue mi bienvenida a Santiago.
También eran las fiestas nacionales, con lo que de repente Santiago se vació. Todas mis amigas se fueron al sur o a la playa, y yo tenía el cumpleaños del padre y de la peque. El cumple, con todos los colegas astrónomos, parecía que estábamos en plena Big Bang Theory. Yo, acomplejada, porque todos los niños eran perfectos trilingües y algunos además expertos en dar saltos mortales. Un chico de 7 años me habló muy serio sobre la reencarnación, me recomendó un par de películas de terror (porque el resto son insulsas y no dan miedo) y me comentó cómo Bob Marley había llegado a ser su cantante favorito. Estos niños son de otro planeta.
El domingo Grit nos llevó a visitar la viña Casas del Bosque. Probamos el Tanino Sauer, una bebida con limón la mar de rica, nos hicieron un mini tour para explicarnos cómo fabricaban un vino que lleva dos años consecutivos ganando el premio al mejor tinto chileno, y nos tumbamos en unas hamacas al lado de unos americanos copa de vino en una mano y puro en la otra a disfrutar del sol. Sentaba bien salir de Santiago.
Viña “Casas del bosque”
A todo esto, me había perdido cómo celebran los chilenos las fiestas nacionales, así que me dispuse a ir a un parque y ver las famosas fondas que todo el mundo me había aconsejado visitar. Sólo entrar al parque costaba 4 lucas (1 luca = 1000 pesos = 1'5€). En Santiago se paga por todo. Ya podía ser buena la fiesta. Me incrusté a un par de catalanes que me había encontrado en el autobús y que me dieron esquinazo en cuanto pudieron. Para mí que eran pareja y yo no era una presencia bienvenida. Para olvidar me fui a comer una empanada de esas típicas y beber un terremoto, vino dulce con helado flotando (de ahí el nombre), con granadina y Fernat, un licor de 40º. Eso lo descubrí después. Sólo una maceta y ya andaba como flotando.
En la fonda había un escenario y una especia de mega tablao para bailar la cueca, la danza nacional. Se hace con un pañuelo y el principio es que los hombres tienen que moverse como si fueran gallos conquistando a una gallina, y las mujeres, cual aves, dejarse querer. Así que tienen una serie de vueltas, zapateos y flirteos con pañuelos que a mí me parecieron la mar de complicados. Era muy tierno porque allí se sacaba a bailar a todo el mundo, mayores con peques, daba igual si se conocían o no, y la gente lo daba todo. Después vi caballos a lo lejos y automáticamente fui a ver qué pasaba.
Niños vestidos típicamente bailan cueca
Había una demostración de caballos puros chilenos. Participaba el ejército, indios mapuches, bailarines clásicos y también otros procedentes de la isla de Pascua. El efecto total era fascinante y allí me quedé más de una hora viendo cómo los soldados hacían bailar sus caballos junto con los danzarines de a pie de tierra y todo al ritmo de la música, cómo los indios salían a galope a pelo y tiraban lanzas a monigotes, o los conducían de pie, o daban volteretas. Era precioso. El caballo chileno no tanto, la verdad es que si fueran un poco más grandes el efecto hubiera sido aún mayor, pero no se puede tener todo.
Mapuche a lomos de un caballo

Me fui temprano a casa. Al día siguiente empezaban mis días libres, y al fin y al cabo tampoco era plan de quedarme de fiesta a lo Massiel yo conmigo misma. Así que a las nueve en casa, a tiempo para una cena sibarita con los padres. Perfecto. 

1 comment:

  1. Me encanta!!!
    Sigue contándonos tu aventuras y haciéndonos partícipes de las costumbres chilenas.
    Un besote!!!

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