Monday 16 April 2012

Udaipur, la Venecia del Rajastán


Mi henna quedó preciosa. Tara me hizo prometer que si volvía a Pushkar, me quedaría en su casa. Raj también. Fuimos a visitarlo y nos regaló a Sheila y a mí sendos amuletos de buena suerte. Debe de ser muy bueno, toda la gente me pregunta desde entonces dónde lo conseguí. Y todos me preguntan también si he estado en el Golden Temple de Amritsar, la ciudad Sikh, porque sigo llevando la pulsera de acero que Harry me regaló el año pasado. Él es de allí.
Estos últimos días han sido tan intensos que no he tenido tiempo de escribir; eso sí, he tomado apuntes para poder contarlo todo después con pelos y señales.
Vuelvo a Pushkar. Raj, convertido en nuestro taxista particuar, nos llevó a la “estación de autobuses” de Pushkar, o sea, al lugar de donde salía el taxi que nos llevaría a Ajmer, donde nos esperaba un autobús privado (se suponía que no había línea pública para Udaipur). Emocionado, nuestro amigo nos dio un par de abrazos osísticos y nos ofreció otro regalo, un elefante tejido en papel de seda. He salido de ese pueblo con la mochila a tope de regalos. Meena, la dueña de nuestro hotel, también nos dio una estatuilla del Buda Que Ríe, que trajo en tiempos de Nepal. También da buena suerte, así que seguro que el resto del viaje corre estupendamente. O bueno, quizá no tanto...
Para viajar, Shei y yo decidimos coger una litera doble, para poder dormir por la noche. Pobres, no sabíamos lo que nos esperaba.
Una carretera con agujeros en los que cabía el autobús entero, y digo yo que enormes sí que eran porque el autobusero no podía barra no hacía nada por evitarlos. En consecuencia, nos encontramos dando botes de palmo y medio en el colchón, levantando nubes de polvo cada vez que nuestro cuerpo volvía a tocar la tela de dudosa limpieza que cubría la litera. A Shei le entró la mala leche, por no poder dormir, pero yo lo encontré graciosísimo. Era como montarte en una atracción de feria, sólo que de larga duración, aproximadamente las siete horas que duró el trayecto. Juraría que incluso dormí algún ratejo. Perfecto, ¿no?
El momento en el que llegas a una nueva estación conlleva siempre mucha presión y uno tiene que ser muy fuerte para aguantar el estrés. Pero a esas horas de la mañana (las cinco eran), esa capacidad está pero que muy mermada, y los conductores de los rickshaws lo saben. Lo huelen, los jodíos, y vienen a atacarte sin piedad, a intentar llevarte al hotel que ellos quieran, por el precio que deseen (unas tres veces superior al normal). Y tú que ya has pasado por esto lo sabes, e intentas ser fuerte, pero al final siempre alguien claudica, y ese alguien suele ser el turista. Esa noche, yo tenía en mente un hotel que mis amigas portuguesas de Kolkata me habían recomendado, así que en teoría no tenía por qué haber problemas. En teoría. El baile/batalla con los taxistas (conductores de rickshaw, perdón; que aún no he visto ni un solo taxi amarillo como los que había en Kolkata) empezó cuando me dijeron que ese hotel estaba lejísimos y que era carísimo, y se rieron cuando les dije que ni de coña. A mí me extrañaba, porque mis amigas son muy bohemias, y además me habían dicho los precios y todo. Pero dos chicos que habían hecho el viaje con nosotros volvieron con el flyer de un hotel que casualmente les había ofrecido un taxista y que también era barato. Decidimos ir a comprobarlo.
Sólo había habitación para dos, así que, como los chicos vieron que estábamos indecisas, caballerosamente aprovecharon para pillársela ellos. Al final decidimos quedarnos también. Yo dormí en el hall en una cama típica india (un armazón de madera recubierto de un colchón ultrafino también conocido y usado como manta). Shei tuvo más suerte y durmió en una galería, con algo más de privacidad. Ese día decidimos separarnos para explorar la ciudad por nuestra cuenta. Lo primero que vi fue el hotel que las portuguesas me habían recomendado. Conque lejísimos, ¿eh? Bueno, no sé de qué me extraño. A estas alturas ya debería de estar acostumbrada a los trucos de los rickshawallahs.
Tragada esa bilis, miré un poco más allá, y me quedé extasiada. El Hanuman Ghat tenía una vista preciosa a uno de los siete lagos de Udaipur y al palacio de los Melwar.

Udaipur es una ciudad preciosa. Los siete lagos son artificiales, construidos por la dinastía Melwar, que lleva gobernando aquí desde hace casi 1500 años (es la más antigua del mundo). Reciben el título de Maharaná, algo así como “rey supremo”, y aunque ya no poseen ningún poder real, la familia sigue guardando el título honorífico, vive en el palacio (la mayor parte del cual han convertido en museo) y sigue celebrando los ritos que tradicionalmente les corresponden.
Uno de los más ilustres de esta familia es Pratap, que en 1576, en la batalla de Haldighati, le paró los pies al emperador mogol Akbar, que de aquella estaba conquistando casi toda la India y Pakistán. Luego está la historia de una de las hermanas del Maharaná, que se enteró de que un primo envidioso planeaba matar al recién nacido heredero para hacerse él con el trono, todo muy en plan Rey León, y la chica decidió cambiar en el último momento a su propio hijo por el príncipe. Gracias a eso se salvó la dinastía, y con historias de estas veo meridiano que yo no hubiera valido para princesa rajastaní.

Rajastán de noche. Los islotes en el centro del Pichola son dos de los tres palacios de los Melwar.

Se supone que todo Rajastán ha estado dirigido desde el medievo por castas principescas que deben de ser primos o parientes cercanos porque todos se apellidan más o menos igual y su símbolo es el dios sol, pues se dicen sus descendientes. Tienen títulos como rajás, maharajás o maharanás, que vienen a equivaler a la palabra “rey”. Y en toda esta región, el grito de guerra ha sido siempre “victoria o muerte”, y tienen fama de ser muy orgullosos, de llevarlo a rajatabla. Así han estado tanto tiempo en el poder. Los Melwar, 1500 años; los Rathore de Jodhpur, 700, y así.
Todos ellos tienen un nombre común: Singh, que les identifica como guerreros, una de las cuatro castas principales de la India. Las otras son sacerdotes (brahmines), comerciante (jains) y los tristemente famosos intocables. Las tres primeras son puras, por eso no pueden comer carne, beber alcohol ni fumar; los intocables pueden permitírselo, porque por lo visto ya no puede haber peor karma que el suyo. A ellos les corresponde las tareas más agradables, como limpiar la inmundicia de las calles.
Aunque esta división en cuatro castas es sólo la más sencilla. En realidad, hay unas 3500 castas y 25000 subcastas, y yo no sé cómo releches se las apañan para enterarse. No me extraña que los matrimonios por amor sean menos del 10% del total; si está prohibido casarte con alguien fuera de tu casta y ni se piensa en no cumplirlo por pura presión social, ¿qué posibilidades hay de que justo te enamores del adecuado? Eso sí, la gente con más caudales, que viaja y conoce mundo, de mente más abierta, son los únicos que se atreven a transgredir esas normas. Es curioso porque el caso es que a los indios les encanta el romance; sólo hay que ver el argumento del 80% de las películas. Pero bueno, también es verdad que en las películas las chicas van con shorts y los conductores de rickshaw ayudan a la gente a subirse en vez de arrancar nada más poner el pie (uno solo) dentro, así que supongo que todo queda dentro de la fantasía popular.
Bueno, volvamos a Udaipur. Se supone que es la ciudad blanca de Rajastán, por el color de sus casas; Jaipur es la rosa y Jodhpur, la azul (este color repele los insectos y minimiza el calor en verano). En Udaipur hay siete lagos, construidos para abastecer de agua la ciudad. En medio del más grande, el Pichola, hay tres palacios: el del rey, el de la reina y el de vacaciones. Cada uno ocupa un islote en el centro, y se puede ver desde las orillas. Por la noche es una vista maravaillosa. Creo que, de todas las ciudades que he visto en India, es la más bonita. Las casas son preciosas y el centro es rico, no se ve pobreza por ningún lado; hay templos cada dos por tres (aunque no como en Pushkar, y es normal, porque allí la concentración es exagerada) y los lagos la hacen parecer una Venecia oriental. Están todos conectados entre sí, de tal manera que si uno rebosa agua, ese plus lo recoge otro, y así es más difícil que se sequen. 
En Udaipur se intentó por primera vez en la Historia desviar el curso de un río (el Ahar) hacia un canal hecho por el hombre. Donde ahora está el lago Pichola había antes una antigual aldea. En el Tiger Lake (Lago del Tigre), unos diez templetes yacen sumergidos. Mañana os cuento más detalles de la ciudad y del festival que hubo. Se celebraba el Año Nuevo. El 2069, para ser más exactos. Ya os contaré por qué.

No comments:

Post a Comment