Friday 20 May 2011

Calcuta, el agujero negro


20 de mayo
Vaya, pues sí que hace días que no escribo… A ver, ha sido una semana rara. Ahora mismo me estoy recuperando de algo que me entró hace dos días y además estoy (por primera vez en lo que parece siglos) sin Ruth y Marnie, que ayer se fueron para Tailandia. Me dijeron que me fuera con ellas varias veces (qué vas a hacer en Calcuta, es un black hole, etc), pero mi caso era diferente, ellas habían tenido sus tres semanas de voluntariado y yo no, y me parecía muy feo irme de vacaciones a Tailandia, que es TAILANDIA, por Dios. Total, que me he quedado.
Vuelvo al lunes que me he ido por las ramas. Ni corta ni perezosa me dirigí hacia la Mother’s house, donde se reúnen todos los voluntarios para desayunar, dispuesta a ser una voluntaria modelo. Y para empezar no iba bien vestida. Lo ideal es no mostrar ni los hombros ni las piernas. Así que la hermana que se encarga de los voluntarios (que llegará a santa sin duda, menuda paciencia tiene con nosotros) me dio una camiseta (que todavía no he devuelto, upssss), tras lo cual me tomé un té del color del chocolate con dos tostadas secas y allá que me fui. La monja en cuestión me había escrito un nombre, “Daya Dan”, una de las casas. Seguí a la voluntaria con el cartelito correspondiente y nos subimos a un autobús.
He temido por mi vida en un taxi. Pero un autobús… es, cómo explicarlo, como subirse a una montaña rusa. (Excepto en la parte en que das vueltas, gracias a Dios). Saltas, frenas, te vas de lado, y sobre todo, te tienes que agarrar MUY fuerte.
El trayecto incluía también un viajecito en tuc-tuc. Ya subiré una foto, pero básicamente es como una moto con tres ruedas y un espacio de chapa verde que se quiere asemejar a un coche. Pero no lo es. Nos sentamos tres voluntarios atrás, el conductor delante, y de repente, se suben otros dos más al lado del conductor. Que iban con una pierna por fuera, claro. Protestando, la maquinilla esa se puso en marcha y yo me pasé todo el camino maravillada de que aquella cosa pudiera andar con todos nosotros encima. Misterios de la India, supongo.
Llegamos a Daya Dan. Es una casa que se dedica a niños discapacitados. Y a mí se me vino el mundo abajo. O sea, yo llegaba de Shantiniketan, donde todos los niños estaban sanos, corrían por el campo, recibían clases de inglés. Y aquí, sólo tres o cuatro podrían recibir clase. El resto, fisioterapia para hacerles mover sus músculos, o de mayores serían inválidos. Había uno que se quedaba dormido de pie. Me dijo una chica que lo despertara. Pero no había manera. Le hice cosquillas, le sacudí, le puse de pie. Su cabeza seguía inclinada hacia adelante. Hasta que una de las mujeres le dio una voz y se despabiló. Captado para la próxima.
Me enviaron a la sala de fisioterapia. Quién me iba a decir que iba a acabar haciendo esto. Cada niño tenía su propio libro, donde se daba toda la información sobre los ejercicios que tenía que hacer. Pero primero, tiempo de meditación. Luz apagada, música suave.
Como éramos más voluntarios que niños, en cuanto vi uno libre lo cogí en brazos y lo estuve acunando. De repente, noté algo caliente. Corrí a decírselo a la sister y me dijo, eres nueva, ¿verdad? Pues ve abajo y cámbialo. Así que bajé las escaleras con mi niño en brazos –se llama Bashkar- y allí lo cambié. De vuelta a la sala de fisio, lo sujetamos a la pared con unas correas, para que sus piernas cogieran fuerzas, y luego entre otra voluntaria y yo le hicimos andar procurando que su cabecita no cayera hacia atrás. Pero estaba malito, tosía y tenía mocos, y no estaba por la labor, así que de vez en cuando doblaba las piernas y se negaba a andar. Te sentías impotente de no poderle explicar que era bueno para él, que aunque doliera le iba a venir bien, y sobre todo me mataba que no hablara nada, que no tuviera idea de quién era yo o qué hacía ahí. He conocido a muchas personas con síndrome de Down, pero Bashkar es el que en peor estado está.
La mañana se me hizo eterna y cuando por fin nos pudimos ir me dije que no iba a volver. Esa noche otra voluntaria me comentó que de todas las casas en la que había estado, ésa era la que se le había hecho más dura. Un alivio ver que no eres la única. Mal de muchos consuelo de tontos, dicen. Ups.
El martes Ann se iba a Darjeeling. No volvería hasta el domingo. Supuestamente, porque me acaba de llamar que ya está de vuelta en Calcuta. Parece ser que, según llegó, se puso a llover como ella nunca había visto y además un político del lugar se había muerto, así que todo (y todo es todo, que la mujer no ha podido ni salir a tomar una taza de té) estaba cerrado. Si es que tiene una mala suerte…
El miércoles por la noche se me ocurrió la gran idea de pedir una ensalada de pasta en el Spanish Café. Vale, te repiten hasta que te hartas de oírlo que JAMÁS pidas una. Pero digo yo, a ese sitio sólo van voluntarios, deben de saber que tenemos un estómago más delicado…¿no? Pues no. A la hora, estábamos en el hotel cuando Marnie de repente me miró, me puso la mano en la frente y me dijo, ¡pero si estás ardiendo! Fue decirlo y me empezó a entrar frío, calor, luego todo a la vez (frío en los brazos y calor en las piernas, horroroso), y me metí en la cama. De repente me entraron escalofríos, 6,7 en la escala Richter, que me hacían dar saltos en la cama. Y a las dos horas comenzaron mis a partir de entonces frecuentes visitas al baño. El virus que fuera me estaba exprimiendo como un limón, por arriba y por abajo, tanto que a veces me daba miedo de no tener tiempo de volver a sentarme o levantarme porque los espasmos eran incontrolables. Cuando la mañana llegó, estaba reventada y como drogada. Ruth me hablaba de cambiarnos a una habitación con aire acondicionado (me estaba deshidratando a marchas forzadas en la que estábamos) y yo le respondía pero era como si alguien lo estuviera haciendo por mí. Estaba como drogada, como flotando en otra dimensión. Como en sueños vi cómo las chicas hacían mi maleta y dejaban a mi único cuidado un vaso de agua con Redrate (para reponer líquidos, una sustancia que sabe a… a… algo muy poco apetitoso, cada uno que se imagine lo que quiera). Me pareció entrar en el cielo, aquella habitación tan fresquita. Era sólo una cama de matrimonio y ahí tendríamos que dormir las tres, de través. Cual autómata y agradecida por la temperatura, me tumbé y tardé unos dos segundos en dormirme. Cuando me desperté, Marnie me miró maravillada. Me dijo que cómo era posible que me hubiera afectado tanto. Yo, extrañada, le pregunté que por qué, y me contestó que porque los españoles teníamos el estómago más fuerte que los ingleses. Le volví a preguntar que por qué y me dijo que es de sentido común entre los ingleses no beber nunca agua del grifo en España, que era malísima. Yo, indignada. Ni que fuéramos un país del tercer mundo.
Nos pasamos todo el día en el hotel. De vez en cuando despertaba y veía una película. Es increíble cuántas puedes ver en un día. Mis visitas al baño se fueron haciendo más espaciadas. Y al día siguiente ya podía andar sin ayuda ni nada. Bien por mí.
Ruth y Marnie se iban a las 10 para Tailandia. Jess me invitó a su hostal, donde me cuidaría (todavía lo necesitaba), así que allá fui. Primera actividad del día, visitar un mercado típico indio. Es increíble la cantidad de negocios que caben en tan poco espacio. Y la cantidad de cosas que encuentras. Una mujer se me acercó con un niño que tenía los ojos afiebrados, mocos, y que no paraba de llorar. Me pidió que le comprara leche. Ante mi desconfianza, me dijo que la abriera. Tienes que abrirla, o la vuelven a vender. Cualquier cosa que les compres. Pero cuando los niños que nos habían estado persiguiendo vieron que la compraba, empezaron a asediarme para que les diera cosas. Y con las prisas por librarme de ellos se me olvidó abrir la leche. Espero que la haya utilizado para el niño, si no me daría mucha rabia porque a) el niño estaba de verdad malito, b) me habría engañado vilmente y c) la leche había costado un pastón.
Hoy, por fin, he ido a donde ya estoy destinada para el resto de mi voluntariado: Shishu Bavan (significa “Casa de los Niños” en Bengalí). Esta vez se trata de niños en preadopción, y a mí me ha parecido el cielo. Bueno o eso pensé según entré. Porque al minuto, una hermana me mandó a llevar un par de camas a la varanda y quitarles la pintura para repintarlas después. Pintura plástica, comprada especialmente para que los niños no la quiten. Y no os creáis que te dan una super herramienta que elimina hasta la última gota, no. Cuatro horas de trabajo y la primera cama sigue allí. Siete personas hemos trabajado en ella. Tengo ampollas en los dedos y las palmas de mis manos me duelen cada vez que toco algo. Nos dieron una lija de metal para rascarla. Para facilitar las cosas había un soplete cuya llama ablandaba la pintura y la hacía quitarse mejor. Pero la llama duró cero coma y luego no hubo manera de volverla a encender. Estábamos una surcoreana, dos españolas y yo. Una de las españolas hablaba con nostalgia de un líquido que ella usaba en su casa para pintar paredes, que de una pasada se llevaba toda la pintura. La otra, para pasar el rato, le enseñaba cosas útiles en español a la surcoreana. Como las diferentes “dietas”. Y no digo más, a buen entendedor…
La mañana ha pasado hiper rápida. Conclusión: en una escala de uno a 10, contacto con los niños = 0. Contacto con materiales = 15. A ver qué pasa mañana.

2 comments:

  1. Hola Sara!

    Este post da que pensar, pero mucho eh.
    Sé por experiencia que escribir ayuda a uno a asimilar lo que ocurre a su alrededor, pero te aseguro que en este caso, gracias a tus relatos, además se aprende a valorar lo que tenemos aquí.

    Lo único que me sale ahora mismo es agradecerte estas pequeñas gotas de India que de vez en cuando salpican nuestras pantallas y, por supuesto, mandarte mucho ánimo.

    Sigue escribiendo!

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