Saturday 28 May 2011

Sunderban


27 de mayo
Acabo de llegar de Sunderban, la reserva natural de tigres de Bengala que está cerca de Calcuta, a unos setenta kilómetros de la bahía de Bengala. La reserva es un conjunto de islas rodeadas por un río de agua salada (sospechamos que porque el agua del mar entra; de hecho, entran delfines con ella, los guías nos enseñaron fotos cuando nos hablaron del viaje, pero por supuesto no vimos ninguno).
Esta reserva es un lugar ideal: jungla, agua…, lo que significa que hay todo tipo de animalitos. Tigres, ciervos, gatos leopardos, cobras, cobras reales, pitones (¿estoy poniendo mucho empeño en las serpientes? Es que vi las fotos y me horrorizaron, eran ¡enormes!), cocodrilos y lagartos (también muy muy grandes).
¿Qué vimos en realidad? Pues con esto de que es una reserva natural, no te aseguran nada. Además, el arbolito más común es el manglar, este que lleva las raíces al aire, y como nos aseguró nuestro guía, es ideal para el tigre, “because you can’t see the tiger, but he can see you”. O sea, que igual hemos pasado a veinte metros de un tigre sin saberlo. Vaya por Dios. Pero bueno, ya íbamos concienciados de que tigres no íbamos a ver. Yo me esperaba alguna serpiente (idea morbosa donde las haya, visto el asco que me dan), algún cocodrilo… Y nada. Lo más a destacar, el lagarto ese (sí que era grande, como un cocodrilo pequeñito), un ciervo, un par de martín pescadores (esos pequeños de un azul muy brillante) y cangrejos. Punto.
Pero ay, qué bien ha sentado salir de Calcuta por dos días. Ayer por la mañana cogimos un tren que a las dos horas nos dejó en un pueblecito. Allí cogimos el “local bus”, o sea, un coche muy grande para que cupiéramos los 16 que íbamos. A mí se me abrieron los ojos como platos cuando descubrí una escalera que llevaba al techo del coche y vi que uno de nuestro grupo se encaramaba a ella. ¡Podíamos viajar subidos ahí! Una irlandesa intentó subirse también pero yo de la emoción me adelanté y la quité de en medio de un empujón (sólo puedo decir que estaba cegada a la par que emocionada por la idea de subir allí, con lo cual mi sentido de la educación tuvo que callarse y esperar a que la cosa se calmase para pedir perdón). Subí y oh qué bien se viaja así. Veíamos pasar los campos, parcelas de sembrados en los que ya se habían recogido el arroz y sólo quedaba gente cuidando de sus cabras y de sus vacas. El paisaje era precioso, el verde de las palmeras, el marrón de la tierra, y los saris de las pastoras diseminados aquí y allá. Arriba te daba el aire en la cara, cerrabas los ojos y olvidabas Calcuta y todo su jaleo, los bocinazos, el gentío de las calles, los empujones, el estrés. No me había dado cuenta de lo estresada que vivía allí hasta que no llegué a este sitio. Ni un ruido. Y qué diferencia con la gente. Nadie te viene a pedir dinero ni comida, sólo te saludan por la carretera y te miran con curiosidad. No te agobian. Porque en las calles de Calcuta, a partir de la décima persona que te pide algo empiezas a perder la paciencia, y a la vigésimocuarta igual le das ya una mala contestación.
Paseando por las aldeas que estaban al lado de nuestro hotel parecía que estábamos en otro país. Había pescadores tejiendo redes, mujeres lavando la ropa, corros de personas charlando delante de una casa… vaya, como en un pueblo normal. Sólo que las casitas eran de barro con el techo de paja, y no había calles sino caminos, embarrados por el chaparrón que había caído un poco antes.
Porque menuda tormenta. Justo llegábamos (en rickshawallah de bicicleta, una bicicleta que arrastra una carreta en la que cabíamos cuatro personas) cuando empezó a llover. Qué bien, qué suerte, mira que si nos llega a pillar, con la que está cayendo, bla bla. En ese momento nos miramos Fiona y yo y dijimos, ¡vamos!, y nos fuimos al embarcadero. Y allí, a pie de agua, con toda la tormenta cayéndonos encima, éramos la mar de felices. Nos habíamos librado del último recuerdo de Calcuta, el calor (tórrido, asfixiante, pegajoso, se me ocurren muchos epítetos y ninguno bueno). De hecho, por primera vez en semanas tenía hasta un poco de frío. Hacía tiempo que no se me ponían los pelos de punta. Y la paz. Sólo el ruido de la lluvia, nada más, porque tampoco te apetecía hablar, sólo cerrar los ojos y sentir cómo la lluvia te caía encima. Estábamos como en las películas, empapadas hasta los huesos, con la ropa que nos pesaba como tres o cuatro kilos de más.
La noche la pasamos cantando canciones con los guías. Uno se había traído una guitarra y tenía muy buen oído, bastaba con que cantaras algo para que te acompañara enseguida. De motu proprio se arrancó con un “Bésame mucho” en honor a las cuatro españolas que estábamos en la expedición. Era bastante cómico, teniendo en cuenta que era medio nepalí medio bengalí, que supiera canciones en español. Se llamaba Vikash y era todo un personaje. Se rió mucho de la interpretación que habíamos hecho de la obra de teatro que habíamos visto en el patio del hotel antes de cenar.
Pongo en antecedentes: tres personajes. Un señor vestido de manera bastante… rocambolesca, con un traje de color rojo brillante y muy maquillado. Una señora (se la ve mayor) y (aquí viene la primera duda) un niño barra niña, no se sabe muy bien qué es. La obra era en bengalí, de ahí que nos intentáramos imaginar de qué iba. Por la manera en que la señora hablaba al niño barra niña, muy muy cerca de su cara, pensamos que a lo mejor eran amantes, con eso de que la edad en el amor no importa y tal. Y el señor rocambolesco, pues bueno, sería el padre del niño o el marido celoso de la mujer o vete a saber, porque no paraba de echar la bronca en general. Y al niño se le veía muy sufriente en sus canciones (cantaban casi todo el rato). Como la cosa iba para largo, decidimos irnos a cenar y preguntar a Vikash de qué iba en realidad.
La verdad es que no habíamos acertado en nada.  Por eso se rió tanto. Resultaba que representaba una leyenda local. En ese pueblo, además de pescadores, había recolectores de miel silvestre. Cada vez que se adentran en la selva, le rezan al dios Benbibi (el señor rocambolesco) y a la otra señora, que no me acuerdo de su nombre. Les rezan para que no les ataquen los tigres.
Les rezan tanto los hindúes como los musulmanes, porque le tienen mucho respeto a los tigres. Y tienen razón, porque son gatitos muy peligrosos que todos los años matan a varios hombres. Algunas veces van a los poblados. Aunque los poblados están fuera de la reserva, y la reserva está protegida por una valla alta, son capaces de trepar por ella. El hecho de que haya un río de por medio no les frena, por lo visto son muy buenos nadadores. De ahí que pidan protección a los dioses para que les eviten sustos con el animal. La reserva tiene a lo largo de su perímetro varias torres de observación. En casi todas hay un espacio dedicado a estas deidades.
De vuelta a Calcuta, nos hemos dado cuenta de que todos venimos quemadísimos. La mayoría llevamos ya dos o tres semanas en Calcuta y nunca habíamos tenido ningún problema. Pero de tanta contaminación que hay en el ambiente, ni siquiera hemos cogido un poco de color. Seguimos exactamente igual de blancos que cuando llegamos. De hecho, hay tanta polución que siempre siempre, en cuanto andas más de diez minutos en la calle, ya tienes las uñas negras. Sin tener que tocar nada.
Hoy no había ningún tipo de contaminación. Y se estaba tan bien visitando la reserva en nuestro barco, surcando los brazos del río, que todos hemos pasado por cubierta y hemos estado un buen rato allí sentados o tumbados, con la brisa dándonos en la cara y con los ojos secos de tanto mirar por si de repente aparecía algún tigre en la orilla.
El regreso ha sido brutal, sobre todo en el momento en que nos hemos montado en el tren. Íbamos en la clase más barata, no tengo muy clara cuál es porque por lo visto hay como siete diferentes. El caso es que es la más popular y claro, se llena… y hasta los topes es decir mucho. Siempre me quise subir a un tren en marcha, como en las películas. Aquí es lo más normal, porque hay tanta gente que no da tiempo a que todo el mundo baje o suba. Para meterte tienes que ser fuerte y empujar mucho. Para salir, te llevan en volandas los de atrás, que se estresan porque ven que no les va a dar tiempo a bajar. El caso es que casi las dos horas de tren las hemos pasado de pie, apretujados como ganado. Así que…welcome back to Kolkata!

Más curiosidades: el símbolo de los comunistas aquí no es la hoz y el martillo, sino la pala y la azada. Lo han personalizado para la India. 

2 comments:

  1. :):):):):)...me hubiera encantado tanto...

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  2. albis no te preocupes la India es TAN grande que tengo que volver más veces a recorrerla...reservaré Agra para ti!! =D

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