Thursday 5 April 2012

Lo peor y lo mejor de los indios


19 de marzo, Pushkar
2:07 a.m. Maldito tren. Ni un minuto se ha retrasado. Juraría que incluso ha llegado antes de tiempo. Todo esto, obviamente, porque no tenía ningún avión barra tren que coger, que si no fijo que en sus veintisiete horas de trayecto hubiera encontrado espacio de sobra para retrasarse. Pero como la perspectiva era llegar justo a la hora en que no había ni un autobús que me llevase los 15km que separan Ajmer de Pushkar, donde me esperaba Sheila, pues nada. Desesperada y muerta de sueño y de cansancio (acababa de atravesar todo el norte del país y encima mis vecinos, la mar de caritativos, me despertaron en Jaipur, por si me bajaba allí), con los pelos revueltos como si me hubiera peleado con siete linces ibéricos, sucia por el polvo acumulado y sudorosa porque se habían puesto en plan ahorrador con los ventiladores del tren, bajé al andén dispuesta a buscar transporte para Pushkar. Por el camino, los hombres se volvían para mirarme fijamente y alguno incluso piropear. ¿Qué leches les pasa a estos indios? ¡No podía estar peor!!
En la estación, las opciones son esperar tres horas por un autobús que te cuesta diez rupias (quince céntimos de euro), o coger un tuc-tuc por 500 (ocho euros). Me resigno a esperar (aquí ocho euros parecen una fortuna), pero como vienen a entablar conversación conmigo cada dos por tres, y no estoy de humor, vuelvo a intentar regatear. Al final, un muchacho se ofrece a llevarme a mi hotel por 300 rupias. “¿Pero sabes dónde es?”, le pregunto. “Sí, sí, claro”.
Y una mierda. Una hora estamos dando vueltas por Pushkar, que es un pueblecito, buscando el dichoso hotel, sin nadie a quien preguntar a esas horas. Por cierto que pensé que no llegaríamos nunca, porque la velocidad máxima del tuc-tuc, que debe de ser una reliquia del siglo diecinueve, era de 40km/h, y esto, en cuesta abajo y sin curvas.
Al final decidí intervenir; Sheila me había dicho que el hotel estaba junto a un lago, así que tiré de una de las tres palabras que sé en hindi, pani (agua), y haciendo un gesto como de mucho, mucho, le dije: hotel is in paaaaaaaaani pani pani, ¡in city center!, paaaaaaaaani pani pani! Así que por fin descubrimos el lago y el hotel, y cuando un somnoliento hombre me abrió la puerta, el muchacho taxista me dijo todo esperanzado, please give me 400 rupees, señalándome el reloj en plan mira todo el tiempo que te he dedicado, no te quejarás, y yo que me creía muy magnánima por no darle sólo cien, le dije, ¡precisamente! Tú me dijiste que sabías, no haberme mentido. Y él lo justificaba diciendo, “today my first day”, y yo ya no pude contener más mi mal humor y le solté, “I have spent 27 hours on a train from Kolkata and after that one hour and half for 15km because of YOU, I am NOT going to give you 400 rupees!!” y me metí en el hotel sin esperar respuesta. ¿Pero esta gente se cree que me he caído ayer de un pino?
Como el señor del internet, luego por la tarde. Te cobran por horas, así que siempre miramos el minuto en el que empezamos. A y 36 empezamos y a y 36 lo dejamos una hora más tarde, y el hombre nos pide diez rupias más a cada una por habernos pasado. Le decimos que no, que no nos hemos pasado, y el tío nos suelta que estamos mintiendo. Así que abro la cartera, cojo el dinero que corresponde a UNA hora, se lo planto en la mesa y le espeto, “we DON’T lie, this is what we owe you, and we don’t like to be called liers”. Yo antes solía callarme estas respuestas porque nunca se me ocurría qué decir en el momento y luego me pasaba la siguiente hora imaginando todo tipo de contestaciones cortantes que hubieran sido perfectas pero que nunca pensaba a tiempo. Aquí, sin embargo, con tanta práctica continua, las he perfeccionado enseguida. No me gustar armarla, pero a veces India consigue sacar lo peor de mí misma.
Y también lo mejor. Enseguida nos hemos reconciliado con el país cuando hemos conocido a la dueña de nuestro hotel. Nos ha estado contando su vida y yo ya la adoro. Mañana nos va a comprar té en el mercado, porque a ella le sale a precio normal, y para que lo probemos nos ha traído chai masala a la terracita, que tiene vistas al lago sagrado de Pushkar, y que con la brisita que corre después de un día con 38 grados se agradece bastante.
Por lo visto, el hotel ya era de su abuelo, y lo llevan en familia. Como Pushkar siempre ha sido muy turístico, han tenido mucho contacto con extranjeros y son muy abiertos de mente. Eso le ha venido de perlas. Porque hace unos años se casó y se fue a vivir, según la costumbre india, a casa del marido, en Ajmer. Allí su familia política le prohibió salir de casa, caminar por la calle con la cabeza descubierta, hablar con extraños. Para ella, pasar de un ambiente a otro fue demasiado, y el entorno en que había crecido le dio fuerzas para rebelarse y discutir con la familia. Pero estaba encerrada e incomunicada, así que no podía escapar, hasta que un día su hermano fue de visita, la encontró llorosa y deprimida, y en contra de lo que manda toda tradición hindú se la llevó de vuelta a Pushkar, a ayudarle con el hotel. Ahora ella dice que ha recuperado la alegría y las ganas de hablar (de hecho, no para, la tía), su marido sigue en Ajmer porque no encuentra trabajo y no se va a venir a casa de la mujer, no es tan abierto como ella, pero Meena de momento es feliz con su trabajo y su hija, aquí. Su caso es excepcional, porque normalmente, la gente que es tan religiosa como ella jamás se hubiera atrevido a abandonar a su marido; está totalmente en contra de todos los preceptos hindúes de esposa amante, siempre al lado de su esposo, pase lo que pase.
Hoy también hemos descubierto a Raj, que nos ha invitado a tomar chai mientras nos hacía los mejores precios de Pushkar para comprar los típicos cubre-camas, fundas de cojines y demás telas. Además, nos ha enrollado a Shei y a mí en sendos seis metros y medio de sari y nos ha hecho un book de fotos para el recuerdo. Mañana nos vendrá a buscar antes del amanecer para llevarnos a un mirador desde el que veremos salir el sol por detrás del pueblo. Nos ha prometido que será maravilloso. Así que mañana os cuento qué tal. 

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